Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 16 de diciembre de 2001
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Política
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Rolando Cordera Campos

Con el reloj atrasado

La pérdida económica de este año no debería subestimarse. Por muchos años, la producción y el empleo se arrastraron por el suelo y fue por eso que la recuperación del año dos mil significó algo más que un alivio para personas y hogares: junto con la democracia y la alternancia, se valía soñar en que también en la vida material empezaba otro ciclo, de mejoramiento general y elevación de las expectativa. La ilusión duró poco, y ahora es seguro que la decepción se extenderá a todo 2002, cuando los partidos empiecen a velar sus armas para la gran contienda del 2003.

Nada se logra inventando magnitudes o lugares para México en las ligas de la economía mundial. Ni tenemos la mayor economía de la región, que sigue y seguirá ubicada en Brasil, ni su desempeño permite el menor optimismo. Si nos referimos a otras tablas internacionales comparativas tampoco nos va bien. La competitividad es baja, la productividad languidece y sus frutos se concentran más y más, la educación es catastrófica y la seguridad una pesadilla. No se hizo lo que debería haberse hecho al calor del cambio estructural, no se planearon las inversiones ni se preparó bien a la gente joven, y los grandes aparatos para la salud pública y la educación no resistieron los embates furiosos de la austeridad y el ajuste y hoy se nos presentan deteriorados y, en algunos casos, dañados irremisiblemente.

Somos un país de reprobados desde hace mucho, cuando Gilberto Guevara documentó la catástrofe silenciosa de nuestra educación, y una muestra de este atraso cultural es el escándalo desatado por las evaluaciones de la OCDE sobre el tema. Ya lo sabíamos, pero fue necesario que vinieran de fuera las señales de alerta para que dejáramos de "hacernos guajes". Vaya gobierno que no prevé, ni estudia, ni indaga sobre el estado que guardan sus deberes. Esperemos que no tenga que venir la Organización Mundial de la Salud para darnos cuenta de lo que ocurre con la enfermedad y los enfermos.

La hora cero ha llegado, pero todavía no acertamos a aprobar el horario de verano. No se trata sólo de derechos humanos y procuración de la justicia. Estos, sin duda, son temas vitales para cualquier nación que se precie de ser democrática y tienen que airearse al costo que sea. Vivir en la sospecha y la duda sobre aspectos centrales de la vida pública, como son los derechos de las gentes y el respeto a su integridad y vida, lleva a las sociedades a la corrosión y la desintegración moral, que pronto dañan sin previo aviso al Estado y la política. Y en esta tesitura nos encontramos ahora, solos y sin ayuda externa.

Pero la necesidad de ponernos frente al espejo también proviene de la economía y de su conducción estatal, porque los desarreglos ahí son igualmente mayúsculos. Sin otro soporte que las exportaciones a Estados Unidos, con un mercado interno raquítico que apenas se mueve, la economía nacional reclama de profundas revisiones que no pueden esperar ni posponerse más con el pretexto de la crisis mundial. Más bien, habría que aprovechar ésta para apurar el paso en la cirugía institucional indispensable para que la apertura y la globalización puedan aprovecharse nacionalmente, cosa que no ha ocurrido a lo largo de estos años de cambio estructural vertiginoso.

La mala distribución de los ingresos, junto con las grietas en la organización regional, la falta de previsión en materia de infraestructura, la pésima composición de las inversiones públicas y privadas, sólo serán superadas si el Estado se decide a buscar un nuevo papel, distinto al del control burocrático y minoritario de antaño, pero también diferente del que le han querido asignar los adoradores del mercado. Sin un Estado volcado al desarrollo y la búsqueda de la cooperación social, alejado de la inercia y la autocomplacencia con sus propias encuestas de popularidad, el país puede entrar pronto a un remolino sin fin ni rumbo, y no tanto por la pobreza circundante, sino por la avidez y la ambición incontenible de los especuladores y los cazadores de fortunas, que ven cómo su hora se acerca a medida que nos negamos a aprender de nuestros propios errores y de los fracasos presentes, como el de la tragedia argentina.

Llegó así la hora, pero no para seguir haciendo metáforas baratas con los deportes de moda. Lo que se precisa es de una reflexión pública y meditada, de partidos capaces de asumir la importancia del futuro, de intelectuales comprometidos con el rigor y la falibilidad de sus asertos. La hora de la verdad está con nosotros, pero lo único que parece importarnos es encontrar la manera de no encararla.

El reloj suena, pero no le hacemos caso.

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