Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 14 de junio de 2002
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Editorial
 
MUERTE DEL TRATADO ABM

SOLAyer el gobierno estadunidense abandonó oficial y formalmente el Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM, por sus siglas en inglés), que fue firmado por los entonces presidentes Richard Nixon y Leonid Brezhnev en 1972. Con ello, llega a su fin el instrumento bilateral de prohibición de tecnología antimisilística y se abre la puerta para una nueva carrera armamentista y escenarios de utilización de armas nucleares.

A lo largo de la guerra fría, los arsenales atómicos de Estados Unidos y de la Unión Soviética, con las decenas de miles de ojivas nucleares de ambas superpotencias, fueron una amenaza atroz y apocalíptica para el género humano y para la vida en el planeta; pero, al mismo tiempo, la existencia de esos arsenales, así como la perspectiva de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés) en caso de que hubiesen sido empleados, evitó una confrontación bélica directa entre ambos aparatos militares, los cuales hubieron de conformarse con medir sus fuerzas mediante terceros en los conflictos regionales bipolares que proliferaron desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la desaparición de la Unión Soviética, en 1991.

El escenario MAD partía de dos premisas básicas: la capacidad de los misiles intercontinentales de cada bando para destruir a su contraparte y la imposibilidad de ambos para defenderse de un ataque masivo de tales armas. La Destrucción Mutua Asegurada se constituyó, así, en el factor central de disuasión de la guerra fría, y ambas superpotencias firmaron el ABM con la intención de conservar ese poder. El ex presidente Ronald Reagan (1980-1988) intentó alterar ese equilibrio del terror mediante la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), popularmente conocida como guerra de las galaxias: un programa de desarrollo de sistemas de defensa contra misiles intercontinentales que buscaba colocar a Estados Unidos en capacidad de lanzar un ataque nuclear sin temor de las represalias en ese terreno. A la postre, la IDE se reveló como irrealizable con la tecnología y los recursos económicos estadunidenses de la década antepasada. Ahora, cuando el temor de una confrontación bipolar ha pasado a segundo o tercer plano, el gobierno de George Bush hijo ha retomado y actualizado la idea y ha ordenado la producción de sistemas menos ambiciosos para neutralizar misiles balísticos. Para llevar adelante su idea, ha debido destruir primero el tratado ABM.

La apuesta de Bush junior es simple: extinguida la URSS, hay en el mundo una media docena de países, varios de ellos enemigos de Washington, capaces de desarrollar y producir la tecnología nuclear y balística para atacar el territorio continental de Estados Unidos. Pero ninguno de ellos podría, además, generar defensas efectivas contra los misiles atómicos estadunidenses. En consecuencia, si la nación vecina cuenta con instrumentos tanto defensivos como ofensivos en el terreno nuclear, puede incorporar bombardeos atómicos como parte de sus planes defensivos regulares, con la certeza de que no habrá respuesta efectiva por parte de sus enemigos reales o supuestos.

El plan sería impecable, y tal vez hasta justificable, si las realidades estratégicas mundiales guardaran correspondencia con las representaciones mentales que se hacen Bush y sus colaboradores. Pero la verdad es que Irak, Irán, Corea del Norte, Libia, la red Al Qaeda, y cualquier otro supuesto integrante del eje del mal pregonado por Bush, carecen de las condiciones económicas y tecnológicas requeridas para producir armas atómicas. La proliferación nuclear es un fenómeno real, pero no se desarrolla donde dicen las pesadillas y los delirios estadunidenses, sino en el entorno de aliados estrechos de Washington: Israel y Pakistán, por ejemplo, han producido y probado ya sus propias armas atómicas, y los gobiernos de ambos países son miembros peligrosos de la comunidad internacional. No es descabellado que, ante la eliminación del tratado ABM, las víctimas potenciales de esos regímenes -la India y diversos países árabes- se vean tentados a invertir sumas ingentes en el desarrollo o la compra de sistemas antibalísticos. De esa forma, pues, Washington ha dado un impulso inesperado, innecesario y torpe a la carrera armamentista en el mundo.
 

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