Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 2 de febrero de 2003
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Política

Juan Saldaña

Del campo

Voces sin sentido, y en cualquier caso interesadas, se levantan contra la manifestación que ha vuelto a ubicar en el presente del país la angustiosa e insoluta problemática del campo mexicano.

Más allá de los membretes grupusculares, e incluso más allá de las voces autorizadas y representativas, resulta obligado reconocer hoy -ante los ásperos acentos con que los campesinos tocan a las puertas del poder- que el campo mexicano continúa representando, con todas sus complejidades, el gran capítulo pendiente del desarrollo nacional.

Hoy están de nuevo aquí. Han llenado calles y plazas con sus rezagos y con sus demandas. El detonador es el sumiso capítulo del tratado de comercio obligado que lastima aún más a nuestra economía y privilegia, como siempre, al imperio. Pero no nos engañemos. Tras el sonido del grillete colonialista y opresor se esconden los viejos problemas. Con TLCAN o sin él, el campo mexicano padece de abandono secular.

Al lado de los aspectos de la producción agrícola, de la tecnificación del campo y de la correlativa visión modernizante de nuestra economía rural aparecen las deformaciones políticas que conformaron durante las últimas décadas la nota distintiva de la acción del Estado en el agro mexicano. Varios son los síntomas centrales de la presencia gubernamental en el campo: en primerísimo lugar la paradójica ausencia de los verdaderos intereses campesinos en las decisiones nacionales que más les han afectado.

La iniciativa política en el campo ha sido dirigida desde siempre por agentes externos al verdadero interés de nuestras comunidades rurales. Valga la observación para los regímenes de gobierno que de manera declarativa se ungieron como defensores del agro, así como para la tecnocracia imperante, que en un acto de congruencia fatal precipitó al campo mexicano a una de las peores y más críticas etapas en la historia de nuestra economía rural.

En importante término, el legítimo productor del agro debe trabajar entre el enorme e ineficiente aparato gubernamental y el intermediarismo rampante y ladrón. Al discurso agrarista del cardenismo, que propuso un proyecto de producción del campo que privilegiara los intereses de la familia agraria, la generación de empleos rurales y el fortalecimiento del mercado interno para los productos agrícolas, sucedió un proyecto subcapitalista en el que el campesinado pasaba a constituir una fuente permanente de mano de obra barata. Asomó entonces el triste retorno del peón acasillado, en la misma medida en que se fortalecía la idea de utilizar al campo para sustentar una más de nuestras utopías nacionales: la industrialización del país instrumentando el esfuerzo, a bajo costo, del campesino urbanizado. Nació el bracerismo interno, que tuvo que decidirse muy pronto por el ámbito del dólar y el ultraje allende el Bravo.

Correspondió a los gobiernos priístas de los años 50 y 60 acelerar el deterioro del discurso agrarista; impulsar el retorno de un cacicazgo rural embozado en la visión moderna de la comercialización de los productos del campo, que con todo y sus ribetes eficientistas enfrenta un fracaso notable.

Se perdió la presencia del Estado en el agro y se aceleró la destrucción del antiguo aparato corporativo, que había sido utilizado como muro de contención de las demandas rurales.

La maraña de intereses encontrados que el gobierno construyó tozudamente para supuestamente "manejar la economía rural" para defensa del campesinado terminó por derrotar al propio gobierno. Desnaturalizó al ejido. Fortaleció a la burguesía del campo y a la industrial vendiendo, como hemos dicho, a ínfimos precios la capacidad productiva del campesinado.

Bajo el embozo de una modernización a ultranza y por decreto, el gobierno renunció a sus capacidades de interlocución en el asunto agrario y sometió a persecución aviesa y represiva cualquier esperanza de organización auténtica de campesinos pero, al hacerlo, abdicó como interlocutor legítimo ante los hombres del campo. Vendió su capacidad transformadora por el plato de lentejas de una seguridad de cualquier manera inexistente. Pobres expectativas asisten al trabajador del campo hoy día. En el vacuo discurso del gobierno foxista no se advierten siquiera posiciones congruentes frente al campo. Se habla de reuniones generosas. De tiempos abiertos. De intenciones laudables. Pero en la imagen que concibe el foxismo, el perfil del farmer norteño predomina sobre el del ejidatario mexicano.

Deseamos éxito, desde esta humilde columna, a la gestión campesina de hoy día. Lo precisa el agro mexicano, pero Ƒqué lugar corresponde al campesino en el esquema político y social del gobierno foxista?

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