Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Diálogo de sordos

P

ara resolver el conflicto en el este de Ucrania sólo hace falta la voluntad política de cumplir la hoja de ruta que se logró consensuar en los pactos de Minsk –así lo reconocen las partes implicadas: el gobierno de Ucrania, los territorios que no lo reconocen en Donietsk y Lugansk, los mediadores oficiales (Alemania, Francia y la OCSE) y quienes mueven los hilos tras bambalinas, esto es, Rusia sostén de los separatistas y Estados Unidos valedor de Kiev–, pero las negociaciones sobre un arreglo político hace tiempo que devinieron diálogo de sordos.

La reciente aprobación en la Rada (Parlamento) de la estrategia de Ucrania para recuperar las regiones ocupadas de Donietsk y Lugansk, que nombra a Rusia país agresor –mediante una ley aún no promulgada por el presidente Petro Poroshenko–, es un nuevo desencuentro que aleja una solución al conflicto y, en esa medida, acerca el riesgo de que estalle otra vez la guerra.

Para Kiev, que pasa por alto lo acordado en la capital bielorrusa, es un claro mensaje de que Donietsk y Lugansk, igual que Crimea, son parte inalienable de Ucrania; para Rusia, es un intento de fracturar Ucrania para justificar una ofensiva militar y enterrar los pactos de Minsk. Ante el silencio de los mediadores, los representantes especiales de Rusia, Vladislav Surkov, y de Estados Unidos, Kurt Volker, se reunieron este viernes en Dubai para dejar, una vez más, constancia de su visión diametralmente opuesta.

En realidad, desde que la Rada destituyó al corrupto presidente Víktor Yanukovich, Rusia y EU hacen lecturas antagónicas de lo que ocurre en Ucrania: en somera síntesis de los tres momentos cruciales, el Maidán, como se llamó a las protestas callejeras concentradas en esa plaza de Kiev, para Washington fue una revolución, y para Moscú, un golpe de Estado; Crimea, para la Casa Blanca, anexión por parte de Rusia, y para el Kremlin, resultado de un referendo; el conflicto del este de Ucrania para EU intervención foránea, y para Rusia guerra civil.

Ni hablar de que Moscú y Washington, que dicen ser ajenos a ese conflicto, interpretan los pactos de Minsk como les conviene y ni siquiera son capaces de coincidir en qué misión encomendar a una fuerza multinacional de pacificación como deberían ser los cascos azules de la ONU.

Entretanto –para evitar que esta confrontación absurda que ya ha causado 10 mil 300 víctimas mortales, devastación indescriptible y millones de refugiados siga aumentado ese trágico saldo–, hay que cumplir al pie de la letra los pactos de Minsk, sin escudarse en el justificador círculo vicioso de la paráfrasis del huevo y la gallina: no importa qué concesión hacer primero, si todo tiene que llevarse a cabo a la vez, o no habrá ningún arreglo político.

Este es el desafío que, en lugar de seguir lanzándose acusaciones recíprocas, tienen que afrontar todos los que de palabra proclaman que aspiran a que el este de Ucrania no acabe en un conflicto insoluble, uno más de los que aún hay en el espacio postsoviético.