La que vaga Sola

Nadia Prado (*)

A lo largo y ancho de Chile, hace un mes en el Estadio Nacional, Sola Sierra, por la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, dio su eterno e intransable mensaje con una consigna ingrata e incómoda para el "exitoso" gobierno chileno: "Justicia: Nada más, pero nada menos". Sola Sierra transformó el país entero en un territorio de búsqueda infinita. Sola Sierra hizo de los cientos de cuerpos desperdigados un árbol, una montaña, un mar, una pregunta larga y constante: ¿Dónde? ¿En qué lugar?

Con sus preguntas y su memoria punzó a diario una justicia sacrificada, elaborada, concertada y vacía de un país que ha sido arrasado por el neoliberalismo y la compulsión del consenso, en donde hablar de justicia es anticuado y aburrido, pero Sierra, junto a otras mujeres, continuó pidiendo y exigiendo esos cuerpos que fueron el campo de batalla de todo el terror y el odio.

Sola fue incansable y desobediente ante las transacciones, vivió repartida a pedazos. Escapó de los tentáculos opresores del poder y la oficialidad, sumidos en la defensa de lo imposible: el silencio, ese que obliga a callar verbalizando sólo el modelo de la transición. El horror no puede limpiarse porque los cuerpos mutilados no se han rendido frente a los brillos del éxito en esta pequeña ciudad.
Repartida entre horror y muerte, belleza y esperanza, Sola buscó en este país de las palabras que silencian, los sonidos que escapan de las bocas bajo tierra, esas palabras que desde los cuerpos ausentes ruedan sobre los pactos políticos que avergüenzan, sobre ese futuro oportunista que seguirá lleno de cuerpos con nombres, aunque los nombres ya no tengan cuerpos. La justicia, Sola y su vocablo corrosivo se volvió memoria para decir lo que calla la desmemoria de los intereses del Estado, el mercado y la política. Fue valiente para decir "Yo acuso" frente al dictador y frente a los gobiernos que -tras desconocidos y secretos pactos- lo dejaron gozar de los más altos honores y privilegios. Por su afán "obsesivo" por la justicia fue acusada de irresponsable e indiferente de los intereses de este país tan espectacular y brilloso. Su insistir fue calificado de demanda tóxica, sin data, impertinente. Sus demandas -junto a las de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y la de los movimientos de izquierda apartados de la Concertación y de la Democracia chilena- fueron llamadas "irresponsabilidades ilegales". Esto mientras el gobierno, en aras de seguir siendo el exitoso brazo mercantil del sistema, mantiene a la justicia como algo inalcanzable, mínimo y disperso.

Pero ella insistió, viajó lejos llevando las palabras de los cuerpos que buscaba. Con toda su luminosidad y zozobra, con toda su soledad y pena, no vio los restos de nuestros asesinados, pero dejó a esos cuerpos desaparecidos casi libres del abismo y del miedo. Cualquier defensa entusiasta de la transición chilena, cualquier tópico burdo, formal y trivial, cualquier formula política y económica, sucumbe y sucumbirá ante el relato digno de Sola Sierra. Bastará su memoria para recordar y lacerar a esta política mentirosa y servil, a la supremacía militar y económica que pretende sacudirse a sus muertos en pos del lujo y el éxito.

Tal vez el mejor homenaje que podemos hacerle es cavar y cavar, abrir el país entero buscando lo que le pertenecía: la dignidad, la memoria y la justicia. Ella ha muerto, pero seguiremos buscando una justicia que vague Sola.

(*) Poeta, autora de los libros de poesía Simples Placeres y Carnal

La que vaga Sola
Nadia Prado

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