Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 5 de mayo de 2002
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Cultura

Bárbara Jacobs

Sylvia Plath

A salto de mata, según dicen, leí de manera insegura, en momentos que robaba de aquí y de allá, un par de libros que cambiaron mi apreciación de Sylvia Plath de forma radical. La evadía, y ahora despierta con fuerza mi curiosidad. Qué me llevó a dejar de lado otras lecturas para acercarme a Plath tiene que ver con la cosmología, o con lo mismo que me forzó, durante los días de mi referida lectura, a usar un camisón de Boston, donde Sylvia nació, en 1932, y unas sandalias igualmente bostonianas; actos, estos últimos, que más bien parecerían delatar una disposición en mí a escribir una biografía de nuestra poeta, lo que, por otra parte, escapaba y escapa a mis intenciones por lo menos conscientes.

Lo que leí fueron los diarios de Plath, que abarcan casi la totalidad de sus 31 años de vida, así como una compilación de cartas suyas a su madre, escritas a lo largo de su época de estudiante, de universitaria, de escritora en ciernes y hecha y derecha; de joven esposa, de joven madre. Pasaba de un volumen al otro; buscaba no sabía qué en los índices, las notas, las solapas de las ediciones que tenía de tiempo atrás en mi librero, en espera de que les llegara la ocasión de ser leídas. En mi voraz inquietud, llegué a confundir en cuál de los dos libros había leído qué información: si en una entrada del diario o en uno de los párrafos de alguna de las cartas. Sin embargo, al terminar de leer no me habría sentido capaz de formular una apreciación crítica de Sylvia, pues apenas si conozco su poesía y, por lo que hace a su novela, acabo de enterarme de su existencia, de no haberme sucedido lo que me sucedió, que fue lo siguiente.

Aunque suelo inclinarme más por conocer la vida directa de un artista mediante sus diarios y cartas, precisamente, que de su obra misma, quizá para conocerlo mejor, o no sé por qué, lo cierto es que los diarios y las cartas de Sylvia Plath se me transformaron en literatura, de modo que me dejaron la impresión de haber conocido frontal y palpitantemente no a Sylvia Plath, su autora, sino a Sylvia Plath, personaje de ficción. O bien, no su vida directa, sino su obra misma. Y por lo tanto podría sostener críticamente que el autor de esos dos libros es poeta, todo un poeta, y que su mente se refleja en sus escritos con una potencia enorme.

Sea como fuere, el libro de las cartas queda en mi memoria como una obra de teatro o un drama, con entradas y salidas a escena del actor principal sobre todo; con los nexos explicativos del autor en cursiva y entre paréntesis, intercalados entre actos o ante determinados episodios o parlamentos, a manera de indicaciones para que el protagonista entienda mejor el ánimo que debe habitarlo para desempeñar con más rigor el papel que su autor le pide, le exige, representar. Y los diarios quedan como una novela, escrita en primera persona, intensa y rara, con una factura indecisa, como en proceso de escribirse, con el chorro narrativo que la constituye, en apariencia centrífugo, o de regadera, o que apunta a diferentes direcciones, pero en realidad centrípeto. Me queda un protagonista en formación, vivo en su inseguridad, en los altibajos de su ánimo, en su búsqueda imposible de perfección múltiple. Personaje, en fin, ávido de aprender y sobresalir en todo.

Sylvia llegó a anhelar la perfección en papeles no sólo difícilmente compatibles sino antagónicos, como es el caso de la perfecta hija, hermana, amiga, colega, poeta, narradora, esposa, madre, académica, mujer. Se exigía la perfección, y no toleraba ser señalada en ninguna de sus imperfecciones. En algún momento se refiere al ojo de la mosca, que es de visión múltiple. Por se hija de entomólogo, sería comparable con este ojo, si fuera imposible que una sola de las ventajas del ojo no viera igual de bien que cualquiera de las otras su objetivo particular.

Pero si me quedó una Sylvia Plath de ficción, protagonista de una novela escrita en forma de diario, y de un drama escrito en forma de cartas, Ƒquién es su autor? El hecho de que el libro de las cartas a su madre haya sido preparado por ésta, me parece que hace a su madre, Aurelia Schober, algo más que la "autora de sus días"; o, mejor dicho, convierte a Aurelia Schober, madre de Sylvia Plath, en su autora, o destinataria de los días de su hija, o autora tanto de su origen como de su destino, o tan víctima como su hija del destino dramático de su hija, que al haber sido más fuerte que su hija, se le impuso también a su madre, o autora de sus días.

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