Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 22 de abril de 2002
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Editorial
 
TERREMOTO POLITICO EN FRANCIA

SOLLas imágenes de los simpatizantes de Lionel Jospin, actual primer ministro socialista francés y candidato a suceder al derechista Jacques Chirac, son más que elocuentes. El llanto, el estupor, condensan la magnitud del desastre electoral del centroizquierda francés a manos de la derecha-ultraderecha, encarnada por Chirac y por el neofascista Jean-Marie Le Pen, el gran triunfador de la primera vuelta electoral gala.

Otro gran dato, por preocupante, es el golpe sufrido por el histórico Partido Comunista, que ni siquiera llegó a 5 por ciento de los sufragios. Tampoco deja de sorprender --los pronósticos decían otra cosa-- el magro resultado obtenido por Jean-Pierre Chevènement, quien puso el acento de su campaña en criticar por igual a Chirac y a Jospin.

Los resultados electorales franceses --la segunda vuelta se celebrará en dos semanas-- parecen indicar el punto final de la cohabitación entre la derecha y la socialdemocracia. Los votantes galos, por razones que van desde el cambio de escenario interno producido al calor de su integración a la Unión Europea, de los problemas de la inmigración y del agro, hasta la crisis de identidad en Europa provocada tras el 11 de septiembre, optaron, casi 30 por ciento del electorado, por abstenerse ?cifra histórica?, y el resto, en gran mayoría, por las opciones de derecha y neofascista.

A sus 73 años, el ultraderechista Le Pen provocó un terremoto político en un país que parecía acostumbrado al equilibrio entre derecha y centroizquierda. De hecho, es la primera vez desde la instauración de la Quinta República --en 1958-- que una opción de extrema derecha alcanza semejante cota. Apenas tres puntos porcentuales separan al actual presidente Chirac de su contendiente neofascista.

La otra lectura obligada es el gran declive de la izquierda francesa, sobre todo de los comunistas. El voto de castigo --inteligente y consciente por antonomasia-- golpeó con rudeza a ese abanico ideológico. Por algo será. No en vano de los 14 candidatos a la presidencia francesa siete eran de izquierda, tres de ultraderecha y el resto de la derecha ilustrada y la ecologista. Con razón el general Charles de Gaulle decía que era prácticamente imposible gobernar un país donde hay 258 clases de queso.

Más allá del humor gaullista, la derrota de la izquierda francesa tiene correlatura con el repliegue electoral de la izquierda en Europa. De hecho, el sur del viejo continente --Francia, España, Italia y Portugal-- está ya regido por gobiernos de derecha. Si a eso le sumamos al primer ministro británico, Tony Blair --que siendo socialdemócrata gobierna como si fuera primo hermano de Margaret Teacher--, encontramos que en Europa la izquierda se quedó sin propuestas ni discurso convincente. No venden nada porque su pragmatismo los confundió, en términos de paisaje político-ideológico, con la derecha. Por lo tanto su clientela los castiga, los indecisos votan por propuestas no vergonzantes y los de derecha y ultraderecha, como es de rigor, se encaraman en medio de la decepción.

La derrota de la izquierda francesa refuerza la necesidad de abordar un debate de largo aliento en ese sector del quehacer político. El sistema democrático no puede darse el lujo, expresado vía electoral, de reducir a mínimos una opción que, más allá de lo que dicen las urnas, tiene una nada despreciable representación social. Pero al mismo tiempo ni las urnas, ni la democracia representativa, tienen la responsabilidad de semejante desaguisado.

La solución pasa por afrontar un debate que clarifique posiciones y objetivos en un contexto mundial marcado por una globalización económico-financiera que, nos guste o no, está marcando la agenda político-ideológica. Si no hay propuestas alternativas que la sociedad respalde, la izquierda será cada vez menos de masas y más de salón.
 

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