Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 10 de diciembre de 2002
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Editorial
 
LA BANCARROTA DEL NEOLIBERALISMO

sol-2Ayer, la compañía aérea United Airlines, la segunda mayor del mundo y la primera en número de rutas, decidió acogerse al capítulo 11 de la Ley de Quiebras de Estados Unidos, en un desesperado intento por salir del pozo de deudas en el que se encuentra desde hace poco más de un año, cuando los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 sumieron a las aerolíneas del mundo en una crisis sin precedentes.

La bancarrota de United Airlines, otrora una de las empresas presentadas como modelo a escala internacional, constituye, sin embargo, mucho más que un indicador de la fragilidad de la aviación comercial a escala global. La debacle de United es un síntoma del desmoronamiento de un modelo económico que, abrumado por sus propias contradicciones, no ha sido capaz de generar y distribuir riqueza de manera justa y suficiente para mantener su sustentabilidad y prevenir la corrupción corporativa y el desenfreno especulativo. Los atentados del 11 de septiembre tan sólo remataron un proceso de descomposición de dimensiones mayores, circunstancia que se evidencia en el aturdimiento económico que padecen, desde hace largo tiempo, Estados Unidos y los países en los que el neoliberalismo y la globalización salvaje fueron impuestos por Washington y sus personeros en los organismos financieros internacionales.

Varias de las más importantes corporaciones estadunidenses se han visto forzadas a reducirse o declararse en bancarrota al no ser capaces de funcionar en el erosionado entorno económico provocado por la vigencia de un capitalismo depredador que ahora, después de asolar las naciones en desarrollo, comienza a devorar también a sus propias criaturas. Casos como los de Enron y Worldcom, por añadidura, mostraron las lacras de corrupción en las que incurrieron, cobijados por el sistema, altos ejecutivos y grupos políticos más interesados en el lucro personal a cualquier costo que en la seguridad de sus accionistas y electores, a los que estaban obligados a servir y proteger.

En este contexto, resulta comprensible que el gobierno de George W. Bush esté empecinado en desatar una guerra, por demás injusta y bajo el falaz argumento de combatir el terrorismo internacional, contra Irak: la maltrecha economía estadunidense necesita con urgencia el ominoso oxígeno que los conflictos armados conceden a los grandes conglomerados industriales y, por otra parte, sus gobernantes apelan al embotamiento que los discursos y aprestos bélicos generan entre la población de ese
país para frenar el descontento y contener el desgaste de sus dirigencias políticas.

Con todo, el recurso de la guerra será, si se consuma, apenas un paliativo para la evidente desarticulación económica del neoliberalismo. De no reformularse de raíz el modelo vigente, la economía mundial podría encaminarse a una peligrosa e indeseable caída, con los consiguientes y dramáticos saldos en términos humanos y sociales.

 Como ha podido comprobarse en las naciones latinoamericanas, el capitalismo salvaje dirigido desde Washington y sus brazos financieros internacionales no ha generado sino miseria y desasosiego en proporciones cada vez mayores. Por ello, resulta imperativo abandonar de una vez un modelo que -prácticamente en todo el orbe- sólo ha beneficiado a una pequeña elite empresarial y política y, en cambio, ha sumido en la pobreza y la desesperanza a millones de personas.
 

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