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Sus prioridades son otras, afirma

Vikingo Terrazas, sin miedo al dinero o la fama del boxeo
 
Periódico La Jornada
Martes 16 de abril de 2013, p. a15

El antebrazo derecho de Víctor Vikingo Terrazas tiene un tatuaje de advertencia al mundo: Al que crea que mi vida es fácil, lo invito a que se ponga en mis zapatos. Esta inscripción en tinta verde sobre la piel no es una frase caprichosa ni fanfarroneo, porque esos zapatos han pisado varios centros de detención, corrieron a salto de mata y caminaron el lado salvaje de la vida.

Cuando lo recuerda lo hace sin asomos de melodrama. Los padres se separaron, quedó a merced de varias familias, pero su verdadera crianza transcurrió en las calles. Lo relata con cierto desapego, como parte de la evolución natural de un peleador cuyas marcas en la piel relatan una biografía de sobrevivencia.

Probé de todo, todo, todo, todas las drogas, dormía en la calle, robaba y me metía en peleas, fueron años duros en los que toqué fondo, dice como si hablara de otra persona.

Pienso que pasé por todo eso para que mi vida cambiara; en aquellos días hacía lo que quería porque no había nadie que me llamara la atención, estaba completamente solo en la calle.

Y su vida cambió por la vía difícil del boxeo, que permitió a un chico de las calles de Guadalajara hacer una carrera. Si no hubiera tenido esa opción su destino final sería la prisión o la morgue, reconoce casi de manera inexpresiva.

El boxeo me dio todo y por eso le guardo gran cariño, porque me ha permitido mantener a mi familia y salir adelante después de tanto tiempo en las drogas.

El próximo 20 de abril disputará el título vacante supergallo del Consejo Mundial de Boxeo ante Cristian Mijares, cetro que significa el futuro para ambos. Mijares, un ex campeón que está de vuelta tras un par de años críticos; Terrazas, un peleador en cuyos zapatos pocos quisieran estar.

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Al que crea que mi vida es fácil, lo invito a que se ponga en mis zapatos, es la frase tatuada en el antebrazo de Víctor TerrazasFoto Juan M. Vázquez

Vamos a echar chispas porque para ambos esta pelea significa seguir en el boxeo o tal vez el retiro, dice con tranquilidad.

No soy tan joven, tengo 30 años: si gano seguiré en el boxeo como campeón del mundo; si pierdo, creo que es momento de retirarme porque ya recibí y di todo, estima.

Si bien no quiere irse sin una corona del orbe, ganar tampoco es una obsesión. Conoce bien esa sentencia de los entrenadores, según la cual todos los aspirantes al boxeo profesional llegan con dos ideas: ser campeones y hacerse millonarios. El Vikingo no. Para él boxear, el simple acto de practicarlo, lo hace feliz.

No me da miedo la fama ni el dinero, yo he estado hasta abajo y sé lo fácil que es tocar fondo; hoy mi vida tiene otras prioridades, estoy rodeado de gente buena y hablo con mi sicólogo, todos me ayudan a tener los pies bien plantados en la tierra.

Si no gana, se retira, pero no con el rencor de quien fracasa; se irá satisfecho, porque considera que su vida sobre los encordados ha sido generosa.

Mi cuerpo y mi cerebro están saludables, pero a veces sí creo que me llegan a pasar la factura, de pronto me duele o lo siento cansado y es porque nada sucede de a gratis, dice sonriendo mientras mira su antebrazo.