Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 19 de marzo de 2003
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Economía

Alejandro Nadal

Bombas inteligentes y gobernantes estúpidos

La Organización de Naciones Unidas es una mezcolanza de países ricos y naciones miserables, de grandes potencias y miniEstados, de democracias, tiranías y dictaduras extremas. Pero hay jerarquía: en la arquitectura de la ONU las potencias nucleares pesan más a la hora de legitimar el uso de la fuerza. Así, con todo y sus asimetrías, la ONU estuvo encargada de otorgar el imprimatur de la legitimidad de la fuerza armada durante cincuenta años.

Ahora todo cambió. El ultimátum de las Azores estuvo dirigido a la ONU y su incumplimiento la envió al museo de historia. Francia y otras potencias europeas no deben llorar demasiado el ocaso de la ONU: en Kosovo la hicieron a un lado y prefirieron la acción de la OTAN, sentando un peligroso precedente. Y ahora Estados Unidos irá a la guerra solo, creando una crisis humanitaria, desestabilizando la región, y provocando una recomposición de fuerzas con ramificaciones desconocidas. Ya nadie tiene por qué pedir permiso para desencadenar una guerra. Pero, aun así, la vía de la diplomacia sigue abierta.

De acuerdo con la Carta de Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad es el principal responsable del mantenimiento de la paz y la seguridad internacional. Pero se requiere la unanimidad de los miembros permanentes para actuar frente a un rompimiento del orden internacional. Para conjurar el peligro de una parálisis en caso de crisis, la Asamblea General aprobó en 1950 la Resolución 377A, denominada Unión para el mantenimiento de la paz. Su texto establece que "si el Consejo de Seguridad, por falta de unanimidad de sus miembros permanentes es incapaz de mantener o restaurar la paz y la seguridad internacional, la Asamblea General hará las recomendaciones necesarias a sus miembros para adoptar medidas colectivas con el fin de mantener o restablecer la paz y la seguridad internacional".

Paradójicamente, la Resolución 377A fue patrocinada por Estados Unidos para evitar que la Unión Soviética utilizara su poder de veto en el Consejo de Seguridad. Fue invocada por primera vez en 1956: después de que Egipto nacionalizó el canal de Suez, Francia e Inglaterra atacaron y ocuparon partes del canal. El Consejo de Seguridad intentó adoptar varias resoluciones buscando el cese de hostilidades y el retiro de las tropas invasoras, pero Francia e Inglaterra vetaron esos intentos. En respuesta, Estados Unidos acudió a la Asamblea General al amparo de este mecanismo para aprobar una resolución de cese de hostilidades y retiro de tropas. En menos de una semana, Francia e Inglaterra se retiraron del canal de Suez.

Una reunión urgente de la Asamblea General al amparo de la Resolución 377A sería un mecanismo interesante para abrir el debate sobre la guerra en Irak a la comunidad internacional, sacándolo de ese club "exclusivo" que es el Consejo de Seguridad. Para tranquilizar a los que creen que Irak posee armas de destrucción masiva, se podría extender y fortalecer el proceso de inspección y destrucción de armas como los misiles Al Samoud. Y también se podría hacer explícito el requisito de una autorización clara de Naciones Unidas para hacer uso de la fuerza en contra de Irak.

Una resolución de este tipo hubiera sido un obstáculo formidable a la acción unilateral de Estados Unidos. Pero la tragedia es que nadie pensó siquiera en convocar una reunión urgente conforme la Resolución 377A. Ni la Liga Arabe, ni la Conferencia Islámica, ni el Movimiento de No Alineados. De nuestra cancillería, una iniciativa en este sentido hubiera sido mucho pedir. Pero en el mundo que nos tocará vivir de hoy en adelante, todos lo vamos a lamentar.

El dictador Hussein carece de fuerzas navales y dispone de una fuerza aérea ridícula. Sus defensas antiaéreas no han podido derribar un solo avión aunque las fuerzas estadunidenses e inglesas han llevado a cabo más de 40 mil misiones en los pasados años. Sus fuerzas de tierra, abrumadas en 1991, nunca pudieron reconstruirse. En síntesis, el dictador no sólo no tiene armas de destrucción masiva, ni siquiera constituye una amenaza seria para sus vecinos.

Frente a este arsenal, el despliegue militar de Estados Unidos tiene el sabor conocido de la superioridad tecnológica. Desde los aviones, tanques, helicópteros y transportes blindados, misiles crucero y fuerzas navales (incluyendo submarinos nucleares), hasta los soldados y marinos dotados de sistemas de posicionamiento global y equipos de visión nocturna, el arsenal estadunidense resume alta tecnología. Todos los niveles de la ofensiva estarán coordinados por una gigantesca matriz de comunicaciones que descansa en la red de satélites más extensa del mundo. Desgraciadamente, sus bombas inteligentes responderán a las órdenes de gobernantes estúpidos.

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