Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 17 de diciembre de 2001
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Editorial
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MEDIO ORIENTE: LA HORA DE LA ONU

SOLEl discurso pacificador que el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Yasser Arafat, dirigió ayer a los sectores terroristas del fundamentalismo islámico palestino, responsables de los cruentos atentados que han dejado, en las últimas semanas, cuatro decenas de muertos israelíes, difícilmente podrá detener la creciente violencia entre ambos bandos. El líder histórico de Al Fatah y de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) parece cada vez más acorralado entre los extremismos integristas y la ceguera de Israel, que, mientras por una parte le exigía la detención de los terroristas, por la otra bombardeaba las instalaciones de la policía palestina -es decir, la única entidad que habría podido capturarlos-, y a la postre ha decidido prescindir de él como interlocutor. Tampoco detendrá la violencia, por supuesto, la actitud del gobierno de Tel Aviv, cuyo primer ministro, Ariel Sharon, está obviamente más preocupado en atizar y ahondar el conflicto que en buscarle soluciones pacíficas.

Washington, en el momento actual, no está en condiciones de erigirse en factor de paz, dado que, a ojos del gobierno de George W. Bush, los integristas palestinos tienen y tendrán la culpa de todo. La Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos están dispuestos a cerrar los ojos al terrorismo de Estado que practica Sharon en las localidades de Gaza y Cisjordania -donde las bombas que arrojan los helicópteros y aviones israelíes son tan poco selectivas como las que se adhieren al cuerpo los terroristas islámicos, aunque mucho más devastadoras- y a acompañar a sus aliados de Tel Aviv hasta los pasos finales de la barbarie. Como prueba de esta parcialidad, el representante estadunidense ante el Consejo de Seguridad de la ONU vetó anteayer una resolución -que obtuvo 12 votos a favor, dos abstenciones y el voto en contra de Washington- que establecía el despliegue de observadores en los territorios israelí y palestino, a fin de ayudar a reducir las confrontaciones.

Hoy, la mayoría de la comunidad internacional reclama el envío de observadores para detener los atentados terroristas del integrismo y las represalias criminales de Israel contra el conjunto de la población palestina. Estados Unidos rechaza esa demanda porque sabe que una misión internacional se percataría de la responsabilidad de Tel Aviv en la actual escalada y demandaría el fortalecimiento de la ANP como única manera sensata de detener la violencia.

Pero, en la medida en que Israel y Estados Unidos siguen empeñándose en recurrir al terror de Estado para combatir el terrorismo de la exasperación palestina, y en rechazar el envío de observadores, se acerca el momento en que será inevitable el despacho de una fuerza internacional de pacificación, y la aplicación, manu militari, de las resoluciones 242 y 338 de la propia ONU, relativas al cese de la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania -ocupación que se reinstala, cada tercer día, a capricho de los estrategas israelíes- y a la administración internacional de Jerusalén, ciudad que israelíes y palestinos reclaman como su respectiva capital nacional.

Cabe esperar que no sean demasiadas las muertes adicionales, de ambos lados, que el mundo deba presenciar antes de decidirse a intervenir -como se hizo ante la invasión iraquí de Kuwait y ante las atrocidades de Slobodan Milosevic en la ex Yugoslavia-, en las martirizadas tierras bíblicas.
 

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