Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 17 de febrero de 2002
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Contra
MAR DE HISTORIAS

Personas extraviadas

CRISTINA PACHECO

Llevo cinco meses trabajando en el albergue y he comprobado que cuando aparece un nuevo huésped hay peligro de bronca. Los que viven aquí desde hace tiempo se ponen de uñas porque creen que vamos a reducirles el espacio y las raciones para dárselos a los recién llegados.

Hace dos semanas la situación estuvo más difícil. Si no hubiera sido porque El Toro y Aníbal me ayudaron, no habría podido impedir que Tiburcio ?así se llama el huésped que recibimos a las seis de la tarde? le clavara una punta a don Jerónimo. Cuando sintió las manazas del viejo recorriéndole todo el cuerpo, de seguro Tiburcio pensó: "Ese ruco es marica o quiere robarme."

Varias veces Jerónimo tuvo el mismo problema pero nunca lo vi asustarse tanto. Aunque me dio lástima ver cómo temblaba, esa vez no le di por su lado. Entonces el viejo me salió conque yo estaba en contra suya. No me dejé chantajear: "Si fuera así, ¿cree que le habría permitido quedarse todo este tiempo?" Escupió. Lo hacía para demostrar que algo no le importaba.

Me dio coraje. Sé que en parte fui responsable del problema por no haberle advertido al nuevo lo del periódico, pero le cargué calor al viejo: "Usted tuvo la culpa de que Tiburcio haya reaccionado con tanta violencia. Comprenda: la gente que llega aquí viene muy temerosa, muy golpeada. Cuando siente que alguien la amenaza se vuelve una furia, y más si un tipo loco quiere meterle mano."

Jerónimo se ofendió y por primera vez amenazó con irse. Fingí creerle y me disculpé. Luego, para acabar de contentarlo, me pasé un buen rato viendo sus recortes y oyéndolo quejarse de su familia, que por cierto yo dudaba de que existiera. Como siempre, el viejo terminó llorando y preguntándome si sus hijos todavía lo buscaban. Le mentí: "¿Cómo cree que no?" Agachó la cabeza y miró sus pedacitos de periódico: "Entonces, ¿por qué no han publicado otra vez mi foto? Me urge verla. Es lo único que espero para irme." No me gusta que hable de esas cosas y por quitármelo de encima le respondí lo primero que se me ocurrió: "Ya aparecerá. La cosa es estar muy atentos con todos los periódicos." Enseguida me di cuenta de que había metido la pata y de que quizá Jerónimo volvería a molestar al nuevo huésped: quiere arrebatarle las páginas que trae bajo la camisa desgarrada para protegerse del frío.

II


Aunque le habíamos quitado la punta a Tiburcio, era posible que ocultara otra arma. Por eso, a la hora de la cena, procuré sentar en mesas distintas a él y a Jerónimo. De todos modos estuve vigilándolos. Estimaba al viejo y no quería que le pasara nada malo. También lo hice por las consecuencias que pudiera tener para mí una pelea con sangre: mínimo perdería la chamba y ahorita no consigo otra.

Antes de recoger la mesa pedí que levantaran la mano quienes iban a dormir en el albergue. Pocos se van a la calle, y más cuando hace tanto frío, pero mi obligación es consultarlos para que luego no vayan a andar de bocones diciendo que aquí se les tiene prisioneros. Al ver que Tiburcio alzaba la mano, me dije: "Ya me chingué. Aunque lo ponga en el otro galerón tendré que echarme una o dos vueltas para comprobar que no pase nada." Pero algo sucedió, aunque no lo que yo temía.

Cuando terminó el noticiario apagué la televisión. Acababa de acostarme cuando oí unos gemidos. Pensé lo peor y salí corriendo. Llegué a la mitad del patio y vi a Tiburcio sentado en el suelo, con la camisa desabotonada, y llorando como una Magdalena mientras el viejo le contaba la historia que yo había oído mil veces:

III

"Ana murió cuando mis hijos todavía estaban muy chicos. Para los cuatro fui padre y madre. Nunca les faltó comida ni escuela gracias a que trabajé como burro. No tuve otra mujer porque no me quedaba tiempo ni siquiera para pensar en eso. Dormía tres o cuatro horas y luego vuelta al camión. Muchas veces me sentí decaído pero me recuperaba imaginando que cuando mis hijos crecieran de seguro iban a devolverme algo de lo mucho que les di. No me habló de dinero sino de cariño, atenciones, cuidados. ¿Y sabes qué me dieron?

"El mayor, un cuartito en su casa, hasta que se aburrió de tenerme allí; el segundo, una esquinita de su sala; el tercero me construyó una pieza de cartón en su azotehuela. El cuarto me buscó un asilo. Un domingo me llevó allá, dizque para que la directora y el médico me estudiaran. A un viejo, ¿qué se le estudia? Trae en la cara cuanto perdió y todo lo que necesita.

"En aquel momento pensé que necesitaba darles una lección y me les desaparecí. En el fondo esperaba que se dieran cuenta de que soy su padre y me buscaran. No sabes el gusto que me dio ver mi foto en la tele y en el periódico: "Jerónimo Melquiades Arocha. Salió de su domicilio el 23 de diciembre."

El viejo se interrumpió. Tomó el recorte con su foto impresa y la miró un buen rato antes de volver a hablar: "Siempre que abría el periódico y me encontraba en la sección de Personas Desaparecidas sentía el amor de mis hijos. Con decirte que llegué a hacer planes para el momento en que dieran conmigo y alguno me invitara a vivir en su casa como lo que soy: su padre y no un estorbo."

Tiburcio temblaba de emoción y de frío, pero siguió inmóvil, escuchando: "Un día ya no apareció. Sentí como si mis hijos me hubieran abandonado otra vez; sin embargo, a lo mejor porque soy un estúpido, he vivido con la esperanza de que reaparezca mi anuncio en el periódico."

Tiburcio preguntó lo que yo la primera noche en que el viejo me contó su historia: "¿Para volver con ellos?" Jerónimo suspiró: "Claro que no." "Entonces, ¿qué caso tiene que busque tanto?" "¿No entiendes? Sentiré que aún les importo, que me quieren y podré irme tranquilo. Estoy cansado. Necesito morirme."

El viejo tomó las hojas de periódico que le había quitado a Tiburcio: "Ayúdame a buscar." El muchacho inclinó la cabeza: "No sé leer." Don Jerónimo se impacientó: "Pero tienes ojos para mirar un retrato y reconocerme, ¿o no?" Tiburcio soltó una carcajada: "Por lo que me dice ya pasaron más de veinte años y su foto ha de ser muy vieja." "¿Quieres ayudarme o no?"

Desde lejos vi a Tiburcio recorrer con el dedo la hilera de fotografías. Tuve una corazonada. Antes de que llegara al final le arrebaté el periódico: "¿Qué pasa? Ya saben que está prohibido salir de los pabellones después de las diez." El viejo me miró de una manera muy extraña que después comprendí.

IV

Cuando estuve seguro de que habían vuelto a la cama entré en mi cuarto. En el momento en que iba a tirar el periódico descubrí en la sección de personas desaparecidas y extraviadas un recuadro con una fotografía y una breve leyenda: "Se busca. Jerónimo Melquiades Arocha salió de su domicilio el 23 de diciembre de 1980. Sus hijos, nueras y nietos agradecerán informe al..."

En aquel momento todavía no era supersticioso pero de todas maneras, como precaución, arrugué las hojas y, sin leer el número telefónico, las tiré a la basura.

Los albergados siempre aparecen antes que yo en el comedor. En la mañana, apenas entré, vi los dos lugares vacíos. Regresé a los pabellones. Tiburcio no estaba. Corrí en busca de Jerónimo. Sentí alivio cuando lo vi acostado. "Se enfermó. ¿Ya ve por andar saliéndose de noche al patio?" No me contestó y me acerqué. Entonces vi en su cara su última sonrisa. Alcanzó a saber lo único que le daba sentido a su existencia: sus hijos todavía lo buscaban.

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