José Cueli
Llegue a Ponce...
Por la tv española acongojados vimos la tragedia de Enrique Ponce en la faena sevillana. Salió el toro y después de revolverse en el ruedo y pasar crudo a la muleta llegó al torero, se encrespó, lo prendió, le hundió los pitones y surgió inflamado de enloquecida ira. Acumuló la casta que heredó y abrió las puertas del impulso incontrolable, desbordando a las cuadrillas, reventando al torero, que saltó hecho pedazos, dejando un reguero de sangre sobre el redondel.
Era la herencia de siglos, todo el trabajo de muchos años en la ganadería y Enrique Ponce, como un ensueño arbitrario, veía con espanto cómo el toro en su furia parecía querer cobrar la casta que los taurinos hemos querido arrebatarle. Casta que ya el tiempo había endurecido y, de repente, reaparecía en sus antiguos dominios.
Casta que desbordó al maestro Enrique Ponce, lo envolvió en su revuelto cabeceo. Maltrecho parecía ver agotadas sus fuerzas en esos instantes en que quedó a merced de la furia salvaje del burel, sin que llegara el auxilio que habría de arrancarlo de los pitones asesinos, de la cruel cornada en el ruedo manzanilla de Sevilla. El dolor del torero de inmediato se reflejó en su rostro, conmoviendo aun a los "cabales"... Encastado, todavía dio unos redondos largos y hondos, mató a su enemigo a volapié y se retiró sin teatralidades a la enfermería por su propio pie... šEstos toreros...!