Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 23 de febrero de 2002
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Editorial
EL PRI QUE SE ASOMA

¿A qué está jugando el PRI? La pregunta brinca porque tras las rendijas de un supuesto proceso democrático para renovar su dirigencia nacional se asoma todo un entramado de intereses, dispuesto a crear confusión en la sociedad y desviar la atención de los temas de mayor interés según la conveniencia de sus candidatos. Si no, ¿por qué el descrédito a instituciones, la confrontación como sustituta del diálogo, la guerra sucia y los golpes bajos, la simulación y la mentira descarada?

Posiblemente lo fácil sería suponer que esto se debe a la absoluta incapacidad de este partido para adaptarse a la vida democrática, pero, al margen del análisis superficial, ¿qué es lo que mueve al PRI para actuar de esa manera, para crear deliberadamente un escenario de violencia y choque?

Sin poder encontrar una respuesta clara, o mejor aún, racional a estas interrogantes, y tras haber presenciado campañas carentes de propuestas, una de ellas plagada de golpes bajos contra la contendiente Beatriz Paredes, lo único que queda claro es que las elecciones de este domingo difícilmente tendrán un desenlace exitoso o cuando menos no violento.

Prueba de ello es que simpatizantes del ex gobernador de Tabasco, Roberto Madrazo, han amenazado con tomar la sede nacional del partido "sea cual sea el resultado", y el mismo tabasqueño declaró ayer que no reconocerá el resultado en caso de que "no haya transparencia" en los comicios. Pero, ¿quién dentro del PRI puede garantizar un proceso limpio? cuando el propio árbitro de la elección, Humberto Roque Villanueva, se ha declarado impotente para evitar las posibles irregularidades que puedan manchar la contienda, hecho que, además de alertar sobre la inminencia de fraudes, pone en relieve la vigencia de esa nefasta cultura política que imperó durante siete décadas de gobiernos priístas, y que hoy se manifiesta y encarna en voz de Madrazo y los grupos de interés que lo respaldan.

Por el bien de todos los mexicanos, y debido a la representatividad de ese partido a escala nacional, cabe esperar que los priístas logren sacar adelante la elección sin hechos violentos y demuestren que, al margen de las fuertes inercias que les impiden cambiar, existe la remota posibilidad de un PRI democrático. De no hacerlo, las elecciones de mañana pueden ser el anuncio del hundimiento definitivo o la fragmentación del PRI, así como de la pérdida de la menguada confianza ciudadana en este partido.

Independientemente de que, a unas cuantas horas de la elección, no existan las mínimas garantías sobre la transparencia de la contienda y los candidatos permanezcan inmersos en su guerra sucia, resulta necesario reiterar el cuestionamiento: ¿hasta qué punto la sociedad mexicana tiene que soportar las mezquindades de un partido que, lejos de contribuir a la necesaria democratización del país, ha generado un escenario de confrontación tan lamentable y a todas luces atentatorio contra la estabilidad política nacional?

Parece que tantos años de priísmo, con todo lo que esta palabra implica, no han sido suficientes para que la sociedad mexicana imponga, de una vez por todas, un alto a esa cultura política que se resiste a la vida democrática.
 

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