EL NO A LA GUERRA DEL OTRO ESTADOS UNIDOS
Una
fuente que no puede ser acusada de colaborar con el mal -el ex presidente
estadunidense Jimmy Carter, premio Nobel de la Paz- acaba de desmentir
los argumentos con los que la Casa Blanca intenta justificar e imponer
la guerra que Estados Unidos prepara desde hace más de una década
contra Irak.
Carter es un miembro importante del establishment por
su doble carácter de ex primer mandatario y de prominente figura
del Partido Demócrata (que hay que recordar obtuvo la mayoría
de los votos en las elecciones presidenciales donde George W. Bush fue
nombrado presidente). Es también un pastor protestante y, por consiguiente,
no sólo está inmune a la influencia islámica sino
que también forma parte de la corriente religiosa que Bush pretende
representar con exclusividad y en la cual se basa para tratar de dar un
respaldo moral a su guerra.
Carter representa así, a su modo, la mitad de la
población de Estados Unidos que cree que hay que confiar en las
inspecciones en Irak y evitar la guerra (o sólo lanzarla en nombre
de las Naciones Unidas y no de modo unilateral). Forma parte de la misma
protesta que reunió a decenas de Premios Nobel y llevó a
cientos de miles de personas a ocupar Washington y San Francisco, y a cien
organizaciones obreras que representan a millones de trabajadores, a movilizarse
contra la guerra.
Por otra parte, repite lo que sostienen los principales
países europeos, aliados en esto con Rusia y China, y lo que es
la opinión de los ingleses, españoles o italianos, que por
aplastante mayoría se oponen a la guerra, aunque sus gobiernos respectivos
hablen en favor de ella y ofrezcan su apoyo al Pentágono. El ex
presidente y Premio Nobel llega con simplicidad al ciudadano común
de su país (intoxicado por la campaña belicista y desinformado)
al plantear dos argumentos basados en el sentido común: Irak no
está en condiciones de atacar a Estados Unidos ni a ningún
país vecino y, si llegase a tener armas de destrucción masiva,
sólo las utilizaría una vez en guerra y como medida desesperada,
lo que hace absurda y contraproducente una operación bélica
para destruir preventivamente una amenaza que actualmente no existe.
Por tanto, según Carter, lo que habría que
instalar, para evitar una guerra que prepararía conflictos peores,
sería un sistema de inspección internacional permanente para
evitar un futuro rearme iraquí de armas químicas, biológicas
o nucleares que, según los inspectores de la ONU, aún no
posee. El ex presidente apela también a las divergencias que existen
en el equipo gobernante y llama al general Colin Powell, titular del Departamento
del Estado apoyado por un sector del ejército, a demostrar cordura
el próximo miércoles en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas, o sea, implícitamente, a separarse de los belicistas (el
vicepresidente Dick Cheney; el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld,
y el mismo Bush).
Por supuesto, no explica a sus conciudadanos ni al mundo
el conflicto que opone a los trabajadores en Estados Unidos, por un lado
y, por el otro, al grupo petrolero que quiere la guerra por los hidrocarburos
y la prepara desde hace tiempo. Tampoco desenmascara la utilización
de la supuesta amenaza del terrorismo (ahora el espantajo para los crédulos
ya no es Al Qaeda sino Saddam Hussein, que nada tuvo que ver con el 11
de septiembre) con el propósito de crear una atmósfera patriotera
que sirva para ocultar los atentados contra los derechos democráticos
en Estados Unidos, la corrupción gubernamental, el aumento de la
desocupación y de la pobreza y el racismo.
Pero el hecho de que desde el mismo régimen, desde
el estrecho círculo de quienes en Estados Unidos representan políticamente
los intereses de las más poderosas trasnacionales del mundo, se
formule un no a la guerra, debería hacer pensar a la camarilla petrolera
y armamentista dispuesta a la aventura. Al fin y al cabo, la guerra de
Vietnam fue aceptada desde el principio por la sociedad estadunidense hasta
que su costo en vidas fue intolerable, mientras que ahora esa sociedad
está profundamente dividida, de arriba abajo, antes mismo de que
se produzca lo inevitable, o sea, que junto a cientos de miles de muertos
civiles iraquíes y de otros pueblos, se empiecen a contar por centenares
los militares estadunidenses caídos en una posible guerra, infame
e inminente.