Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 2 de febrero de 2003
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Política

Guillermo Almeyra

Lucha campesina y democracia

En ninguna parte del mundo, salvo en las zonas donde aún existe la agricultura de subsistencia, la agricultura, la ganadería y las actividades rurales en general han podido escapar a la férula del capital (de los grandes monopolios agroindustriales y del capital financiero especulativo). Ellas dependen de un mercado bajo control oligopólico que rompe la relación que tenían con las necesidades humanas y con la naturaleza para subordinarlas a sus intereses globales y utilizarlas como armas para establecer su poder, el poder del control de los recursos alimentarios y de los recursos naturales que, obviamente, están en las zonas rurales.

Por eso la lucha de los sin tierra brasileños o bolivianos, la de los indígenas de todo el continente o la de los campesinos mexicanos no es sólo el combate de un sector de productores que quieren precios y condiciones de trabajo que les permitan producir: es esencialmente, aunque muchos no se percaten, una lucha contra las grandes trasnacionales agroindustriales, contra el capital financiero, por una relación productiva, no depredadora, con la naturaleza. Es una lucha por la democracia y por otro modelo de país y otro modelo de vida, no guiado por el lucro sino por el desarrollo humano integral. O sea, por otros consumos, otra utilización de los recursos, otra relación con el ambiente y con los demás seres humanos.

Porque en esa lucha campesina está implícita la soberanía y la autosuficiencia alimentaria (para no depender de trasnacionales y gobiernos extranjeros), está implícita la creación de un gran mercado interno, elevando el poder adquisitivo en las zonas rurales para estimular la pequeña y mediana industria y el bienestar general, está implícita la reconstrucción del país, acabando, por ejemplo, en Argentina, con el control oligárquico de los recursos rurales por menos de 40 familias o, como en Brasil, con el latifundio que condena al hambre a millones de campesinos sin tierra.

La movilización campesina en México, por lo tanto, así como la lucha de los indígenas (que son también campesinos), desborda sus objetivos de reforma del rubro agrícola del Tratado de Libre Comercio de América del Norte o el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios y forma parte de un gran levantamiento democrático. Aunque no ponga en cuestión todos los otros efectos negativos del TLCAN (la destrucción del mercado interno y de la pequeña y mediana industria, por ejemplo) sí da un golpe duro a la subordinación a los intereses del capital financiero, así como a la antidemocrática aceptación de imposiciones de éste sin previa consulta al pueblo mexicano, con un decisionismo vertical de tipo totalitario.

Y aunque no ligue todavía los problemas de los productores con los de los consumidores y de los ciudadanos en general (estudiantes, población afectada por la disminución de los servicios sociales, etcétera), crea sin embargo las condiciones para construir un amplio frente social que luche por la protección del desarrollo nacional (abandonado por el gobierno) y, con sus movilizaciones y proyectos, establezca alianzas con los consumidores de Estados Unidos, que son víctimas de las mismas compañías trasnacionales que están empobreciendo a los campesinos mexicanos.

Las reivindicaciones de El campo no aguanta más, como las de El Barzón, no ponen en cuestión el mercado, ni el TLCAN en su conjunto, ni mucho menos el sistema, ni tampoco lo hacen los acuerdos de San Andrés. Todavía hay entre los campesinos y los indígenas la esperanza de que una presión muy fuerte pueda obtener un cambio de actitud del gobierno de los grandes empresarios y de las trasnacionales y una modificación del papel del Estado actual, subordinado al capital financiero internacional y cuya prioridad es satisfacerlo y pagar la deuda.

Son los resabios aún existentes del nacionalismo, de la idea de la unidad nacional, de la esperanza en el verticalismo y paternalismo estatal, que dio bases populares al corporativismo. Expresan un proceso en curso, no terminado, de toma de conciencia y de búsqueda de una real independencia apoyada en la construcción de la más amplia unidad de las víctimas del capital. Pero las reformas que piden campesinos e indígenas, ni el capital ni el Estado quieren concederlas. Por consiguiente, ellas se convierten en banderas anticapitalistas y antiestatales.

Una cosa es la conciencia con que comienza el combate y otra el curso que puede llegar a seguir: la Revolución de 1910, Ƒno empezó acaso pidiendo sólo la no relección y el fin del fraude y terminó acabando con los terratenientes y repartiendo las tierras?

Es indispensable, por lo tanto, no sólo defender los seis puntos agitados por los campesinos sino también ampliar el frente de lucha más allá de los sectores rurales ligados al mercado y que buscan mejores precios y condiciones dentro de éste. O sea, unir a esta lucha por la democracia otra por la reconstrucción del territorio, por la alianza con los indígenas que están marginados del mercado, con los pobres urbanos que sufren las consecuencias tanto de este mercado como de las políticas antidemocráticas y decisionistas de quienes administran este país en nombre de los amos verdaderos del mismo.

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