Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 2 de febrero de 2003
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Cultura
Lapidarium IV

Ryszard Kapuscinski

Una a una, desde La guerra del futbol y Las botas, las obras de quien es reconocido como el más grande reportero de la historia contemporánea, Ryszard Kapuscinski -ese hombre menudo y gigantesco- han sido devoradas, deleitadas, glosadas y aprovechadas por una masa crítica y lúdica que ha tenido, además del conocimiento a través de su trabajo, la fortuna de un acercamiento personal con el autor polaco en sus repetidas visitas a nuestro país, la última de ellas en septiembre, cuando vino a presentar lo que era entonces su más reciente libro: Los cínicos no sirven para este oficio, publicado por Anagrama. Ahora, con autorización de esa casa editorial, ofrecemos a los lectores de La Jornada un adelanto de Lapidarium IV, que empezará a circular en breve.

Creo que el fragmento es la forma que mejor refleja esta realidad en movimiento que vivimos y que somos. Más que una semilla, el fragmento es una partícula errante que sólo se define frente a otras partículas: no es nada si no es una relación. Un libro, un texto, es un tejido de relaciones.

Octavio Paz

Los relatos de una vida no constituyen una narración ordenada desde el nacimiento hasta la muerte. Se trata más bien de fragmentos casualmente recogidos.

William S. Burroughs

Lapidarium es un lugar (plazoleta en una ciudad, atrio en un castillo, patio en un museo) donde se depositan piedras encontradas, restos de estatuas y fragmentos de edificaciones -aquí un trozo de lo que había sido un torso o una mano, ahí un fragmento de cornisa o de columna-, en una palabra, cosas que forman parte de un todo inexistente (ya, todavía, nunca) y con las que no se sabe qué hacer.

¿Quedarán tal vez como testimonio del tiempo pasado, como huellas de búsquedas e intentos humanos, como señales? O quizás en este mundo nuestro, tan enorme, tan inmenso y a la vez cada día más caótico y difícil de abarcar, de ordenar, todo tienda hacia un gran collage, hacia un conjunto deshilvanado de fragmentos, es decir, precisamente, hacia un lapidarium.

1988

Desde que se descubrió que la información es un producto que proporciona suculentos beneficios, dejó de estar sujeta a los criterios tradicionales de la verdad y la mentira; para empezar a someterse a otras leyes, del todo distintas, a saber: las del mercado, con su aspiración al monopolio y a unas ganancias cada vez mayores. No sólo ha cambiado el criterio de lo que es información. También han cambiado las personas que trabajan en este ámbito. El lugar de los gigantes del periodismo de antaño se ha visto ocupado por una masa enorme y que no para de crecer de empleados anónimos de los medios. Tal cosa se refleja incluso en la terminología norteamericana, en la cual la calificación de journalist se ve a menudo sustituida por la expresión de media worker.

¿Qué bombardean los aviones de la OTAN en Yugoslavia? Emisoras de televisión. Una prueba más de que el poder se ha trasladado de las sedes del Parlamento y del gobierno a los edificios de la televisión.

Wystan H. Auden, en un momento del pasado, reparó en que el reportero, por la especificidad de su oficio, es un auténtico demócrata: escucha la voz de otros, se preocupa por su sino y habla con los humillados y ofendidos de igual a igual.

En el primer tomo de En busca del tiempo perdido, Proust describe un episodio que nos habla de hasta qué punto veía el mundo como un reportero. A saber: yendo a Combray en un carruaje, ve las dos torres de la iglesia de Marrville y siente que tiene que apuntar inmediatamente la sensación que le causa su imagen. Sentado en el pescante del carruaje junto al cochero, en seguida ''pide al doctor papel y lápiz'' y, ''a pesar de las sacudidas del vehículo'', sin perder un instante, apunta el ''detalle'', en cuya descripción, más tarde, ''no tuvo que cambiar mucho''. Cuando termina de escribirlo, ''se siente feliz'', ''como si fuera una gallina que ha puesto un huevo''. De tan exultante como está incluso quiere ''cantar a voz en cuello''.

Lo más importante siempre sigue siendo lo mismo: salvar al ser humano con toda su potencial riqueza interior, permitirle desarrollar y encauzar sus energías en dirección al bien, a la comprensión del otro y a la plenitud de la humanidad.

Cornelius Castoriadis llama ''éticas felices'', a aquellas que saben dónde está el Bien y el Mal y para las cuales no existe el drama del individuo obligado a escoger incesantemente entre el primero y el segundo.

''La única prueba a favor o en contra de una persona consiste en ver si, hallándonos a su lado, nos elevamos o descendemos.''

Robert Musil, Los alucinados

-¿Usa usted grabadora?

-Nunca.

-Entonces, ¿apunta usted lo dicho mientras dura la conversación?

-Intento evitarlo. Al fin y al cabo, el conocimiento, la literatura, la historia, se han transmitido oralmente durante siglos. Y aunque la gente no sabía escribir, no por eso dejó de recordar aquellos relatos contados a viva voz. Así que es la memoria, y no la escritura, lo que ha constituido, a lo largo de la parte del león de los tiempos, la base para fijar y transmitir leyendas, mitos, relatos históricos.

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