Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 7 de abril de 2002
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Cultura
Henning Mankell

La falsa pista

En Suecia nadie recuerda un verano tan caluroso como el de 1994.
Mientras la gente sigue con pasión las finales del Mundial de futbol,
el inspector Kurt Wallander ve interrumpidas sus vacaciones
debido a un extraño caso: el supuesto suicidio, quemándose a lo bonzo,
de una muchacha. Asesinatos en serie se suceden y las pistas conducirán
a las altas esferas de la política. Del escritor sueco Henning Mankell
dimos a conocer en su oportunidad la exitosa novela La quinta mujer.
Ofrecemos ahora un adelanto de su nuevo libro, La falsa pista,
que Tusquets Editores pondrá a circular en México a partir de este lunes

El hombre que levantó la lona gritó. Después se alejó corriendo.

Uno de los vendedores de billetes de los ferrocarriles estaba delante del edificio de la estación fumando un cigarrillo. Eran las siete menos unos minutos de la mañana del 29 de junio. El día iba a ser muy caluroso. El vendedor de billetes fue arrancado de sus pensamientos, que en aquellos momentos no eran tanto sobre cuántos billetes vendería durante la jornada sino acerca del viaje a Grecia que empezaría unos días más tarde. Había vuelto la cabeza al oír el grito y vio cómo el hombre soltó la lona y salió corriendo de allí. Todo era muy extraño, como si fuera el rodaje de una película, aunque no se veía ni una sola cámara. El hombre se fue corriendo hasta la terminal de los transbordadores. El vendedor de billetes tiró la colilla y se acercó al hoyo cubierto por la lona. Sólo cuando ya era demasiado tarde pensó que algo desagradable le podía estar esperando. Para entonces tenía la lona en la mano, sin poder detener sus movimientos. Había mirado fijamente una cabeza ensangrentada. Dejó caer la lona como si quemase y se fue corriendo hacia el edificio de la estación; tropezó con unas maletas que un madrugador viajero a Simrishamn había dejado por en medio, y luego se acercó uno de los teléfonos de la oficina del jefe de estación.

El aviso llegó a la policía de Ystad a través del número de urgencia 90 mil, cuatro minutos después de las siete. Avisaron a Svedberg, que extrañamente había llegado muy pronto esa mañana, y él contestó la llamada. Al oír al vendedor de billetes hablar confusamente de una cabeza ensangrentada, se quedó helado. Con la mano temblando, sólo anotó una palabra, ferrocarriles, y terminó la conversación. Marcó mal el número dos veces y tuvo que empezar de nuevo antes de lograr hablar con Wallander. Parecía que Wallander se acababa de despertar al contestar el teléfono, aunque lo negó de inmediato.

-Creo que ha ocurrido otra vez -dijo Svedberg.

Durante unos segundos Wallander no entendió qué quería decir Svedberg, a pesar de que cada vez que sonaba el teléfono, fuese en casa o en la comisaría, temprano o tarde, temía precisamente eso. Pero ahora, cuando ocurrió, notó un instante de sorpresa, o tal vez una tentativa desesperada y condenada a fracasar desde el principio de huir de todo.

Luego comprendió lo sucedido. Era uno de esos instantes en que enseguida sabía que estaba viviendo algo que nunca olvidaría. De repente pensó que era como imaginar su propia muerte. Un momento en el que ya no era posible ni renegar ni escapar de aquello. "Creo que ha ocurrido otra vez". Había ocurrido otra vez. Se sintió como una muñeca mecánica. Las palabras balbucientes de Svedberg eran como las manos que giraban la invisible llave policial que llevaba en la espalda. Le dieron cuerda, desde el sueño y la cama, desde los sueños que no recordaba pero que podrían haber sido agradables, y se vistió con un nerviosismo furioso que hizo saltar los botones y dejó los cordones de los zapatos desatados para salir volando por la escalera hacia un día soleado que no percibía. Cuando llegó derrapando en su coche, para el que debía haber solicitado una nueva hora de la ITV, Svedberg ya estaba allí. Unos agentes, bajo la dirección de Norén, estaban poniendo las cintas policiales a rayas que de nuevo proclamaban que el mundo se había hundido. Svedberg acariciaba con torpeza el hombro del vendedor de billetes que lloraba, mientras unos hombres con monos azules contemplaban el hoyo al que debían haber descendido, pero que ahora se había convertido en una pesadilla. Wallander dejó abierta la puerta del coche y echó a correr hacia Svedberg. No sabía por qué corría. ¿Tal vez porque la relojería policial que llevaba en su interior se echaba a volar? ¿O quizá tenía tanto miedo a lo que vería que simplemente no se atrevía a acercarse despacio?

Svedberg estaba pálido. Señaló con la cabeza hacia el hoyo. Wallander se acercó despacio, como si se viera implicado en un duelo en el que con toda seguridad sería el perdedor. Inspiró profundamente un par de veces antes de mirar dentro del hoyo.

Era peor de lo que había podido imaginar. Por un momento le pareció ver directamente dentro del cerebro de una persona muerta. Había algo indecente en toda aquella vivencia, como si el muerto del hoyo hubiese sido descubierto en una situación íntima en la que podía exigir estar a solas. Ann-Britt Höglund se acercó a su lado. Wallander notó cómo se estremecía y volvía la cara. La reacción de ella hizo que él de repente empezara a pensar con lucidez otra vez. De hecho, empezaba a pensar. Los sentimientos se disipaban, ya era investigador de nuevo y comprendió que el hombre que había matado a Gustaf Wetterstedt y a Arne Carlman había vuelto a atacar.

?No hay duda ?dijo a Ann-Britt Höglund y se puso de espaldas al hoyo-. Es él otra vez.

Ella estaba muy pálida. Por un momento Wallander pensó que se iba a desmayar. La aferró por los hombros.

-¿Cómo te encuentras? ?preguntó.

Ella movió la cabeza afirmativamente sin contestar.

Martinsson había llegado en compañía de Hansson. Wallander observó su sobresalto al mirar al hoyo. De repente la rabia se apoderó de él. Quien hubiera hecho aquello tenía que ser atrapado, a cualquier precio.

-Tiene que ser el mismo hombre ?musitó Hansson con un hilo de voz?. ¿No se va a terminar nunca? No me puedo responsabilizar de esto. ¿Lo sabía Björk cuando dejó su puesto? Pediré refuerzos de la Jefatura Nacional.

-Hazlo ?dijo Wallander?. Pero saquémosle antes, a ver si lo podemos resolver nosotros mismos.

Hansson miró con desconfianza a Wallander, que se dio cuenta de que Hansson por un momento creyó que ellos mismos iban a sacar al hombre muerto del hoyo.

Ya se había congregado mucha gente alrededor de la zona acordonada. Wallander recordó la sensación que tuvo en relación con el asesinato de Carlman. Se llevó a Norén a un lado y le pidió que tomara la cámara de Nyberg y fotografiara tan discretamente como fuese posible a los que se encontraban por fuera del cordón policial. Mientras tanto habían llegado los vehículos de los bomberos al lugar. Nyberg ya estaba dirigiendo a sus ayudantes alrededor del hoyo. Wallander se acercó a él intentando no mirar al muerto.

-Otra vez por aquí ?dijo Nyberg. Wallander sintió que no era ni cínico ni impasible. Sus miradas se encontraron.

-Tenemos que atrapar al que lo ha hecho ?dijo Wallander.

?Cuanto antes mejor ?contestó Nyberg. Se echó boca abajo para examinar la cara del muerto en el interior del hoyo. Al levantarse llamó a Wallander, que había ido a hablar con Svedberg. Volvió al hoyo.

-¿Le has visto los ojos? ?preguntó Nyberg.

Wallander negó con la cabeza.

-¿Qué les pasa?

Nyberg hizo una mueca.

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