Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 2 de febrero de 2003
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Editorial
 

EL NO A LA GUERRA DEL OTRO ESTADOS UNIDOS

Una fuente que no puede ser acusada de colaborar con el mal -el ex presidente estadunidense Jimmy Carter, premio Nobel de la Paz- acaba de desmentir los argumentos con los que la Casa Blanca intenta justificar e imponer la guerra que Estados Unidos prepara desde hace más de una década contra Irak.

Carter es un miembro importante del establishment por su doble carácter de ex primer mandatario y de prominente figura del Partido Demócrata (que hay que recordar obtuvo la mayoría de los votos en las elecciones presidenciales donde George W. Bush fue nombrado presidente). Es también un pastor protestante y, por consiguiente, no sólo está inmune a la influencia islámica sino que también forma parte de la corriente religiosa que Bush pretende representar con exclusividad y en la cual se basa para tratar de dar un respaldo moral a su guerra.

Carter representa así, a su modo, la mitad de la población de Estados Unidos que cree que hay que confiar en las inspecciones en Irak y evitar la guerra (o sólo lanzarla en nombre de las Naciones Unidas y no de modo unilateral). Forma parte de la misma protesta que reunió a decenas de Premios Nobel y llevó a cientos de miles de personas a ocupar Washington y San Francisco, y a cien organizaciones obreras que representan a millones de trabajadores, a movilizarse contra la guerra.

Por otra parte, repite lo que sostienen los principales países europeos, aliados en esto con Rusia y China, y lo que es la opinión de los ingleses, españoles o italianos, que por aplastante mayoría se oponen a la guerra, aunque sus gobiernos respectivos hablen en favor de ella y ofrezcan su apoyo al Pentágono. El ex presidente y Premio Nobel llega con simplicidad al ciudadano común de su país (intoxicado por la campaña belicista y desinformado) al plantear dos argumentos basados en el sentido común: Irak no está en condiciones de atacar a Estados Unidos ni a ningún país vecino y, si llegase a tener armas de destrucción masiva, sólo las utilizaría una vez en guerra y como medida desesperada, lo que hace absurda y contraproducente una operación bélica para destruir preventivamente una amenaza que actualmente no existe.

Por tanto, según Carter, lo que habría que instalar, para evitar una guerra que prepararía conflictos peores, sería un sistema de inspección internacional permanente para evitar un futuro rearme iraquí de armas químicas, biológicas o nucleares que, según los inspectores de la ONU, aún no posee. El ex presidente apela también a las divergencias que existen en el equipo gobernante y llama al general Colin Powell, titular del Departamento del Estado apoyado por un sector del ejército, a demostrar cordura el próximo miércoles en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, o sea, implícitamente, a separarse de los belicistas (el vicepresidente Dick Cheney; el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y el mismo Bush).

Por supuesto, no explica a sus conciudadanos ni al mundo el conflicto que opone a los trabajadores en Estados Unidos, por un lado y, por el otro, al grupo petrolero que quiere la guerra por los hidrocarburos y la prepara desde hace tiempo. Tampoco desenmascara la utilización de la supuesta amenaza del terrorismo (ahora el espantajo para los crédulos ya no es Al Qaeda sino Saddam Hussein, que nada tuvo que ver con el 11 de septiembre) con el propósito de crear una atmósfera patriotera que sirva para ocultar los atentados contra los derechos democráticos en Estados Unidos, la corrupción gubernamental, el aumento de la desocupación y de la pobreza y el racismo.

Pero el hecho de que desde el mismo régimen, desde el estrecho círculo de quienes en Estados Unidos representan políticamente los intereses de las más poderosas trasnacionales del mundo, se formule un no a la guerra, debería hacer pensar a la camarilla petrolera y armamentista dispuesta a la aventura. Al fin y al cabo, la guerra de Vietnam fue aceptada desde el principio por la sociedad estadunidense hasta que su costo en vidas fue intolerable, mientras que ahora esa sociedad está profundamente dividida, de arriba abajo, antes mismo de que se produzca lo inevitable, o sea, que junto a cientos de miles de muertos civiles iraquíes y de otros pueblos, se empiecen a contar por centenares los militares estadunidenses caídos en una posible guerra, infame e inminente. 
 

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