Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 6 de junio de 2002
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Política

Adolfo Sánchez Rebolledo

Xochiltepec

La matanza de Xochiltepec es un recordatorio terrible de que México es un país pobre, atrasado y violento. Cierto es que ya no funciona como explicación suficiente la mitología sobre la muerte con que se trataba de sustentar la especificidad de "lo mexicano", pero debe reconocerse que hay una realidad resistente a las generalizaciones sobre el cambio y la modernidad, una exasperación mal entendida y peor asumida que pone la violencia a flor de piel y que aún no registra los discursos oficiales sobre el cambio.

Si de por sí son execrables los casos de Aguas Blancas, Acteal y otros no tan sonados, no menos grave y perturbador es que después de ocurridos en realidad no pase nada y todo siga igual, fuera del horror mediático al que periódicamente es sometida la opinión pública, así como de las protestas airadas y angustiosas de los mismos de siempre. ƑCuántas matanzas más serán necesarias para romper la indiferencia del México globalizado hacia el mundo rural, atrasado, que de tarde en tarde nos recuerda quiénes somos? ƑCuándo se volverá la mirada sobre los derechos humanos hacia ese universo que hoy aparece sólo en las estadísticas, en la contabilidad de lo que es irrecuperable?

Las causas concretas de todos estos hechos sangrientos son muy diversas: en unos casos se trata de conflictos agrarios históricos no resueltos, en muchas más hay disputas acentuadas por la irrupción de intereses que, lícitos o no, despojan a comunidades enteras de sus medios de vida, o sencillamente se trata de actos de represión brutal por parte de la autoridad y los viejos y nuevos caciques, pero en todos existe el común denominador de que se trata de reacciones violentas ante problemas que teóricamente podrían haberse resuelto si las instituciones y la legalidad realmente cumplieran con sus obligaciones.

Pero no hay tal. No obstante las pomposas declaraciones sobre el estado de derecho de los gobiernos en turno, lo cierto es que éste no ha llegado a la regiones más pobres para proteger la vida y los bienes de los débiles, sino para consagrar la desigualdad, la discriminación y demás formas de explotación que los aquejan, manteniendo en el limbo burocrático innumerables problemas que de tarde en tarde se desbordan para mayor sorpresa de la autoridad.

Ya es hora de que México asuma en serio el desafío que a la estabilidad del Estado democrático plantea la existencia de millones y millones de pobres para los cuales no hay esperanza, a menos de que se confundan los paliativos necesarios con las soluciones de fondo que la situación exige. Es imposible construir un país moderno si éste se sustenta en la segregación de una parte, en el dualismo que condena a muchas familias a vivir en el submundo del atraso, que irremediablemente genera malestar y propicia la violencia.

El gobierno, sea federal o estatal, no puede seguir metiendo la cabeza en la arena soslayando esa realidad injusta. La causa de la violencia no está en la expedición de éste u otro permiso particular, sino en la degradación de las condiciones de vida de la comunidades, en la absoluta ausencia de una visión estratégica sobre el desarrollo rural que tiene como contrapartida la manipulación interesada de sus derechos, comenzando por los agrarios.

Pretender que la modernización del país puede producirse indefinidamente a expensas de los bienes y el trabajo de las comunidades es el mejor camino para activar los mecanismos de la violencia. Más aún si a los seculares conflictos de tierras se añaden las presiones que ejercen sobre el mundo rural los capitales en expansión que buscan adueñarse de los espacios productivos potenciales: el bosque, la minería. O, sencillamente, de los que pretenden medrar con el atraso, amurallándose en el aislamiento social para llevar agua al molino de sus negocios ilícitos.

La matanza de Xochilpetec no debería servir como un nuevo pretexto en la riña cotidiana de y por el poder. Es una de las últimas llamadas de atención que no debería desatenderse. Perdón por el lugar común, pero la democracia mexicana es inconcebible si no se atacan las causas profundas que originan estas manifestaciones de violencia.

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