Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 5 de enero de 2003
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Política
Guillermo Almeyra

Lamento insistir...

La última carta del subcomandante Marcos tiene dos afirmaciones importantes y sostiene correctamente un principio esencial, pero sigue siendo una respuesta muy insatisfactoria a las exigencias de la realidad y, en segundo lugar, a las preguntas de los sostenedores del zapatismo.

Dice, por ejemplo, que a la española se caga en la monarquía hispana, lo cual es muy saludable y justo, sobre todo tratándose de los Borbones, pero ahí se queda. ¿No convendría, en cambio, decir algo sobre los "izquierdistas" españoles o de otros países europeos que aceptan sin rubor que los trabajadores de sus países mantengan zánganos coronados y ni siquiera plantean la República? Agrega después algo mucho más importante, o sea, que los zapatistas resistirán todo intento de desalojo de sus comunidades. ¿Pero no sería necesario llamar a un amplio frente contra ese intento, buscar qué hacer por la causa zapatista en Chiapas y por los indígenas en México después del fallo indigno de la Suprema Corte, sin depender sólo de la Corte de La Haya? ¿No sería oportuno convocar una reunión nacional indígena y ciudadana para organizar a la vez la lucha por una estrategia de largo aliento y la resistencia eventual contra un zarpazo en Chiapas en vez de declarar sólo algo obvio para un ejército, como es la decisión de defender sus posiciones? Una política solamente defensiva, organizativa y militar, no permite cambiar la correlación de fuerzas: lo necesario es la iniciativa política, encontrar alianzas, obligar a definiciones.

Al mismo tiempo, Marcos defiende el derecho de los zapatistas a pronunciarse sobre todas las cuestiones, nacionales o internacionales. Tiene razón, pues no es sólo un derecho; es un deber, y es importante que hayan comenzado a hacerlo, aunque limitadamente, después de tanto silencio sobre las elecciones brasileñas, sobre las ecuatorianas y bolivianas, sobre lo que sucede en Argentina, sobre la guerra que Bush prepara, sobre el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), sobre los foros mundiales contra la política del capital financiero, etcétera. Además, decir viva Venezuela no basta: ¿de cuál Venezuela hablamos? ¿Del chavismo, de la reacción popular a los golpistas, en gran medida superando a Chávez; de ambas, combinadas? Y tampoco es correcto decir que el "¡que se vayan todos!" de las asambleas populares y los piqueteros de Argentina "es un programa" sin intentar siquiera explicar por qué en parte lo es y, sobre todo, por qué es insuficiente.

Mucho más débil es la parte sobre las críticas a las cartas anteriores, pues Marcos finge que provienen todas de intelectuales aspirantes al Premio Príncipe de Asturias, cuando las primeras vinieron (en ese orden) de quien esto escribe, de Carlos Monsiváis y Marcos Roitman, de José Saramago y Manuel Vázquez Montalbán, todos los cuales, aparte de defender al zapatismo y de formular sugerencias y propuestas, comparten los sentimientos sobre las monarquías en general y la perejilera en particular que Marcos expresa tan a la española. La amalgama de amigos críticos y enemigos hipócritas la practicaba el viejo Padrecito de los Pueblos, don José pero éste era el principal factor comtrarrevolucionario de su época y no es posible reproducir sus métodos y no hacer claramente una autocrítica cuando hay que cambiar de posición. ¿Acaso es válido decirle fascista a alguien y pocos días después invitarle cordialmente a defender los presos indígenas?

Nuevamente la carta de Marcos, aunque más atinada que las anteriores, tiene tremendas lagunas políticas y, en general, es ajena a la política. Eso es grave en un movimiento que es fuerte, no por su poderío militar, sino por su carácter político y, sobre todo, por sus iniciativas políticas (aunque Holloway diga que no hace política). Los viejos límites de los documentos de Marcos (en el Rompecabezas, por ejemplo, su idea del campismo, su ilusión de que la antigua Unión Soviética y sus aliados eran socialistas, etcétera) jamás fueron corregidos, a pesar de las críticas recibidas, y ahora se agravan siempre por la falta de balances y de autocríticas. Quien se presenta como infalible sólo demuestra inseguridad, debilidad. Quien discute abiertamente sus posiciones o reconoce sus errores, por el contrario, demuestra fuerza y da confianza a sus aliados.

Queda, por último, el problema del estilo. Insistir en que el rey español es un estreñido ni es un buen chiste ni ayuda nada a comprender el papel de la Casa Real detrás de José María Aznar, y decir que éste rebuzna, aunque sea cierto, no hace avanzar nada la protesta social contra el desprecio por el pueblo y la cobardía de este gallego ex franquista que abandonó a los gallegos trabajadores que, pala en mano, luchaban contra el desastre producido por Aznar y sus acólitos. Cada uno tiene su estilo, pero en vez de pensar en sí mismo al escribir sería bueno que un político pensase en el peso de sus palabras y en sus destinatarios. Digo, si quiere ser un buen político...

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