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Bajó la poesía del Olimpo y la citó a ras, dijo Juan Domingo Argüelles

Evocan al poeta, hombre renacentista, en el Centro de Cultura Casa Lamm
 
Periódico La Jornada
Miércoles 25 de noviembre de 2015, p. 6

A casi dos meses de su fallecimiento, Hugo Gutiérrez Vega, poeta, diplomático, promotor cultural, periodista, en fin, hombre renacentista por el alcance de sus intereses, fue sujeto de un homenaje en el Centro de Cultura Casa Lamm, donde fue uno de los primeros profesores en creación literaria.

Según el poeta y crítico literario Juan Domingo Argüelles, cuando se lee a don Hugo nos encontramos con un poeta siempre entrañable, que nos habla de las cosas cotidianas, cercanas a nosotros. Tuvo una hermandad con Ramón López Velarde y Jaime Sabines, que se nota justamente en los intereses, las contenciones, en la forma de dirigirse al lector.

Para Argüelles lo que importaba al homenajeado como poeta era comunicarse con el otro, con los otros, y lo consigue siempre. Hay poetas que quieren dejar la poesía en lo alto del Olimpo; Hugo Gutiérrez Vega la bajó. La citó al ras para que todos aquellos que tuvieran interés en la poesía, pero también en la vida, pudieran comprenderla a partir de la emoción.

Tampoco se puede separar a don Hugo de esa vinculación que siempre tuvo con el compromiso social que, por otro lado, lo motivó a escribir aquello que sentía y por lo que se identificaba. Argüelles expresó que hace poco Lucinda Ruiz, la viuda del homenajeado, me comentó que había dejado inconclusos algunos proyectos, entre ellos unas antologías de poesía clásica para la Universidad de Guadalajara. Comenzó con Jorge Manrique; aunque para los otros volúmenes había hecho las selecciones, ya no alcanzó a escribir el prólogo, tarea que se encargó a Argüelles, quien lo leyó.

La estancia del poeta en el Servicio Exterior Mexicano, de 1963 a 1997, estuvo a cargo de su colega Lisandro Arellano, quien aseguró: La verdadera, la auténtica diplomacia es hacer amigos para el país, y en eso Hugo fue pródigo.

Luis Tovar se refirió a su experiencia como colaborador, durante 16 años y fracción, de quien fue director del suplemento La Jornada Semanal, convivencia que hizo de nuestro vínculo uno absolutamente fraternal. También habló de una faceta tal vez menos conocida del homenajeado: su amor al cine, el hecho de que se decía cinero, que en su casa se la pasaba viendo cine y que se emocionaba hasta las lágrimas cuando veía una película que le gustaba.

Como a David Olguín no le fue posible llegar, el crítico de cine también habló de ese animal de teatro que Hugo fue, y mencionó tres de las obras en las que participó: Tío Vania, Lástima que sea puta y La hija de Rappaccini. La lección con la que se quedó Tovar es entender al hombre como parte de un todo y como una parte que contiene todo a la misma vez.