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Francia: raíces teóricas de Mayo del 68
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▲ En Francia, el movimiento del 68 fue precedido por un periodo de crecimiento económico y pleno empleo. En la imagen de ayer, atardecer en París.Foto Afp
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l movimiento de 1968 fue precedido en Francia por un periodo –que se había iniciado en la década de los 50– de crecimiento económico, pleno empleo y cierta prosperidad. Se vivía entonces en una sociedad de la abundancia y el consumo. Sin embargo, reinaba un malestar difuso, un vacío existencial, que algunos intelectuales empezaron a captar y que más tarde la juventud empezó a denunciar. Por su parte, numerosos sectores de la clase media se sentían frustrados y exigían mayor participación en la vida pública y mejor distribución de la riqueza y de las responsabilidades.

Entre 1957 y 1958 empieza a florecer la crítica radical y resurgen corrientes críticas revolucionarias que durante años habían estado congeladas por el estalinismo reformista imperante; estas corrientes impugnaban los aparatos estatales y todo tipo de poder, sus manipulaciones, sus coacciones y sus violencias; se denunciaba también al estalinismo y al régimen soviético, se sostenía que la enajenación del hombre imperaba en todas las sociedades, ya sean capitalistas o socialistas o del tercer mundo, y que para transformar la sociedad, para liberar al hombre era necesario algo más que la simple colectivización de los medios de producción.

El pensamiento radical de la época giraba alrededor del análisis crítico de la sociedad moderna y de la vida cotidiana, crítica que tenía como fin la superación de sus limitaciones alienantes.

Crítica de la vida cotidiana

En 1947, Henri Lefebvre publicó La crítica de la vida cotidiana. Este libro está construido en torno a un concepto que el marxismo dogmático había dejado de lado, el concepto de enajenación, que Marx retomó de Hegel y de Feuerbach, que desarrolló en sus obras de juventud y que más tarde sirvió de base a la teoría económica del fetichismo de la mercancía. Para Lefebvre, la vida cotidiana englobaba tanto la producción como el consumo, las actividades profesionales, las relaciones directas (familiares, sociales), el esparcimiento y la cultura. Lefebvre advertía que el gran progreso científico y técnico que se vivía prefiguraba lo posible, es decir, la posibilidad de la realización de una sociedad más justa. Sin embargo, esto no era así, por el contrario, él denunciaba una separación entre la actividad productiva y la vida privada, esta última cada vez más empobrecida y enajenada, dominada por el conformismo, por el culto de lo nuevo por lo nuevo en un mundo carente de poesía.

Lefebvre publica en octubre de 1957 El manifiesto del romanticismo revolucionario, texto que junto a La suma y la resta, del mismo autor (1958), van a tener influencia en Guy Debord, quien en 1958 funda la Internacional Situacionista y cuyas ideas van a tener una repercusión muy importante en el movimiento estudiantil del 68, momento en que la crítica radical alcanza su apogeo.

Los situacionistas publicarán durante 12 años La Internacional Situacionista (1958-1969), la revista tuvo 12 números; desde el primero (junio de 1958), Debord enuncia sus tesis sobre la revolución cultural que propone para Francia y para el mundo, estas tesis están construidas teniendo como referencia a Lefebvre, pero a la vez pretenden superar el romanticismo lefebvriano. Por un cierto tiempo los situacionistas y Lefebvre realizan el camino juntos; Lefebvre y Debord, en medio de discusiones, van desarrollando uno y otro sus teorías sobre la modernidad, el arte y la revolución y la crítica de la vida cotidiana. Lefebvre habla de los momentos, Debord, de las situaciones. El momento, dice Lefebvre, como la situación, es al mismo tiempo proclamación de lo absoluto y conciencia de lo pasajero, se encuentra en el camino de lo estructural y de lo coyuntural y el proyecto de una situación construida (como postulan los situacionistas) es un ensayo de estructura dentro de lo coyuntural. Para Debord, el momento es principalmente temporal, mientras la situación tiene una dimensión espacio-temporal. Los momentos construidos en situación pueden ser considerados como de ruptura, de aceleración, de las revoluciones en la vida cotidiana individual. Ambos coinciden en la caracterización de la vida cotidiana como alienada. Debord, haciendo uso de una expresión enérgica, dirá que la vida cotidiana está literalmente colonizada y que conduce a la alienación extrema. Más tarde terminan por discrepar y separarse. Para los situacionistas, Lefebvre era reformista y ellos propugnaban la crítica radical, por salir de la teoría y crear una práctica de nuevo tipo.

Para la Internacional Situacionista, la vida en la sociedad moderna, sometida a los imperativos económicos y al consumismo, se reduce a ser una mera supervivencia, a la que se califica de no vida. La racionalidad interna del sistema capitalista necesita un crecimiento económico ininterrumpido y meramente cuantitativo, por lo que la producción de mercancías se vuelve un fin en sí.

En la sociedad de consumo dirigido, todo se vuelve mercancía, puesto que el valor de uso ha sido desplazado por el valor de cambio, y el valor de cambio de las mercancías ha terminado por dirigir su uso. Una vez satisfechas las necesidades primarias, se fabrican seudonecesidades (un segundo auto, un nuevo refrigerador, etcétera.) El empobrecimiento y la descomposición de la vida cotidiana corresponden a la transformación del capitalismo moderno, que tiene como razón última el consumo; todas las relaciones humanas se modulan según este esquema consumista.

La vida privada es monótona y gris, repetitiva (metro, boulot, dodo, es decir, que la vida de los citadinos se reduce al transporte, a la chamba y a dormir para recuperar la fuerza de trabajo). El hombre moderno es conformista, pasivo, manipulado, se le crean placeres ficticios, se vuelve consumidor de ilusiones, la vida se reduce a simulación de la vida, a un mero espectáculo, a una representación en la que privan la monotonía, la ausencia de fantasía, en suma, es una vida alienada que se aleja cada vez más de la vida auténtica, entendida esta última como realización de todos los deseos humanos, como paso del reino de la necesidad al reino de la libertad. Y las alienaciones no dejan de multiplicarse y renovarse.

El espectáculo, que es el resultado de la escisión cada vez más profunda entre el objeto y la manera como se le representa (su representación), se instaura cuando la mercancía ocupa la totalidad de la vida social; a la producción alienada se agrega el consumo alienado en la economía mercantil espectacular: el paria moderno no es tanto el productor separado de su producto, sino sobre todo el consumidor, que se ha vuelto consumidor de ilusiones.

Los análisis de los situacionistas y del propio Lefebvre siguen los Manuscritos económico-filosóficos y la teoría de la fetichización y la reificación de la mercancía de Marx. Pero no hacen de ellos una exégesis, sino que los desarrollan y superan al adaptarlos a la sociedad moderna. La alienación, que en Marx se circunscribe al mundo de la producción, Lefebvre y los situacionistas la extienden al conjunto de la vida social en todos sus aspectos, desde lo económico hasta lo cultural en el sentido más amplio de la palabra. La praxis está escindida entre la realidad y la apariencia: entre el hombre y sus obras, entre sus deseos y sus sueños se ha interpuesto una cantidad cada vez mayor de mediaciones alienantes.

Por lo demás, la crítica de la vida cotidiana y de su alienación no se limitaba a ser un análisis teórico, sino que pretendía desembocar en una praxis revolucionaria basada en la autogestión generalizada y los consejos obreros.

La crítica de la sociedad mercantil espectacular estaba ya presente en el movimiento surrealista; los situacionistas la retomaron y la desarrollaron haciendo una crítica de toda la cultura en la medida en que ésta se había aburguesado. Ellos pretendían ser los portadores del espíritu moderno, para ellos la revolución política debía producir situaciones nuevas, se trataba no solamente de cambiar al grupo dirigente, pensaban que había que cambiar las relaciones entre los individuos, acordaban una importancia esencial a las relaciones entre hombres y mujeres diciendo que había que reinventarlas, y no sólo lo decían, sino que lo vivían.

De cierta manera, el 68 marcó el triunfo de las ideas situacionistas, pero marcó también el fin de su organización, porque si bien habían preconizado la formación de un movimiento revolucionario desde 1961, suponían que éste debía desaparecer en cuanto la revolución comenzara, momento en que podría realizarse la autogestión generalizada, y los acontecimientos de mayo parecían anunciar por fin la revolución.