Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 12 de diciembre de 2002
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Cultura

Pablo González Casanova

La dialéctica de la tempestad

(Sin leer: Yo quiero iniciar un diálogo con Roberto Fernández Retamar a través de Shakeaspeare, y con Ariel y Calibán a través de Roberto. Van a oír lo que diré:)

Una noche de verano en Londres fui al Old Vic a ver La tempestad. Como de costumbre poco antes había releído el texto para entenderlo mejor. El Old Vic es el más famoso teatro que representa a Shakeaspeare. Cuál no sería mi sorpresa cuando empecé a ver que en la representación, el director y los actores le habían dado más fuerza que nunca a las razones de Calibán. Sentí que la influencia de Roberto Fernández Retamar era evidente, y al salir del teatro mi compañera y yo comentábamos con una inmensa alegría esa nueva manera de interpretar La tempestad y sus personajes. Yo incluso la atribuía a la influencia de la Revolución Cubana... Sólo después recordé, por el propio Roberto, que otros autores, algunos de las Antillas inglesas, lo habían precedido y acompañado en el magnífico rescate de Calibán que él llevó a su plenitud y que nos sigue obligando a pensar en la cultura de nuestraretamar_roberto_2we América y en la Tempestad.

Por mi parte aún me preocupan una serie de problemas que me plantearon todos esos vínculos de una obra de teatro que se presta a tan distintas interpretaciones, en particular el vínculo de un personaje de la obra que reclama la presencia de sus opuestos y con ellos la de sus representados no teatrales, y el de un ensayo móvil sobre la cultura, como el de Roberto, que se convierte en varios ensayos, hasta que uno de ellos lo escribe el propio Calibán y otro el autor en persona para despedirse de su visión, y decirle adiós.

ƑQué tiene el arte dramático o el narrativo que resulta tan difícil expresar en el discurso político o filosófico? Pienso en la riqueza dialéctica, y no sólo en la expresión sino en la concepción de los opuestos como algo concreto. Antes del trabajo, en las luchas, todo empezó por el miedo y el fuego, por la inseguridad y la cueva. La representación se dio en el Mal y el Bien, en lo Falso y lo Verdadero, en lo Feo y lo Bello. Expresadas por mitologías y religiones esas categorías abstractas pasaron a las ciencias y las artes. Pero las artes tuvieron la posibilidad de representar personas y gente de carne y hueso y hasta de personificar seres morales. En la representación de personas y gentes lograron las expresiones más ricas y profundas, en la de seres morales, tendieron a despojar de su riqueza a la vida y sólo se salvaron por su poesía, por su música, o por sus valores plásticos.

En todo caso el planteamiento artístico más rico de los opuestos, de las contradicciones, y de su sentido dialéctico no se hizo con el solo pensar político o filosófico. Las contradicciones aparecieron con tanta crudeza que a menudo no obedecían a ninguna política y a ninguna filosofía. Expresaban ''la bella irrealidad" que ensalzó Gorki, o la riqueza de caracteres y personalidades, de historias y fantasías únicas, que vivieron ciertos individuos y ''pequeñas humanidades" reales o imaginarias, en algún momento, en algún lugar que existen o que no existen. La verdad es que hasta los caracteres más puntuales del teatro o la pintura eventualmente sirven como símbolos de luchas generales, de dialécticas históricas determinadas, de dramas e incertidumbres previsibles y explicables para entender el pasado y la actualidad. Por supuesto, esa posibilidad nunca excluye la otra, la estética.

Si de los personajes alegóricos derivamos los conceptos directos nos quedamos en un juego de espejos. Por su parte los personajes alegóricos sólo pueden alcanzar una cierta belleza si la poesía, la música y la pintura logran hacernos olvidar los conceptos generales que representan. En cuanto a las personas de los dramas, pueden ser representados o interpretados a partir de ideas más generales, de contradicciones más generales, pero en esos casos se requiere no perder lo que el drama vivo tiene de riqueza y lo que el discurso alzado tiene de razón. El Calibán de Roberto Fernández Retamar contiene la riqueza del drama que el discurso abstracto de los opuestos pierde y que Retamar y la Revolución Cubana van matizando y enriqueciendo a partir de generalizaciones y experiencias concretas en que aparece el matiz y aparece Martí, personaje ineludible de la finura y la firmeza en la expresión y la concepción, en la congruencia y la acción, que él también supo vincular a la belleza del verso y de la prosa.

En el caso de La tempestad, como en muchas de sus obras, Shakeaspeare hizo teatro dentro del teatro. En La tempestad incrustó el teatro alegórico dentro de la obra de teatro directo. En el teatro para los actores aparecieron Iris, Ceres, Juno, representaciones de espíritus... En el de los actores aparecieron muchos hombres, una mujer de carne y hueso y un ser que era a la vez un hombre y un espíritu, aunque dijera que era puro espíritu. El proceso de llevar la expresión de las contradicciones a la concepción de su dialéctica, esto es, a la búsqueda de su sentido, es terriblemente difícil dado el embrollo de los personajes, de sus complicidades y enfrentamientos, de sus simpatías y diferencias, como diría nuestro Alfonso Reyes.

Hacer generalizaciones tomando como único punto de partida a Calibán es muy peligroso, y lo es tomar sólo a Ariel, o a Próspero como ejemplos de algo malo o bueno. Quienes lo han intentado han caído en todo género de arbitrarias interpretaciones. Han generalizado a su manera sobre particularidades que tiraron a la basura y que se ocultaron con formidables prejuicios. El problema se da también cuando de la obra se deduce la lucha de la Civilización (Próspero y Ariel) contra la barbarie (Calibán), o una lucha de clases simple que olvida cómo Antonio es el usurpador del ducado de su hermano, y cómo Sebastián está dispuesto a matar al rey de Nápoles, que por cierto también es su hermano. A la lucha entre hermanos de la propia oligarquía, de la propia ''clase alta", se añade otro posible olvido o descuido: que la alianza de los rebeldes va a ser liderada por el despensero Esteban, coreada por el bufón Trínculo y acometida por Calibán, el esclavo salvaje y deforme, todos borrachos. Es aquí donde aparece la esperanza de resolver estos problemas a partir de Calibán, explicando cómo la colonización lo ha embrutecido y cómo si tiene razones y las expresa con furia que es firmeza, y a veces hasta con sorprendente inteligencia, a la hora de rebelarse y de pensar en su ''República", él y todos los suyos, como lo esperan sus amos, caen en fandangos y borracheras mientras fabrican una ''República del horror" en que Calibán abiertamente lucha contra el imperio de Próspero para anunciar y aceptar feliz ser esclavo de Esteban, el despensero. Los borrachos bestiales, bufones y codiciosos confirman la antiutopía conservadora.

Allí viene la necesaria aclaración que Roberto Fernández Retamar hace una y otra vez. La razones de Calibán son negadas por todos sus opresores y son reconocidas por el Che, por Fidel, para sólo hablar de Cuba hoy, pero el Che, Fidel y Cuba cambian la dialéctica conservadora al poner a Ariel, al espíritu del Aire, que antes se dedicaba a espiar, a confundir y a hundir a los rebeldes, en la tarea de humanizar y humanizarse con las razones de Calibán y de los rebeldes. Y entonces se explica una dialéctica que de otra manera sería incomprensible, aunque haya uno gozado y comprendido lo que de arte magnífico tiene La tempestad de Shakeaspeare. Ahora se puede comprender a Ariel como la superación de la opresión que Próspero ejerce sobre el salvaje colonizado y deformado, y sobre el propio Ariel, ese espíritu invisible que recobra su integridad, su libertad, y que lucha contra ''la República colonial" al lado de los indios y negros insumisos. Dos cosas quedan claras, el rechazo a los colonizadores o sus herederos que ven a Calibán como una especie de ''diablo corrupto por naturaleza" (palabras de Próspero) y, al mismo tiempo, el apoyo a las razones de Calibán, y a quienes a su lado luchan por un mundo mejor, con valores en que desaparezcan la opresión, la explotación, la discriminación y la exclusión, términos nacientes, conceptos en definición.

Una rareza más cabe aclarar: la inesperada posibilidad de ver a Calibán como lo vio Rubén Darío, como ''la enorme bestia de la bolsa y el dinero" a que se refirió el gran poeta en un violento y raro ataque a los ''comerciantes de la yankería", y al enfrentar, frente al ''materialismo de rapiña" del ''yanki", ''la Hidalguía", ''el Ideal", ''la Nobleza" que Rubén Darío quiso atribuir a Ariel y a lo que llamó el ''alma latina" que ''no se prostituye" frente a las ''montañas de piedras, de hierros, de oros" que ofrece ''la infamia política del gobierno del Norte".

Cuando se desliga la interpretación de los personajes de las relaciones que guardan en La tormenta, cada intérprete puede hacer de cada personaje un representante concreto de sus pasiones abstractas. Eso ocurre particularmente cuando se habla de América Latina o Hispánica como de una cultura que, en bloque, se opone a la anglosajona, o cuando se exalta a los trabajadores, a los excluidos, a los oprimidos y se les quiere ver representados por un Calibán sin tacha, dejando de plantear así la muy concreta necesidad de reconocer y superar las contradicciones ''en el seno del pueblo", y el peligro en que se halla éste de seguir siendo dominado y explotado por colonialistas yanquis y criollos si no acorta sus fiestas rebeldes, si no supera sus alegrías desarmantes, sus pleitos internos, sus ignorancias y debilidades, las que Martí vio, las que Martí superó con un legado creador intelectual y moral increíble, en que su obra maestra es la Revolución Cubana.

No cabe duda que muchos de nosotros, los latinoamericanos, los iberoamericanos, e incluso algunos indoamericanos, tenemos hasta hoy una visión racista, colonialista, del indio, del negro y hasta del mestizo pobre. Como diría Trínculo, el bufón: ''No damos un peso para socorrer a un mendigo lisiado y gastamos diez para ver a un indio muerto". Si Coleridge en sus Notas sobre la Tempestad hizo un perfil racista de quienes clasificó como ''sirvientes naturales", y declaró bueno al sirviente Ariel colocándolo en un orden etéreo que tampoco era ''humano", mientras dijo del sirviente rebelde Calibán que ''sin sentido" moral y ''sin razón humana" era como un ''bruto", como un ''animal", algunos de nuestros clásicos no se quedaron atrás cuando sostuvieron, como Juan Ginés de Sepúlveda, que los indios son ''homúnculos", ''hombrecillos", ''apenas hombres", términos infames que para anunciar la conquista y exterminio de los colonizables usó por vez primera Cristóbal Colón, en su carta del l5 de febrero de l493, al calificarlos de ''bestias", mientras muchos de sus sucesores hispanoamericanos, encabezados por Sarmiento, hablarían de ellos como ''canallas", como ''indios asquerosos" y como ''salvajes incapaces de progreso".

No, la lucha no es de anglos contra hispanos, ni de mestizos contra indios, tampoco es sólo una lucha de clases, ni sólo una lucha entre colonialistas y colonizados, entre burgueses y proletarios, ni todos los conservadores son malos escritores ni todos los rebeldes grandes poetas. Roberto Fernández Retamar nos ayuda a repensar la historia desde ''el otro lado, desde el otro protagonista", con sus relaciones esenciales. Como la Revolución Cubana, y con ella, va superando las contradicciones del otro, del nosotros. Roberto está contra la bestialización de las clases populares, contra la bestialización de las poblaciones coloniales o colonizables, trabajadoras y explotables. Roberto está contra las contradicciones de Calibán en tanto éstas disminuyen nuestras posibilidades de liberación y de construcción de una República Humana.

Está contra las abyecciones de Ariel cuando éste sirve al imperio de Próspero para espiar a quienes se rebelan, para confundirlos, para sembrar entre ellos discordias y divisiones, para hundirlos en el lodo. Pero está en favor de la rebelión de Ariel y de lo que éste significa en Rodó como defensa de la moral y la cultura hispanoamericana; en Alfonso Reyes como recreación de la lengua y el humanismo; en Rubén Darío como rabia furiosa y comprensible, aunque fugaz y superficial, y por supuesto en la nueva revolución que en el mundo concibe y desata Martí desde Cuba, pasando por todos los intelectuales que con ideologías cristianas o liberales, socialistas, o comunistas, se unen a las luchas y reflexiones de sus pueblos. Y es en ese afinar conceptos tan enredados, que son parte de nuestra opresión, como Roberto critica al Sarmiento o al Borges que se suman a la civilización conquistadora y racista, y elogia la belleza de su prosa y de su verso. Entre la confusión contradictoria Roberto Fernández Retamar y la Revolución Cubana desarrollan cada vez más la dialéctica de la finura y de la firmeza.

La dialéctica de La tempestad aparece en un momento de la historia, en un escenario. La dialéctica de Todo Calibán aparece en la historia de los pueblos, los trabajadores, los ciudadanos, los intelectuales de América Latina y el mundo, en la historia y la actualidad del colonialismo que hoy sirve al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, a las megaempresas y complejos militares industriales encabezados por Estados Unidos y por sus redes de asociados y subordinados anglos, latinos, judíos, árabes, africanos y asiáticos.

La tormenta de este colonialismo no parece estar sólo en nuestro pasado sino en nuestro futuro, amenazando con hundir en nuevos pantanos al Mundo. Todo Calibán de Retamar ya no es un personaje de teatro, ni lo es su Ariel que pide luchar por las razones de Calibán, ni lo es el Ciberpróspero del imperialismo y la globalización que está a punto de llevar al mundo al ecocidio y la guerra. Todo Calibán es parte de la lucha por la sobrevivencia del mundo.

(Decir sin leer: Lean Todo Calibán, lean a Fernández Retamar, lean a Cuba, y recuerden que el Che también admiraba a Ariel).

 

Palabras leídas en un homenaje a Roberto Fernández Retamar en la versión 16 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el pasado 5 de diciembre

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