Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 12 de noviembre de 2002
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Cultura

Teresa del Conde

Registro

En bien diseñadas invitaciones el grupo integrado por los hermanos Alberto y José Castro Leñero, Teresa Zimbrón, Carlos Villanueva y Santiago Borja convocan a una colectiva vigente del 8 al 15 de noviembre con el rubro Procesos creativos, con lo que de manera inadvertida los artistas se alían en intereses (por lo menos debido al título) al tema de la versión 26 del Coloquio Internacional de Historia del Arte del Instituto de Investigaciones Estéticas que se inauguró el pasado domingo. Las sesiones se desarrollan en la Universidad Autónoma de Coahuila, en Saltillo.

Próximamente me ocuparé del mismo, pero, de momento, mi intención es resaltar la moción por parte de éstos y de otros artistas, ya sea individualmente o vinculados entre sí, de explorar posibilidades de circulación y de promoción ajenas a los medios tradicionales. Me refiero a los habituales en salones como el Bancomer, exhibido de nueva cuenta en el Museo de Arte Moderno, o como los que privan en museos y en galerías de prestigio.

Esta es la segunda vez que los cinco pintores exhiben obra en el vasto e impresionante taller de Alberto Castro Leñero, que sólo por la estructura que guarda merece una visita. Alguna vez dije que Jackson Pollock lo envidiaría.

Varias de las obras exhibidas se acompañan de referencias (fotografías, documentos, imágenes digitales, bocetos) vinculadas con sus ''fuentes" o sus estructuras. Pero ni así es posible que un artista ''exhiba" sus procesos creativos. Hay un punto X inalcanzable en ellos y posiblemente ni los propios autores son plenamente conscientes de en qué consiste eso.

Alberto exhibe dos esculturas muy afortunadas: ambas están cubiertas de pedacería de mosaico esmaltado, se intuye que el autor quiso explicitar alguna referencia prehispánica (no es ni con mucho la primera vez que lo hace) en esta ocasión referida posiblemente al famosísimo cráneo mexica de las colecciones del Museo Británico que se exhibe en el Museo del Hombre en Londres. Es una pieza multirreproducida, de raras cualidades. Jorge Alberto Manrique y yo pensamos que -por ser ''prehispánica" en cuanto a morfología, fue realizada ya bajo parámetros que se establecieron después de la Conquista-.

Como quiera que sea, la referencia a esta pieza privilegiada por parte de Alberto es sólo eso: un recordatorio sobre modos de hacer, el resultado es atinado, los tilos, de color perfectamente dosificado, hacen recordar ciertos trabajos portugueses. Si el procedimiento es artesanal, el resultado es, en cambio, muy actual.

Además de esos trabajos, la novedad importante de la muestra es la instalación de Zimbrón, armada de cuatro óleos que representan otras tantas puestas de sol progresivas, en paisajes costeños. Ella tomó como eje un mismo ángulo. No hay persona alguna en esas playas, pero sí huellas de que allí muchos estuvieron. Lo único que dejaron fue unas sillas vacías, que disminuyen en número.

Sus sombras, proyectadas en la arena, entrarían de maravilla en el contexto del estudio postrero de Ernst H. Gombrich, Cast shadows. Eso y la opción -entre kitsch e hiperrealista- elegida por la autora, fue lo que me interesó más de su propuesta pictórica. Acompañó los paisajes de una instalación en la que hay pequeñas sillas de caoba realizadas a escala. Tal y como están colocadas en unos anaqueles perfectamente diseñados, proyectan sus sombras en la pared.

Una silla a escala natural, idéntica a las demás, está colocada en el suelo y su sombra alargada forma parte de la instalación. Pero la sombra está pintada. En sentido junguiano la ''sombra" está relacionada con el lado oscuro del ánima y al parecer el mensaje de Zimbrón, al dejar las sillas en los parajes desiertos de la playa (algo que ver con las sillas de Ionesco) está relacionado con la posibilidad de descifrar la complejidad del mundo contemporáneo, complejidad que provoca ideas apocalípticas.

Lo que me llamó la atención es el aspecto formal -muy bien logrado- de una idea que conlleva la minuciosa factura de los óleos contrastada con la perfecta ejecución de los objetos tridimensionales en caoba y la poética con que lo encaró. Es un conjunto que vale la pena observar y aquilatar, ojalá fuera posible itinerarlo, aunque yo no estaría de acuerdo en situarlo como discurso conceptual. Es un discurso poético que desata diferente tipo de asociaciones.

Las cabezas bocetadas al óleo (un poco baconianas) de Santiago Borja, así como las fotografías de Carlos Villanueva me eran desconocidas, y las encontré acertadas. En cambio ya conocía el conjunto (de muy buen nivel) de pinturas presentadas por José Castro Leñero.

Dos estuvieron a punto de obtener el premio Omnilife, pero se quedaron en mención honorífica. Las pinturas se acompañan de varias imágenes digitales, algunas logradísimas. Pero lo importante no es tanto eso, sino la consciencia de estos artistas de mostrarse ''antiedípicos" (en el sentido de Guattari) al prescindir de apoyos oficiales y de la iniciativa privada.

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