Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 17 de diciembre de 2001
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Deportes
19an1dep TOROS

Ť Se retiró, al fin, Eloy Cavazos, bajo un diluvio de orejas malhabidas

Jorge Gutiérrez y el juez Manuel Gameros indultaron a un manso

Ť Una decisión que deshonra la historia de la Plaza México Ť Apoteosis prefabricada

LUMBRERA CHICO

Era nobilísimo. Embestía con la entrañable docilidad de un perro. No tiraba una cornada ni por instinto. Repetía una y otra y otra vez, con la más suave de las cadencias. Iba de aquí hasta allá y regresaba feliz al llamado de su amo, porque era un manso perdido que salió rebrincando de la suerte de varas al tomar el primer y único puyazo, y se la pasó rascando la arena antes de acometer, a cada cite, como un lebrel. Y no obstante, fue indultado por el juez Manuel Gameros, que de este modo inscribió su nombre en la historia de la ignominia, a petición de un tramposo de siete suelas llamado Jorge Gutiérrez y por la exigencia unánime de un público de rancho.

dibujo toros-GutierrezCosas de la vida: para despedirse de la Monumental Plaza Muerta (antes México), Eloy Cavazos trajo consigo a una muchedumbre ignorante y autocomplacida, acostumbrada a ver sus ridículas hazañas ratoneras, pero el monstruo de treinta mil cabezas, aún cuando se conmovió hasta el tuétano con las dos vomitivas faenas del Pequeño Gigante de Monterrey, esta vez fue sorprendido por la astucia de Gutiérrez y consumó uno de los atracos más deshonrosos de todos los tiempos en contra de la fiesta brava.

Casi nadie percibió las colosales dimensiones de la estafa, porque la octava corrida de la temporada menos chica 2001-¿2002?, fue de principio a fin una feria de orejas malhabidas: Cavazos, por mandato de sus fans, y con la venia de un juez tan indecente, cortó tres orejas de lástima; una a su primer enemigo, Tabaquero, castaño de 470 kilos, y otras dos a Elegido, negro zaino y cornigacho, de 511, al que se dedicó a pegarle varias tandas de mantazos, antes de asesinarlo de una estocada pescuecera, de efectos inmediatos, entre llantos y Golondrinas, para ascender a las nubes de una apoteosis prefabricada que elevó al éxtasis a sus incontables chayoteros.

Gutiérrez no había estado nada mal ante Pazguato, otro castaño de 490, al que toreó desmayando los brazos con el capote, y marcándole los tres tiempos con la muleta, en pases muy breves, dada la debilidad del animal, pero ligados con eficiencia y logrando proyectar por momentos una honda y pausada belleza. El bicho también había sido cobarde ante el caballo, pero Gameros le otorgó el arrastre lento y las dos orejas a Gutiérrez, a pesar de que éste lo pinchó al primer viaje y lo liquidó de estocada desprendida al siguiente.

Pero el público había pagado para aplaudir y divertirse a toda costa, y nadie, nunca, en ningún momento, protestó la inmerecida concesión de tantos trofeos. Al contrario, la abundancia de apéndices rebanados, el arrastre lento y el indulto inverecundo convirtieron la grotesca pachanga en un supuesto "corridón de época".

El Zotoluco, solo y su alma

¿Qué hacía Eulalio López El Zotoluco, en medio de ese elenco de timadores y payasos, al que Rafael Herrerías agregó la participación de un rejoneador español protegido inútilmente por Ponce? Nadie podía saberlo a ciencia cierta, pero el diestro capitalino, consagrado por sus recientes y sonados triunfos en Iberia, salió a bañar a sus alternantes y recibió de hinojos y en tablas a sus dos toretes, para jugarse la vida en los giros de la chicuelina, y celebrar la burla de la muerte en sus festivas revoleras.

Con Prestigios, el tercer castaño de la tarde, de esmirriados 470 kilos, estuvo poderoso y dominador, pero de ningún modo artista. Si no lo hubiera pinchado cuatro veces y matado de un bajonazo criminal después de oír un aviso, se habría llevado otras dos orejas. En cambio nada pudo ante Pendolito, un cárdeno de 481, último del encierro de Julio Delgado, que fue el único bravo al caballo, pero se quedó parado y lanzando puñaladas en el tercio final.

La buena noticia, sin lugar a dudas, es que Eloy Cavazos se ha ido de la fiesta a los 52 años, pleno de salud física, pero destruido artísticamente por la avidez comercial que nos obligó a verlo repetir sus molinetes ratoneros a lo largo de tres décadas y media que ayer, felizmente, llegaron a su fin, dejando como una herencia un público de masas acostumbrado a encomiar la basura de su tauromaquia.

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