Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 25 de octubre de 2002
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Dos décadas de la otra alfabetización

Ajenos al plan oficial, grupos de bachilleres realizan cada año esa labor en zonas rurales

AURELIO FERNANDEZ F.

Una joven de 17 años enseña a leer y escribir a cinco señoras y dos campesinos. La alfabetizadora es una estudiante de segundo año de preparatoria y decidió usar sus vacaciones "de verano" para vivir en una comunidad durante diez semanas.

Se llama, digamos, Sofía y vive en ese periodo en la escuela primaria de una localidad rural con 45 compañeros de preparatoria y de otros centros educativos de su ciudad. Se han preparado desde enero hasta junio, mes en que parten al pueblo que eligieron, dejando una mezcla de preocupación y beneplácito entre sus padres. Tomaron cursos con sus coordinadores, leyeron al pedagogo Paulo Freire, estudiaron videos de otras campañas, en los que a veces no conocen a nadie de los que aparecen; fueron los fines de semana a buscar lugares donde desarrollar su esfuerzo.

Sofía y sus compañeros se mantienen con el dinero que juntaron mediante rifas, fiestas y sableando a quien se deje, con los pocos recursos que da el Instituto Nacional de Educación para Adultos (INEA) -cuando aporta- por cada alumno alfabetizado y algún otro apoyo gubernamental o privado, además de la infaltable contribución de los padres. Todo ello se reúne en un fondo común con el que compran comida, útiles y pagan el transporte hasta las pequeñas comunidades en las que trabajan.

Miles de muchachos han hecho esta labor alfabetizadora durante dos décadas sin que su esfuerzo forme parte de los planes nacionales de educación para adultos. Tampoco existe una coordinación permanente de las escuelas o de los grupos que llevan a cabo esta labor.

Es un hecho extraordinario que una experiencia iniciada por una pequeña escuela del Distrito Federal en dos comunidades michoacanas haya trascendido en el tiempo, y en el número de grupos y personas que lo llevan a cabo, sin más hilo de continuidad que el entusiasmo transmitido por aquellos que alguna vez lo experimentaron.

Hoy que el INEA se declara incapaz de solucionar el rezago educativo y ofrece crear cibercafés para paliarlo, para que los analfabetos vayan a aprender a leer y escribir directamente en el teclado, "entrando a ver el museo del Louvre o el MAM de Nueva York" (La Jornada, 11 de febrero de 2002), la experiencia desplegada en este par de décadas resalta como una opción a la propuesta del actual director del instituto, ex titular de la universidad virtual del Tec de Monterrey y conferencista en temas de superación personal, quien seguramente nunca ha pisado una localidad campesina del país.

Ahora que las dependencias federales de Educación y Desarrollo Social han convenido con las iglesias entregarles recursos a cambio de que alfabeticen -en una mezcla de cumplimiento de promesa seglar de campaña y descarga de responsabilidad de Estado- resalta la versión laica que esta otra forma de enseñanza de adultos representa.

En este modelo -alternativo, freiriano, comunitario o como quiera llamarse- de lo que se trata es de que los estudiantes de las preparatorias empleen sus vacaciones para vivir en alguna comunidad, organizar su estancia y dedicar su tiempo a dos tareas principales y simultáneas: enseñar las primeras letras, la primaria o la secundaria; y conocer y aprender la forma de vida, los problemas, el pensamiento de la gente con la que coexisten. Nada más, pero tampoco cosa menor.

Entre quienes han hecho este tipo de alfabetizaciones durante 20 años hay un acuerdo fundamental: se enseña, pero se aprende. Cualquier intento de usar la balanza entre una y otra cosa es un absurdo. Como lo es tratar de cuantificar los "logros" a la manera del sector público.

De hecho, no se sabe con exactitud cuántos muchachos han participado en las campañas ni cuántas personas se han beneficiado con su trabajo. Alguien ha calculado más de 3 mil jóvenes y entre 20 y 25 mil personas del campo mexicano con las que se ha convivido. De todas maneras, y en descargo de esta omisión estadística, los datos oficiales en México son los más falsos entre los fantasiosos. Es posible que si sumamos las cifras del INEA desde su fundación, ya se haya alfabetizado un par de veces a todo el país. Saber en realidad cuántas personas no saben leer según los interrogatorios del INEGI es otro cálculo heroico, porque la reacción de las personas al "Ƒsabe usted leer?" es materia de análisis que superan la demoscopía en sí misma.

Más aún, este modelo no ha tenido como meta sumar cifras, agregar cantidades, sino la convivencia entre dos de los muchos Méxicos, intercambiando conocimientos, experiencias y emociones. Pero los reportes de las personas que han recibido la enseñanza de los muchachos no dejan lugar a dudas de que es la mejor forma de transmitir los conocimientos de la lectoescritura.

Lejos pero como en casa

-Estamos muy lejos, Ƒno?

-ƑMuy lejos de qué?

-De todo, de nuestras casas, de la escuela.

-Yo no me siento lejos de nada. Es más, me siento como en mi casa, como si siempre hubiera vivido aquí. Conozco a casi todo el pueblo, mis alumnos me quieren mucho y están aprendiendo. Estoy conociendo cosas que no me pasaba por la cabeza cómo se hacían, la siembra, la pesca de río, la forma de pensar de esta gente...

Esa fue la charla de un alfabetizador con un visitante a media campaña. Pero Ƒcómo sintetizar lo que miles de jóvenes piensan de ese trabajo?

Martín Alonso es hoy un cineasta con mucho trabajo dentro y fuera de México, y cuenta: "Conforme voy creciendo -ahora tengo 34 años-, la educación que recibí en la escuela ha ido adquiriendo cada vez más su verdadero peso. No me refiero a las lecciones de matemáticas o ciencias, o a las clases en las aulas, sino a otra cosa más indefinida y abstracta, que tiene que ver con la forma de mirar el mundo... La experiencia que adquirí en las alfabetizaciones ha sido fundamental para mí".

Juan Américo González, hoy investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM, quien está instalando un observatorio astronómico en Michoacán, recuerda que cada vez que pasa por el pueblo en el que alfabetizó se detiene "a ver a mis alumnos; como con ellos, vemos cómo les ha ido y recordamos lo que hicimos juntos... esta experiencia cambió mi vida".

Un pensamiento de Hugo Gatell, quien hoy es un eminente epidemiólogo:

"La alfabetización sigue ocupando un lugar central en mis memorias y mi formación como persona. Creo que, igual que para muchos otros, seguirá siendo referencia obligada de una adolescencia llena de enseñanzas, convicciones y compromisos sociales que no se olvidan y que nos mantienen alerta para no claudicar en estos tiempos matracas de oportunismo y de componendas que justifican atrocidades en voz de un falsa modernidad".

Centenares de alfabetizadores y ex alfabetizadores se están poniendo de acuerdo para celebrar estos 20 años. Cada uno tiene una historia y una experiencia que podría contar, pero para todos los que participaron, o casi todos, su intervención en la campaña es una vivencia indeleble, y para la mayoría significó un cambio definitivo en su vida.

Para los campesinos que entraron al programa también. Estefanía García, campesina de Nealticán, en las faldas del Popocatépetl, recuerda cómo hizo un grupo de siete mujeres que tomaron clases con el maestro Joan en su casa --sin luz, sin agua corriente y con una gran insalubridad--y lograron aprender a leer y escribir, terminar la primaria. Estefanía pudo, con sus nuevas herramientas, pelear mejor por la libertad de su marido encarcelado injustamente, hasta que logró liberarlo. Su mamá, doña Saturnina, de más de 70 años, logró escribir su nombre y firmar con él, no con su huella, los papeles de propiedad de sus tierras.

Estas historias se acumulan una a una. Maclovia, habitante de San Andrés Tziróndaro, en la rivera del lago de Pátzcuaro, dijo una vez: "Yo no conocía a nadie de la ciudad; nunca he ido más allá de Quiroga". Hoy lleva sus productos de popotillo y tule a Morelia: no la engañan porque aprendió a hacer cuentas. Cada vez que su maestro Martín va a visitarla le hace una fiesta con lo que tiene, corundas o ahuácatas, y hasta le echa confeti en la cabeza, como aquella vez en que acabaron sus cursos en 1984.

foto4 Las cuentas son algo básico para las personas del campo: saben hacerlas mentalmente, pero muchas veces hay que ponerlas en un papel. Doña Ruth, quien vive en una comunidad del río Apulco, de las que se vieron devastadas en 1999, hace ya paletas gracias a un taller en el que aprendió durante la campaña de 2001 y las vende por todo los pueblos de la región. Con ello se defiende de la sequía que este año asoló la Sierra Norte poblana, la que se agregó a la pérdida de terrenos que el río se lleva día con día desde aquella desgracia del 99, con todo y la abundancia de acamayas, burritos y macaquigüis, con cuya pesca y venta también se ayudaban.

Los aportes culturales que estos encuentros dejan son muy notables, no sólo para los jóvenes urbanos que alfabetizan sino también para más gente. Baste un ejemplo: es gracias a las alfabetizaciones de 1986 y 87 en la zona del Popocatépetl y la Iztaccíhuatl que se sabe que al volcán le dicen "Gregorio", "Gregorio el Chino Popocatépetl" para ser exactos; y a la volcana, además de volcana, le dicen Rosita, Teresita o Manuelita, según el pueblo. Además, los muchachos traían noche a noche a sus asambleas cotidianas datos precisos del ritual a los volcanes, de las ofrendas, de los días apropiados para las ceremonias. Es allí cuando se gesta la elaboración del reportaje publicado por La Jornada en 1989, en el que se cuenta todo esto hasta el grado de popularizar el "Gregorio" como sinónimo de Popo y hacer de los tiemperos, cuando la erupción se presentó, un recurso indispensable para la prensa y sus consumidores de todo el mundo.

Los orígenes y la fiesta

Todo empezó en 1982 con una escuela ya desaparecida, el Centro Activo Freire, con campañas en San Jerónimo Purenchécuaro y San Andrés Tziróndaro, en Michoacán. En 1985 se hace la primera campaña entre varias escuelas, con el Colegio Madrid y el Prometeo. A la fecha son más de diez escuelas las participantes, destacando que por primera vez una institución superior y pública toma el proyecto, la Universidad Autónoma de Puebla.

En el lapso de referencia se ha trabajado en 97 comunidades de 11 entidades federativas de la República, en algunas localidades más de una vez. Los grupos que alfabetizaron son más de 37, con alumnos de 15 instituciones educativas, entre ellas, además de las mencionadas antes, están alumnos de la UNAM y el Colegio de Bachilleres, la Comunidad Educativa Montessori, el Centro de Integración Educativa Sur, el Instituto Escuela, el Liceo Michoacano, el Centro Educativo Morelia y estudiantes del Olinka.

El próximo 26 de octubre se hará una fiesta celebratoria en Huiramba, Michoacán. Irán muchos de los que han hecho este esfuerzo emblemático, pequeño si atendemos a la carencia nacional de educación; pequeño, pero como dice Carlos Fuentes, México es un país inmenso que "quiere y se quiere, sin embargo, a través de lo pequeño"... porque "las pequeñas cosas de México son las más grandes".

(Para mayor información consulte la página www.alfabetizacion.org.mx)

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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