Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 19 de septiembre de 2002
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Editorial
 

18 AÑOS

SOLEl 19 de septiembre de 1984 La Jornada llegó por primera vez a las manos de sus lectores. Hoy se cumplen 18 años de aquella primera entrega, en una fecha que 12 meses después habría de coincidir con el terremoto que devastó la capital de la República y afectó otras regiones. Por esa coincidencia, el 19 de septiembre es, para quienes elaboramos esta publicación y para quienes de una u otra manera participan en este proyecto informativo, una fecha de contenido dual: celebración de la vida de nuestro periódico y conmemoración de la muerte de miles de mexicanos.

A lo largo de los 216 meses transcurridos desde la aparición del diario, en cada una de las 6 mil 486 ediciones de La Jornada realizadas hasta ayer, así como en las tres sedes físicas que han albergado nuestra tarea diaria -la de Balderas, la de Francisco Petrarca y, desde hace unos días, el edificio de avenida Cuauhtémoc, propiedad de Demos, nuestra empresa editora-, el diario se ha empeñado en el cumplimiento de los principios que le dieron origen: el compromiso con la verdad, la inclusión en el escenario informativo de quienes no tienen acceso a los medios, la vigencia de la soberanía nacional, la democracia en sus sentidos político, social y económico.

Podría cuestionarse la pertinencia de ese ideario en el contexto contemporáneo. En una primera lectura, el panorama del país actual guarda poca semejanza con las realidades políticas, sociales y económicas del México de 1984. Para empezar, el régimen de partido de Estado que, por entonces, empezaba a mostrar serias fisuras, se ha derrumbado, y el país está inmerso en la búsqueda -no siempre con resultados afortunados- de procedimientos y lógicas políticas que reemplacen el presidencialismo omnímodo, la verticalidad y el corporativismo; por otra parte, la economía nacional es ya parte de un entramado global insoslayable que mucho ha avanzado en la imposición planetaria de un modelo único de valores, de relaciones políticas, de lógicas económicas y hasta de gustos culinarios.

Sin embargo, las preocupaciones centrales que dieron origen a nuestro proyecto informativo resultan plenamente vigentes hoy si se considera que, de 1984 a la fecha, las desigualdades -entre individuos, entre clases sociales, entre países- han crecido en una forma pavorosa; que el fin de la guerra fría, el derrumbe del socialismo real y el triunfo del capitalismo salvaje no han dado lugar a una era de paz y que, por el contrario, los conflictos armados siguen siendo tan frecuentes, tan crueles y tan injustos como antaño, salvo que ahora, gracias a los adelantos tecnológicos, resultan mucho más devastadores; que la democracia representativa impuesta en el mundo como sinónimo de corrección política es, con frecuencia, una fachada para esconder prácticas corruptas, monopólicas, o violaciones graves y sistemáticas a los derechos humanos; que los poderes informativos, mundiales y nacionales, lejos de contribuir a resolver los graves problemas sociales, son, en conjunto, uno más de esos problemas, con su tendencia a la homogeneización de la información, con su parcialidad, su frivolidad, su comercialismo y su genuflexión fácil ante los intereses económicos; que, en nuestro país, hoy, como en 1984, es enorme la distancia entre el México oficial -clase política, empresariado, jerarquía eclesiástica y gente bonita de la televisión comercial- y el México real: asalariados, campesinos, jubilados, indígenas, habitantes de asentamientos irregulares, usuarios de microbuses, sobrevivientes de los desastres económicos, estudiantes de escuelas oficiales, ciudadanos de la economía informal, individuos en condición de minoría política, sexual o religiosa.

El cambio no puede ser propiedad intelectual ni marca registrada del grupo que hoy detenta el poder y que a veces parece interpretar ese término como sinónimo de regresión al porfiriato o al virreinato. El cambio tiene autores múltiples y contribuciones diversas, empezando por los ferrocarrileros, los médicos, los maestros y los campesinos que protagonizaron movilizaciones sociales en los años 50 y 60; los estudiantes que en 1968 exigieron democracia y sufrieron, por ello, la represión criminal del gobierno; los electricistas de la Tendencia Democrática; los capitalinos que en 1985 convirtieron su intemperie social en organización; los estudiantes universitarios que en 1986-87, salieron de nueva cuenta a las calles; los ciudadanos que en 1988 votaron en contra del régimen antidemocrático y que ya por entonces mostraba su vertiente neoliberal; los que resistieron la modernización salvaje del salinismo -más de 500 de ellos fueron asesinados- y los indígenas chiapanecos que en 1994 irrumpieron en la escena nacional por el único camino que se les dejó: el de la rebelión.

En los pasados 18 años, desde el trabajo informativo, La Jornada ha acompañado a ésos y otros movimientos sociales y se ha colocado, en todo momento, del lado del cambio hacia la vigencia del estado de derecho; la justicia, la democracia participativa e incluyente, la transparencia y la rendición de cuentas.

Nuestro proyecto periodístico no habría sido posible sin la participación de activistas políticos y sociales de diversos partidos y corrientes, de académicos destacados y de artistas generosos ?Rufino Tamayo y Francisco Toledo, en primer lugar? que donaron, en obra, recursos imprescindibles para el arranque de nuestro proyecto. Tampoco habríamos podido llegar hasta el punto actual sin la entrega y la convicción de los trabajadores del diario. No puede omitirse ßfinalmente, la participación entusiasta y lúcida, benevolente y crítica, paciente e impaciente, de nuestros lectores, que son, en última instancia, la razón de ser de todas y cada una de las páginas que hemos redactado, diagramado, corregido, impreso y distribuido a lo largo de estos 18 años.
 

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