Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 21 de septiembre de 2002
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Editorial
EL MUNDO, BAJO LA AMENAZA DE BUSH

Finalmente, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, manifestó ayer con descaro la pretensión de su administración -que no del pueblo al que dice representar- de regir como el poder supremo del mundo. El documento "La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos", eje de la peligrosa política internacional de Washington, entierra definitivamente las premisas en las que se ha fundado el equilibrio mundial de fuerzas en los últimos 50 años, reemplaza la disuasión y la no proliferación armamentista con la "acción preventiva" -que no es otra cosa que la destrucción de todo Estado, grupo o persona que obstaculice los designios del aparato político-económico-militar de la única superpotencia- y afirma que la Unión Americana no tolerará que ningún adversario intente igualar o superar su poderío bélico.

Bajo el falaz argumento de defender la libertad, el libre mercado y la propiedad privada, Bush se apresta a imponer al mundo una visión única e imperial que no tolera la pluralidad y que pasa por alto el acosado, pero aún vigente, orden multilateral con el que la comunidad internacional ha intentado apartarse de la barbarie y resolver pacífica y justamente los diferendos entre las naciones.

La nueva doctrina estadunidense es, bajo todas las ópticas, totalitaria: pretende someter al mundo a cualquier costo, incluida la intervención militar; se ostenta como defensor de una serie de valores -libre mercado, propiedad privada- que, en las circunstancias actuales del orbe y, en gran medida, por causa directa de la acción de Washington y de sus personeros ubicados en los organismos financieros y en incontables gobiernos serviles, no son sino la depredación del capitalismo salvaje y de sus grandes corporaciones trasnacionales; pretende homogeneizar culturas y economías bajo el molde estadunidense y utilizará para ello las "ayudas" del Fondo Monetario Internacional como arma de presión y chantaje para avasallar aún más a las naciones en desarrollo. Pasa por alto la legalidad internacional en los casos que le resulte conveniente y no reconoce -incluso, cabe suponer, intentará minar- algunos de los esfuerzos civilizatorios, como la Corte Penal Internacional, en aras de asegurarse un amplio margen de impunidad. Por añadidura, oficializa la hipocresía y el doble rasero en materia política, pues a la par que pregona la defensa de los valores democráticos, respalda incondicionalmente la represión criminal a la que el gobierno de Ariel Sharon somete diariamente al pueblo palestino y se cruza de brazos ante las continuas violaciones de los derechos humanos que se registran en su mismo territorio.

Para su propia ciudadanía, la estrategia de Washington representa también un grave peligro, circunstancia denunciada por muchas de las mejores inteligencias estadunidenses. Con una "hueca oferta de seguridad" como pretexto, según señala el comunicado difundido hace dos días por más de cuatro mil intelectuales de ese país, el gobierno de Bush distorsiona el dolor por las víctimas inocentes del 11 de septiembre -apoyado en medios de comunicación "sometidos y acobardados", como afirma el manifiesto antes aludido-, la conciencia de sus propios compatriotas para que cierren los ojos ante las futuras atrocidades cometidas en nombre de la libertad y la democracia. En un valeroso llamado, los intelectuales firmantes de esa declaración convocan a sus conciudadanos a detener la "injusta, inmoral e ilegítima" estrategia de Bush para someter a los pueblos del mundo. Sus voces ponen de manifiesto que el gobierno de Washington no representa el sentir de la sociedad estadunidense y reiteran su convicción de que las naciones "tienen derecho a determinar su propio destino, libres de la coerción militar de las grandes potencias".

La política presentada por Bush constituye una grave amenaza para el mundo y devuelve a la humanidad a las oscuras épocas de los totalitarismos y del exterminio del adversario en nombre de nociones perversas y deformados ideales. Corresponde, en primer lugar, a los estadunidenses detener las ominosas pretensiones de su gobierno. De ello depende, en gran medida, la preservación de los mejores valores de la democracia de ese país. A escala mundial, toca a los gobiernos y las sociedades manifestar firmemente su rechazo al afán imperial y maniqueo de los actuales ocupantes de los centros de poder en Estados Unidos, pues están en juego su propia soberanía, su libertad, su libre determinación y la permanencia de sus culturas particulares.
 

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