Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 2 de febrero de 2003
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Política

Rolando Cordera Campos

Los hombres de las nieves

En Davos se quería recuperar la confianza del mundo en las cúpulas del poder y del dinero, pero el resultado no dio para mucho: más bien, los que salieron con más dudas que con las que llegaron fueron los ricos y sus facilitadores, abrumados por el discurso guerrerista de Estados Unidos y la perspectiva ominosa de una división profunda de la familia europea en torno de la guerra caliente en Irak. Mal negocio para el mundo, cuando sus cumbres parecen no saber qué hacer y los que les siguen como rebaño comienzan a dar rienda suelta a su inquietud.

Los hombres de las nieves retornan a sus refugios sin la certeza de antes de que tienen al planeta por casa, como manda el mito mayor de la globalización. El temor a de pronto encontrarse con que la guarida global ha dejado de ser segura se combina ahora con una sola certidumbre: la de que se carece de ésta.

Desde al año pasado en Manhattan, la cúspide del dinero mundial dio muestras de inquietud y temor. Sin el futuro bajo su control y en un presente cada vez más dominado por la avidez y la avaricia de los grandes operadores de las trasnacionales, los verdaderos ricos preguntaban por caminos aceptables que hicieran del globo un lugar seguro no sólo para ellos. De ahí las ofertas jugosas de Bill Gates y los empeños de Bono por darle a la soledad del capital un poco de alegría musical y compromiso personal con los más pobres. Pero lo que siguió a aquel convivio solidario con la Gran Manzana fueron tambores de guerra, abuso fiscal en Estados Unidos y pocos o ningún signo de recuperación en la economía internacional. De ahí, entonces, la convocatoria a "recuperar la confianza" en el reducto nevado que Thomas Mann hizo célebre como hospital.

Al final, alguna señal de aliento: según Ernesto Ekaizer (El País, 29 de enero, página 7), "la reunión anual del Foro Económico Mundial clausuró su última jornada con el reconocimiento de que cada país debe aplicar la política económica que más le convenga, alejándose de cualquier exhortación a la ortodoxia económico-financiera" Además, nos dice el reportero del diario español, los dirigentes del foro se manifestaron abiertos a la posibilidad de una reunión común con el Foro Social Mundial de Porto Alegre, una iniciativa apoyada por el presidente Lula.

Los foristas nos ofrecieron un balance económico sin luces: la economía de Estados Unidos crece pero no crea empleos; la desocupación aumenta; Japón sigue en la horizontal y en Europa el crecimiento se desacelera. Ese es, podemos concluir, el teatro económico y social para una guerra cuyo fin no se avizora y cuyos escenarios se prestan ya a las peores visiones de lo que solía reputarse como ficción científica.

Mal momento este para declararse en favor de "los principios" económicos, y peor aún para pretender conjurar la situación con buenos deseos colgados de alfileres oxidados. Pero eso fue lo que el presidente Fox decidió hacer en Suiza y reiterar a lo largo de su cansino recorrido por Holanda y Alemania. El Presidente de un país poblado por 100 millones "reacios al cambio" justificó con esto el premio que los empresarios teutones le ofrecieron por sus esfuerzos desreguladores, pero no conmovió a nadie ni transmitió a su postrado pueblo una auténtica señal de aliento. Lo que ha seguido a sus mensajes de buena vibra ha sido un peso devaluado, y la confirmación de que los expertos en predicción y análisis económico y financiero no ven luz al final del túnel. Mientras la economía esté sólida no hay por qué preocuparse, dice y redice el Presidente, pero el hecho es que no está sólida y el primer preocupado debería ser él.

Superar la pobreza y poner a trabajar el país y sus capacidades instaladas, y en mucho ociosas, implica olvidarse de la ortodoxia mal aprendida y peor aplicada, y poner en tensión la imaginación y la disposición al riesgo. Atrás debería quedar la fe en las verdades inconmovibles, pero ineficaces y hasta perniciosas, y por delante debería ponerse la necesidad de hacer política; política-política y política económica, para un mundo hostil y salvaje pero cuyas capas dirigentes han empezado a reconocer la futilidad de los credos y la necesidad de dar cabida a una exploración económica y social contaminada por convicciones éticas públicas, seculares y comprensivas, única base concebible para retomar la idea de la acción colectiva, nacional y global.

Ir a las nieves y en vez de aprender quedarse y confesarse congelado: mal recuerdo y cero ilustración de un viaje tan largo.

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