Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 24 de octubre de 2002
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Editorial
 
CHECHENIA: LA GUERRA OLVIDADA

sol-2El asalto al teatro Dubrovka, perpetrado antenoche en Moscú por un comando de rebeldes independentistas chechenos que mantenían, hasta el cierre de esta edición, a unos 700 rehenes en el local, pone en primer plano la persistencia de una guerra colonial injusta, criminal y absurda que ha diezmado al pueblo de Chechenia y que ha colocado a la Rusia postsoviética en un abismo militar, económico y, sobre todo, moral, que no parece tener fondo.

El cruzar apuestas con la vida de civiles inocentes es, ciertamente, un método de lucha injustificable y repudiable en todos los casos, y particularmente en éste, en el que los atacantes atraparon a una multitud de espectadores de teatro, por completo ajenos al drama que padece Chechenia desde hace, cuando menos, tres años.

Al mismo tiempo, debe señalarse que los responsables últimos de la angustiosa crisis que se vive en las horas actuales en Moscú son los gobernantes rusos --Boris Yeltsin y Vladimir Putin-- quienes decidieron retomar la política colonialista del viejo imperio de los zares contra pueblos a los que se estimó demasiado débiles e incapaces de preservar o reivindicar su soberanía. En 1991 Yeltsin carecía de medios militares, diplomáticos o económicos para mantener el control de Moscú sobre repúblicas como Ucrania, Georgia, Bielorrusia, Uzbekistán, Turkmenistán, Kazajstán y otras ex integrantes de la URSS, de modo que se unió a ellas para firmar el acta de defunción de la Unión Soviética. A los secesionismos que surgieron dentro de Rusia, como el checheno, les deparó, en cambio, un trato implacable, cruel y hasta genocida. Prueba de ello fue el bombardeo de Grozny, la capital de la martirizada Chechenia, con todo y sus habitantes dentro --fueran o no combatientes independentistas-- en 1999.

Los testimonios que han podido recabarse de esos episodios hablan de crímenes de guerra comparables a los perpetrados por Slobodan Milosevic en Bosnia y Sarajevo o los cometidos por el gobierno israelí en los territorios palestinos ocupados. Y sin embargo, hasta la fecha, en los campos de Chechenia Rusia se ha empantanado en una suerte de segundo Afganistán: puede mantener allí un régimen títere y un mínimo control, pero a cambio de enormes e injustificables bajas militares --fuentes occidentales calculan que unos 125 soldados rusos son muertos o heridos cada semana-- y de una represión feroz contra los habitantes del país.

Los procedimientos terroristas de toma de rehenes son injustificables y condenables, ciertamente, pero los asaltantes del teatro Dubrovka han hecho llegar al gobierno ruso una reivindicación fundamentada y plena de sentido común: que las tropas rusas salgan de Chechenia y que termine la carnicería que efectúan allí. Cabría esperar que, por una ocasión, el gobierno ruso dejara de lado su autoritarismo y las razones de Estado y, en lugar de provocar un baño de sangre en el corazón de Moscú y una nueva escalada represiva, entendieran de una vez por todas que la independencia de Chechenia es un precio realmente moderado para detener la guerra, el terrorismo y la degradación moral de los contendientes.
 

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