Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 19 de julio de 2015 Num: 1063

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Esquirlas que dialogan
con José Ingenieros

Juan Manuel Roca

Pelear para sobrevivir
en la naturaleza

Renzo D’Alessandro
entrevista con Havin Güneser

Travesía
Mariana Pérez Villoro

La vida con Toledo
Antonio Valle

El imprescindible Toledo
Germaine Gómez Haro

Canicular
Tour de France

Vilma Fuentes

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Las erinias
Olga Votsi
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Javier Sicilia

El conocimiento poético

En un hermoso ensayo de Las palabras de la tribu, “Literatura e ideología”, José Ángel Valente define lo que podríamos llamar el conocimiento poético: “La palabra poética es, por el mero hecho de existir […] manifestación de lo encubierto.” Este conocer, que está en el ser de la poesía; esta forma del asombro que, a través de la palabra, hace surgir algo que está en la realidad, pero que nadie o muy pocos ven, ha ido perdiendo poco a poco su lugar en el mundo público.

Aunque probablemente el origen de esa pérdida se encuentra a finales del siglo xvi, en el racionalismo y el surgimiento de las ideologías históricas, a principio del siglo xxi,  se ha hecho más fuerte por la idea de la comunicación. En los últimos setenta años, la comunicación y sus sistemas –radio, televisión, internet, etcétera– se han convertido en el centro privilegiado por donde el conocimiento pasa. Pero ese conocimiento, a diferencia del poético, encubre la profundidad de lo real, su dimensión insondable, y lo transforma, en sus límites ideológicos, en dominación.

Ya en los años treinta, refiere Valente, el poeta Allen Tate –una de las figuras principales del New Criticism– hacía una clara distinción entre el conocimiento que emana de la comunicación y el que emana del universo poético. Citando a Coleridge –“El medio de mutua comprensión de los espíritus no es el aire circundante, sino la libertad poseída en común–, Tate insiste en que la comunicación, al uniformar el saber, “domina al hombre” y, envolviéndolo en el mismo aire, lo amputa de la libertad que la poesía ofrece como “forma humana de participación”.

A diferencia de la comunicación, que parte siempre de un saber previamente conocido, la poesía está más allá de cualquier saber inmediato y dado. Se encuentra en una zona de oscuridad. La búsqueda del poeta se vuelve, por lo mismo, azarosa y precaria, es decir, un tanteo vacilante en las zonas oscuras de lo real. “Opera –dice José Ángel Valente– sobre el inmenso campo de la realidad experimentada, pero no conocida” aún. Así, el poeta, a diferencia del que comunica, “no dispone de antemano de un contenido de realidad conocida que se proponga trasmitir”. Cuando lo encuentra sólo se hace evidente en el poema, y esa evidencia, irrepetible, sorprendente, pone en crisis el conocimiento repetitivo, limitado, uniformador, de la comunicación. Quizá por ello, Platón expulsó al poeta de la República. Quizá por ello, los totalitarismos han perseguido a la poesía con rabia o han intentado dominarla bajo el yugo de lo ideológico –las vanguardias fueron un eco de esa demencia. Quizá por ello, también, el liberalismo, sometido al relativismo de las propagandas del mercado, lo convirtió en un producto más de las mercancías profesionales, en un divertimento culto.

El conocimiento poético, sin embargo y a diferencia de los relativismos de supermercado de nuestra época para la que sólo existe una multiplicidad de verdades comunicables, dice que la verdad existe, pero, a diferencia de los pensamientos duros de las ideologías que la circunscriben al estrecho universo de sus interpretaciones y dogmas, dice que esa verdad es tan grande e insondable que sólo puede revelar fragmentos de ella.

No quiero decir con esto que la poesía excluya de su saber el acto comunicativo. Un gran poema se mueve siempre en un contexto conocido. Pero en ese contexto algo nuevo de lo real emerge, se desoculta, aparece como una revelación. Theodor Adorno lo dice con el saber del filósofo enfrentado a la ceguera de los totalitarismos: “Las obras de arte son exclusivamente grandes porque dejan hablar lo que oculta la ideología”, lo que destruye el orden de la dominación y deja emerger la libertad del común.

Ese conocimiento, que aterraba a los universos totalitarios y su propaganda, se ha convertido, en medio del imperio del mercado de la comunicación, en nada, en una simple profesión de nicho cuyo saber ya no tiene la fuerza de develar lo oculto ni de cambiar nada; un ejercicio cuyo conocimiento está reservado a un puñado de marginales en medio de la noche del sinsentido. 

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado, a Mario Luna y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, boicotear las elecciones y devolverle su programa a Carmen Aristegui.