Lapidarium IV
Ryszard Kapuscinski
Una a una, desde La guerra del futbol y Las botas, las
obras de quien es reconocido como el más grande reportero de la
historia contemporánea, Ryszard Kapuscinski -ese hombre menudo y
gigantesco- han sido devoradas, deleitadas, glosadas y aprovechadas por
una masa crítica y lúdica que ha tenido, además del
conocimiento a través de su trabajo, la fortuna de un acercamiento
personal con el autor polaco en sus repetidas visitas a nuestro país,
la última de ellas en septiembre, cuando vino a presentar lo que
era entonces su más reciente libro: Los cínicos no sirven
para este oficio, publicado por Anagrama. Ahora, con autorización
de esa casa editorial, ofrecemos a los lectores de La Jornada un adelanto
de Lapidarium IV, que empezará a circular en breve.
Creo que el fragmento es la forma que mejor refleja esta
realidad en movimiento que vivimos y que somos. Más que una semilla,
el fragmento es una partícula errante que sólo se define
frente a otras partículas: no es nada si no es una relación.
Un libro, un texto, es un tejido de relaciones.
Los relatos de una vida no constituyen una narración
ordenada desde el nacimiento hasta la muerte. Se trata más bien
de fragmentos casualmente recogidos.
Lapidarium es un lugar (plazoleta en una ciudad, atrio
en un castillo, patio en un museo) donde se depositan piedras encontradas,
restos de estatuas y fragmentos de edificaciones -aquí un trozo
de lo que había sido un torso o una mano, ahí un fragmento
de cornisa o de columna-, en una palabra, cosas que forman parte de un
todo inexistente (ya, todavía, nunca) y con las que no se sabe qué
hacer.
¿Quedarán tal vez como testimonio del tiempo
pasado, como huellas de búsquedas e intentos humanos, como señales?
O quizás en este mundo nuestro, tan enorme, tan inmenso y a la vez
cada día más caótico y difícil de abarcar,
de ordenar, todo tienda hacia un gran collage, hacia un conjunto
deshilvanado de fragmentos, es decir, precisamente, hacia un lapidarium.
Desde
que se descubrió que la información es un producto que proporciona
suculentos beneficios, dejó de estar sujeta a los criterios tradicionales
de la verdad y la mentira; para empezar a someterse a otras leyes, del
todo distintas, a saber: las del mercado, con su aspiración al monopolio
y a unas ganancias cada vez mayores. No sólo ha cambiado el criterio
de lo que es información. También han cambiado las personas
que trabajan en este ámbito. El lugar de los gigantes del periodismo
de antaño se ha visto ocupado por una masa enorme y que no para
de crecer de empleados anónimos de los medios. Tal cosa se refleja
incluso en la terminología norteamericana, en la cual la calificación
de journalist se ve a menudo sustituida por la expresión
de media worker.
¿Qué bombardean los aviones de la OTAN en
Yugoslavia? Emisoras de televisión. Una prueba más de que
el poder se ha trasladado de las sedes del Parlamento y del gobierno a
los edificios de la televisión.
Wystan H. Auden, en un momento del pasado, reparó
en que el reportero, por la especificidad de su oficio, es un auténtico
demócrata: escucha la voz de otros, se preocupa por su sino y habla
con los humillados y ofendidos de igual a igual.
En el primer tomo de En busca del tiempo perdido, Proust
describe un episodio que nos habla de hasta qué punto veía
el mundo como un reportero. A saber: yendo a Combray en un carruaje, ve
las dos torres de la iglesia de Marrville y siente que tiene que apuntar
inmediatamente la sensación que le causa su imagen. Sentado en el
pescante del carruaje junto al cochero, en seguida ''pide al doctor papel
y lápiz'' y, ''a pesar de las sacudidas del vehículo'', sin
perder un instante, apunta el ''detalle'', en cuya descripción,
más tarde, ''no tuvo que cambiar mucho''. Cuando termina de escribirlo,
''se siente feliz'', ''como si fuera una gallina que ha puesto un huevo''.
De tan exultante como está incluso quiere ''cantar a voz en cuello''.
Lo más importante siempre sigue siendo lo mismo:
salvar al ser humano con toda su potencial riqueza interior, permitirle
desarrollar y encauzar sus energías en dirección al bien,
a la comprensión del otro y a la plenitud de la humanidad.
Cornelius Castoriadis llama ''éticas felices'',
a aquellas que saben dónde está el Bien y el Mal y para las
cuales no existe el drama del individuo obligado a escoger incesantemente
entre el primero y el segundo.
''La única prueba a favor o en contra de una persona
consiste en ver si, hallándonos a su lado, nos elevamos o descendemos.''
Robert Musil, Los alucinados
-¿Usa usted grabadora?
-Nunca.
-Entonces, ¿apunta usted lo dicho mientras dura
la conversación?
-Intento evitarlo. Al fin y al cabo, el conocimiento,
la literatura, la historia, se han transmitido oralmente durante siglos.
Y aunque la gente no sabía escribir, no por eso dejó de recordar
aquellos relatos contados a viva voz. Así que es la memoria, y no
la escritura, lo que ha constituido, a lo largo de la parte del león
de los tiempos, la base para fijar y transmitir leyendas, mitos, relatos
históricos.