Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 7 de abril de 2002
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Editorial
 
LA CIUDAD PARA TODOS, ¿NEGADA A LA MAYORIA?

SOLLa propaganda de las autoridades capitalinas se presenta atractiva: la ciudad para todos, primero los pobres, y otras frases igualmente populares; sin embargo, la política oficial se esfuerza por desmentirla. Así, por ejemplo, se veta el único espectáculo musical público gratuito --el Tecnogeist y el Love Parade-- para la mayoría de la población, que es pobre y sobre todo joven.

El argumento para vetar esta manifestación organizada nada menos que con la colaboración del Instituto Goethe, es decir, del gobierno alemán, refleja un juicio previo, o un prejuicio, respecto de la población joven, que es mayoría en el país y en el Distrito Federal, pues las autoridades creen a priori que una reunión masiva de jóvenes plantea especiales problemas de seguridad pública. Sin embargo, el Tecnogeist y el Love Parade además de Berlín, donde nacieron, también se llevaron a cabo en Moscú, Buenos Aires, Londres e incluso en México, en los dos años pasados sin incidentes mayores.

¿El DF está volviendo a los tiempos del ultraconservador regente Ernesto P. Uruchurtu que consideraba que los jóvenes debían ser alejados del rock para que pudieran salvar sus almas del peligro? ¿Las autoridades han decidido inspirarse en el ejemplo de los talibanes, que prohibían grabaciones musicales, video, televisión y la música misma como armas de seducción demoniacas? ¿Por qué niegan el suelo público a la mayoría de los ciuda- danos, exigiendo que las manifestaciones musicales juveniles se efectúen en locales cerrados aun a riesgo de tensar las relaciones culturales con el gobierno alemán si se lo concede en cambio, sin problemas, a actos de empresas extranjeras em- botelladoras, a las grandes peregrinaciones o si se destina un enorme aparato policial para protegerlos o para proteger, recientemente, un partido de futbol?

El temor al otro, al extraño, al vestido de negro, con cabello estilo punk y lleno de aretes expresa sin duda el abismo cultural y generacional que existe entre los jóvenes, por un lado, y los burócratas paternalistas y conservadores, por el otro, los cuales creen saber mejor que los jóvenes qué deben hacer éstos y cómo deben comportarse.

Durante los tres años pasados, con gobiernos también perredistas, los conciertos gratuitos en el Zócalo se habían convertido en una tradición popular y en una reconquista del espacio público, sin que se produjeran graves problemas de orden público. ¿Por qué romper abruptamente con esa experiencia?

El temor a incidentes no justifica un cálculo político erróneo porque parece impopular y antidemocrático y opone el gobierno capitalino a los jóvenes, a quienes se les niega el espacio que se concede a otros sin problemas. Pero eso, ¿no contradice acaso las declaraciones sobre el carácter popular de la actividad cultural oficial y de la propia administración?
 

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