Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 10 de diciembre de 2002
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Cultura

Teresa del Conde

José Chávez Morado. In memoriam

El primero de diciembre murió a los 94 años uno de los dos últimos muralistas tradicionales adscritos al concepto que tenemos sobre la ''Escuela Mexicana", aunque de sobra sepamos que en sentido estricto no hubo ''escuela". Quizá, entre todos sus colegas, Chávez Morado fue el más acendrado nacionalista, pero no lo fue de manera grosera ni beligerante, además de que en la segunda mitad de la década de los sesenta se dio cuenta perfecta de que el muralismo, tal como él y sus antecesores lo concibieron, había dejado de ser una opción viable.

Recuerdo con viveza la bonhomía y la elegancia con la que el matrimonio Chávez Morado-Costa me recibió una tarde en su casa de la Torre del Arco en Guanajuato para tomar el té. El acendrado pintor de las identidades nacionales parece haber asumido esa arraigada costumbre vespertina que tal vez su esposa, la bella pintora Olga Costa, instauró. Ella, al igual que su hermana Lya (que fue la esposa de Luis Cardoza y Aragón) nació en Alemania y fue hija de un músico que se encuentra hoy día en plan de revaluación: Jacobo Kostakowsky. La casa de los Chávez Morado es como un museo, dada la colección personal que ellos allí albergaron y que incluye espléndidas pinturas anónimas de los siglos XVIII y XIX, pero a la vez, dado que la colección no ''se viene encima", los interiores son totalmente domésticos, vívidos, acogedores, aireados, sin esa sensación de horror vacuo que a veces desprenden las estancias de los coleccionistas.

La obra que más aprecio de José Chávez Morado no es una pintura, aunque algunas hay que recuerdo con detalle. Entre sus creaciones la que me parece más lograda es la secuencia en relieve que cubre la monumental columna del Museo Nacional de Antropología. Según Raquel Tibol faltaban sólo 50 días para la apertura del recinto, cuando Pedro Ramírez Vázquez le encargó la ornamentación de esa columna que sostiene un plafón enorme, de 85 x 54 m, a modo de sombrilla. Fue recubierta de placas de bronce según diseño de Chávez Morado y según esquema técnico tanto de él como de su hermano Tomás. Una pátina adecuadamente elegida y trabajada uniforma los relieves, de lo que resulta que columna y ornamento quedan fundidos en una sola instancia.

Desde mi punto de vista esa es la única pieza historiada del museo que -connotando identidad- se aviene perfectamente a la estructura general que guarda. La verdad es que los murales me parecen anacrónicos, incluso me lo parece el muy celebrado del maestro Rufino Tamayo, que me hace evocar figuras de utilería propias de algún recinto infantil.

Quizá la obra más conocida del maestro de Silao sea la ornamentación al fresco de la escalera de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato. No me resulta acertada, tiene un ritmo falsamente orozquiano que no da el ancho. En el palacio de gobierno también hay murales suyos, pero los primeros que realizó en 1936 estuvieron o están en la Escuela Sonora. Poco después pintó frescos en la Escuela Normal de Jalapa, Veracruz, y allí conoció a un pintor que murió prematuramente y que a varios nos ha causado desvelos: el oaxaqueño Francisco Gutiérrez (1906-1945), que según se sabe estuvo también contratado para la consecución de esos murales, muy maltratados cuando tuve oportunidad de verlos hará una década.

Pedagogo de gran altura y promotor cultural consumado, a Chávez Morado hay que recordarlo, entre otras cosas, como xilógrafo y litógrafo de excelencia y como diseñador de programas de alcance masivo; sirva como ejemplo el que implantó en la Escuela de Diseño y Artesanías del INBA. Estaba obsesionado con la valía de las artesanías auténticas, pero a la idea de su perfeccionamiento productivo unía la de utilidad de propósito, es decir, en su intento de mejorar los talleres algo debe de haber tomado del programa de la Bauhaus.

Hay un cuadro de caballete suyo que fue objeto de un minucioso e interesante estudio; tiene como tema la ciudad de México, es de 1947 y obtuvo premio en un concurso propiciado por el diario Novedades. Se titula Río revuelto y pertenece a las colecciones de la Secretaría de Hacienda. El estudio al que me refiero fue realizado por Fausto Ramírez. Ahora que felizmente ya se reabrió el Munal, quizá fuera posible solicitar el cuadro y exhibirlo como pieza de mes en homenaje al maestro de tan larga trayectoria.

Otro cuadro suyo que recuerdo con viveza es México negro, en el que el personaje principal es el esqueleto de un dinosaurio. Como pintor de caballete, Chávez Morado fue ecléctico, a veces tuvo aciertos contundentes, sobre todo cuando se permitió aceptar el influjo que sobre él ejercieron ciertos trabajos de Goya.

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