Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 5 de mayo de 2002
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Cultura

Carlos Bonfil

Kandahar

Luego de padecer la prisión por motivos políticos bajo el régimen del Sha de Irán en la década de los setenta, el realizador Mohsen Makhmalbaf es liberado en 1979 por la revolución nacionalista chíita y participa en el gobierno del ayatola Jomeni como fundador del Centro de Propaganda del Pensamiento islámico. En su sorprendente trayectoria fílmica (alrededor de quince largometrajes, casi todos inéditos en México), destaca una cinta exhibida hace tiempo en la Cineteca Nacional, El ciclista, de 1987, fascinante reflexión sobre la resistencia humana, en la que un hombre acepta el reto de conducir su bicicleta sin interrupción, durante siete días y siete noches, a cambio del dinero que requiere para pagar la hospitalización de su esposa. A la clara orientación social del cine de Mahkmalbaf, y a su denuncia de la pobreza y de las condiciones de explotación de la inmigración afgana en Irán, sucede paulatinamente una visión mucho más crítica del fundamentalismo moral promovido por la revolución islámica. En su cinta más reciente, Kandahar (distribuida también con el título El sol detrás de la luna), se afianza el cuestionamiento de las costumbres locales, de la intolerancia institucionalizada y de las prácticas misóginas, aun cuando para hacerlo se elija la situación extrema que viven las mujeres bajo el régimen, hoy depuesto, de los talibanes en Afganistán.

Elogio de la mirada. En Kandahar la mirada femenina es motivo poético recurrente. Ocultas bajo la burka tradicional que les cubre íntegramente el cuerpo, las mujeres de la cinta insinúan únicamente sus ojos por la rejilla que a manera de velo les protege el rostro. Nafas (Nelofer Pazira), una periodista afgana, exiliada en Canadá, llega hasta la frontera irano-afgana con el propósito de ingresar clandestinamente a su país y buscar a su hermana, quien en una carta le ha comunicado su intención de suicidarse. La auto inmolación de la joven, inducida por el terror talibán, tendrá lugar en la ciudad de Kandahar, durante el último eclipse del milenio, tres días después de la llegada de Nafas a la frontera. La intervención de rescate adquiere así un carácter de urgencia continuamente exacerbado por las dificultades y peligros que presenta el territorio hostil.

En su itinerario, Nafas entra en contacto con personajes emblemáticos: el anciano religioso que forma a los adeptos del régimen haciendo memorizar a los niños capítulos enteros del Corán; el hombre lisiado, víctima de la explosión de una mina, que busca prótesis de recambio en un campo de la cruz roja, donde se proporcionan piernas y brazos artificiales, con las limitaciones del desabasto; el médico negro estadounidense que quedó atrapado en un país en guerra mientras iniciaba una búsqueda espiritual, y que hoy se ve obligado a disimular su identidad tras una espesa barba postiza. Una escena sobrecogedora muestra a un grupo de lisiados corriendo a campo traviesa para recoger las prótesis que les lanza una avioneta de ayuda humanitaria. Los estratagemas para avanzar hacia Kandahar son ingeniosos, y por momentos divertidos; en un recorrido casi iniciático, la joven periodista descubre de nuevo su país, y disimulada tras la burka protectora hace un registro minucioso de todo lo que la rodea, interroga a sus interlocutores, en especial a un niño que negocia su papel de guía, y al médico extranjero, con quien el recurso al idioma inglés es a la vez un resguardo y una evidencia inculpatoria.

No hay en Kandahar un señalamiento de la intolerancia fundamentalista tan directo y contundente como en El círculo, la película de su colega y compatriota Jafar Panahi, pero no por ello deja de ser fascinante la observación de Makhmalbaf, su aproximación lírica al paisaje fronterizo y a los grupos nómadas que lo atraviesan. A quienes festejan una boda o a los que arrastran sus miserias corporales producto de varias guerras sucesivas. En 2001 se realizó también en video un estupendo documental de Francois Margolin, El opio de los talibanes, donde se exhibe el carácter represivo de los fundamentalista, su trato inhumano a las mujeres, y su defensa de una supuesta pureza que proscribe no sólo el consumo del alcohol, sino también la música, el cine y la pintura. Un régimen absurdo e hipócrita que paralelamente fomenta el cultivo y exportación del opio. Ambas cintas se proyectaron en festivales internacionales justo antes de los atentados del 11 de septiembre, y de inmediato rebasaron su calidad testimonial para volverse prefiguración elocuente de la crisis que derivó en una confrontación bélica y en el colapso del fundamentalismo hecho gobierno. En espera de ver algún día en nuestro país el documental de Margolin, habrá que aprovechar hoy la oportuna y arriesgada decisión de Arthaus films de distribuir Kandahar comercialmente. Un oasis en la cartelera.

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