Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 7 de noviembre de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Cultura

Olga Harmony

Cervantino en la capital

Algunas escenificaciones teatrales del trigésimo Festival Internacional Cervantino se presentaron en diversos foros capitalinos, algunos dentro del encuentro Arte 2002 del Instituto Nacional de Bellas Artes (y hay que agradecer que este año no desplazaran del todo a los montajes de compañías nacionales) y otras en otros espacios. A partir de que encuentro absurda la petición de miembros de la iniciativa privada guanajuatense de que salga Ramiro Osorio de la dirección del festival porque no se cumplieron del todo sus expectativas -como si la renovada crisis no nos afectara a todos- lo visto este año me hace pensar sin chovinismos que muchos de los espectáculos nacionales pueden emparejarse a los internacionales sin desmedro.

Ojalá que la comunidad teatral olvide el fracaso del pasado Mercartes y reciba de plácemes la iniciativa Puerta de las Américas, que el próximo año pretende impulsar a otros públicos lo que el talento escénico nacional produce en la capital y los estados, ya que en estos últimos se puede dar algo de tal calidad como Cartas al pie de un árbol, del bajacaliforniano Angel Norzagaray, que por estos días se presenta también en un escenario capitalino.

Volviendo al Cervantino. Pudimos disfrutar la única forma teatral japonesa que no conocíamos, el teatro de títeres Bunraku, que nos presentó una adaptación del Noh, Pescando esposas y, sobre todo, El suicidio de amor de Sonezaki, en que la belleza de los muñecos y escenarios se unió a la manera operística en que el joruri o cantor desarrolla la trama y el ceremonial con que actúan todos los participantes, al tiempo que pudimos escuchar una música diferente a la tradición occidental. Pienso que con esta primera presentación el festival alcanzó, en lo que respecta al teatro, un nivel que por desgracia no se dio en todas sus manifestaciones.

Por ejemplo, el suizo Teatro Malandra nos desconcertó a muchos con una curiosa escenificación, Ay, Quixote, en que se advierten todos los defectos de la creación colectiva que ya creíamos desechada. La escenificación une, a su manera, varios episodios de la novela cervantina sin auténtica continuidad dramática y sin que los efectos especiales -a excepción de la muerte de El Caballero de los Espejos- sean tan bellos y significativos, ni la capacidad corporal de los actores tan grande como para remediar lo mediocre de la propuesta. El colmo de los lugares comunes, esa innecesaria referencia a La Piedad, de Miguel Angel.

Al margen del Festival 2002, el rumano Teatrul Bulandra presentó Tío Vania, de Anton Chéjov, en el remozado Teatro de la Ciudad. Por cierto, no se entiende que algún demagogo de la Secretaría de Cultura haya regalado montones de boletos, a falta de una promoción adecuada, con lo que familias enteras se presentaron con niñitos incluidos (que por cierto se portaron muy bien ante Chéjov en rumano) aunque mucha gente interesada haya ignorado que tal presentación se haría. La compañía, dirigida por Yuri Kordnosky, utiliza un único espacio, diseñado por Elena Dimitrakova -autora también de un vestuario muy lejano a la época- en que se resuelven todos los otros con muy imaginativas transiciones y lugares de resguardo de la utilería. Yo opondría el reparo de ese tío Vania, cuyo atildamiento fue subrayado por el dramaturgo al decir que usaba corbata de seda, y que debe perderse en el transcurso de la mucha bebida para recuperar su triste dignidad al final, aquí un tanto apayasado y sin cuidado de sí mismo desde el principio. La revisión del humor chejoviano a veces traiciona a sus personajes.

Con La ópera de los tres centavos, de Bertolt Brecht, el grupo alemán Theater an der Rurh dividió las opiniones entre los que se rindieron al encanto de la compañía -y sobre todo de su director, Roberto Ciulli, quien hace de clownesco narrador- y quienes pensamos que se excedió un tanto lo grotesco, como son traje y actitud del Tigre Brown o la escena del burdel, por poner dos ejemplos. Por supuesto que con ese kitsch deliberado se conserva y se reafirma la idea de Brecht de que el espectador se sepa en un teatro y analice sin dejarse llevar catárticamente, por lo que establece las rupturas, pero una mayor dosificación hubiera sido más convincente.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año