Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 15 de agosto de 2002
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Economía

Orlando Delgado Selley

El FMI, Brasil y México

Con las protestas masivas en las reuniones de los gobiernos de los países ricos y de los organismos financieros internacionales, la crítica al programa de globalización arreció. Pronto empezaron a producirse diferenciaciones internas y los disidentes cobraron nuevos bríos. Uno de estos, probablemente el de mayor peso, Joseph Stiglitz -reconocido merecidamente con el Premio Nobel de Economía por sus aportaciones en el desarrollo de la economía de la información y por sus trabajos en impuestos, tasas de interés, finanzas corporativas, economía del sector público, desarrollo y política monetaria- produjo análisis fundamentales para evaluar el impacto de las políticas económicas basadas en el Consenso de Washington.

En su último libro, Globalization and its discontents (traducido por la editorial Taurus con el título de Miserias de la globalización) desarrolla una crítica profunda a las políticas del Fondo Monetario Internacional y demuestra que los tres pilares del Consenso de Washington, austeridad fiscal, privatización y liberalización de los mercados, han fallado en su propósito de producir un largo ciclo de expansión económica equitativa y sustentable.

Ello se explica por su visión ideologizada, por su lejanía de la situación real, por el olvido de los tiempos y los ritmos indispensables para que la promoción de las reformas pudiera ser exitosa, pero fundamentalmente porque se ocupan de la estabilización, pero no de la creación de empleos, de los efectos adversos de los impuestos, pero no de la reforma agraria, de la necesidad de otorgar recursos a los bancos, pero no en mejorar la educación y los servicios de salud.

La crítica es demoledora, aunque pudiera resultar unilateral -como lo señala Benjamín Friedman (''Globalization: Stiglitz's case'', The New York Review of Books, 15/08/02, www.nybooks.cm/articles/15630). Lo relevante, sin embargo, es que el fondo y su principal sostén, el secretario del Tesoro del gobierno de Estados Unidos, actúan como siempre: otorgan un préstamo enorme a Brasil que no se puede explicar sólo como una tentativa para evitar el colapso de una economía del tamaño de la brasileña, la mayor de América Latina y la novena del mundo, con una deuda externa de 220 mil 776 millones de dólares cuya estructura de vencimientos es a corto plazo. Colapso que tiene mucho que ver con un ataque especulativo orquestado para evitar la llegada de la izquierda del Partido de los Trabajadores al gobierno y no con prácticas gubernamentales que hayan enfrentado la ortodoxia imperante. Por el contrario, el gobierno de Fernando Henrique Cardoso ha sido reconocido en los medios financieros como "sumamente responsable".

Los 30 mil millones de dólares no serán otorgados sin que medie el conocido examen del desempeño económico y el cumplimiento estricto de las metas comprometidas, particularmente tres: superávit fiscal primario de 3.75 por ciento del PIB para 2003-2005, pago de la deuda externa y continuidad de la política económica. No le importa al FMI, ni al secretario del Tesoro, Paul O'Neill, si se crean empleo o se reduce la pobreza, ni tampoco que haya inversión en materia social y en infraestructura. En realidad -como señala Paul Krugman (''Promesas incumplidas en Sudamérica'', El Universal 12/8/02 B2)- el salvamento rescata a los bancos acreedores, particularmente a Citigroup y a Fleet Boston que tienen comprometidos 20 mil millones de dólares en ese país, lo que seguramente será recompensando en el momento de recoger fondos para las campañas políticas en Estados Unidos. Además, el FMI pretende impedir que los candidatos izquierdistas, Luiz Inacio Lula da Silva y Ciro Gomes, puedan responder a los reclamos de los millones de electores que confían en que se produzcan cambios que permitan generar una riqueza compartida y que se combata verdaderamente la terrible miseria imperante.

La izquierda brasileña debiera aprender de la experiencia mexicana: un candidato que llegó a la Presidencia con la oferta de cambio y que lo que ha hecho es mantener lo fundamental del gobierno que derrotó: la misma política económica, privatizaciones, austeridad fiscal y liberalización de los mercados, tal como lo exige el FMI a Brasil. Los candidatos de la izquierda brasileña deben meditar cuidadosamente si le cumplen a la gente o al FMI.

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