Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 18 de abril de 2002
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Política

Adolfo Sánchez Rebolledo

México y Cuba

Ningún país de América Latina posee el historial en materia de relaciones con Cuba que tiene México. Pueblos cercanos, entrañables, inmensamente distintos, han estado unidos más allá de ideologías, especificidades sociales e históricas, por la común vecindad de Estados Unidos que a lo largo del siglo XX condiciona el ejercicio pleno de la soberanía nacional. Cuba y México se reconocen en la idea de independencia que subyace bajo guerras dolorosas y revoluciones y en el intercambio generoso de una cultura con múltiples vasos comunicantes.

Las relaciones diplomáticas de México con la Revolución Cubana son inseparables de esa larga tradición de encuentro en aquello que hasta ahora es fundamental para ambos: mantener en pie un proyecto propio, una identidad y un Estado no dependiente de intereses ajenos. Fuera de ese punto de convergencia abundan las diferencias. A México puede no gustarle el régimen cubano, como seguramente a Cuba tampoco le agrada el nuestro, pero los dos han comprendido que el respeto mutuo es una necesidad compartida.

Para México hubiera sido mucho más sencillo plegarse a los dictados de la política exterior estadunidense en el pasado, sobre todo cuando Cuba quedó sola, aislada y hasta cierto punto indefensa en su propio continente. Pero no ocurrió así, pues México entendió que la probada tradición diplomática de respeto a la autodeterminación era la mejor manera de preservar su propia autonomía e intereses. Por eso mantuvo, así fuera en los niveles más bajos posibles, el vínculo con Cuba en tiempos difíciles.

Por eso, es mentira que México varíe su postura hacia Cuba en función del proyecto democrático que todos deseamos construir. Lo que ha variado, más bien, es la visión de nuestros gobernantes sobre las relaciones de México con Estados Unidos, lo cual no se deriva necesariamente de la alternancia sino de los intereses del nuevo grupo en el poder. A partir de un razonamiento mecanicista y dogmático se da por un hecho consumado aquello que en el mejor de los casos es una tendencia, pues los ideólogos de este viraje atribuyen a la existencia del proceso de globalización la cancelación de toda idea de soberanía, como si en el mundo actual sin conflicto bipolar ya hubieran desaparecido los estados y las doctrinas de seguridad nacional, las desigualdades entre regiones y países, las pretensiones de hegemonía, el intento de crear un orden regido por una sola potencia mundial.

Cuba no ha cambiado, es cierto. No ha dado pasos en firme hacia la democratización y el pluralismo que no a todos parece incompatible con el socialismo. Pero mucho menos ha cambiado Estados Unidos su actitud contra Cuba. Ese es el hecho histórico y político determinante que México no debería olvidar nunca a la hora de modernizar su política exterior. Las condenas universales al llamado bloqueo estadunidense, que durante años se repitieron en la ONU, no mueven un pelo al poder norteamericano, no tienen efectos prácticos, no traspasan ni condicionan la política de Estados Unidos, que defiende sus (Ƒesos sí, legítimos?) intereses nacionales sin tocarse el corazón o el bolsillo por nadie. Que una resolución parezca equitativa porque menciona el bloqueo junto a las violaciones a los derechos humanos en Cuba ayuda a salvar la conciencia de algunos, pero no toma en cuenta los factores históricos que han hecho de estas condenas periódicas una forma de combatir por otras vías al gobierno cubano. No se trata de juzgar determinadas acciones violatorias de los derechos humanos por un Estado en particular, sino de cuestionar la legitimidad del régimen en su conjunto. Ese es el fondo del asunto, como bien lo entienden los estadunidenses, y en general la derecha al estilo de Pazos, el PAN y compañía.

La pregunta es: Ƒa qué viene entonces toda esta retórica que no se atreve a mencionar las cosas por su nombre, cuando en verdad se repiten los mismos argumentos de los representantes panamericanos que expulsaron a Cuba de la OEA en plena guerra fría por la "incompatibilidad" de su forma de gobierno con la democracia representativa? Si eso es lo que se quiere, que lo diga nuestra cancillería.

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