Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de noviembre de 2012 Num: 923

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Coral III
Kriton Athanasoúlis

El fin del futuro y
la crítica marxista

Carlos Oliva Mendoza

González Morfín, un idealista ejemplar
Sergio A. López Rivera

Clarice Lispector
y la escritura
como razón de ser

Xabier F. Coronado

El corazón salvaje
de Clarice Lispector

Esther Andradi

Gotas de silencio
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
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Galería
Ana Luisa Valdés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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González Morfín,
un idealista ejemplar

Sergio A. López Rivera

Don Efraín González Luna escribía ya en 1939, de manera profética: “El idealista es el hombre que tiene los pies firmemente asentados en la tierra, el hombre que tiene los ojos y las ventanas del alma abiertos para todo linaje de conocimientos, para todo género de experiencias, para toda comprobación, para toda posibilidad de ser, para enfrentarse a todos los problemas posibles; pero que, al mismo tiempo, tiene una tabla superior de valorizaciones, un sistema de soluciones que subordina lo secundario y relativo, a lo fundamental y absoluto.” Creo que, como pocas, esta definición se aplica perfectamente a lo que fue la vida, los ideales y las labores de Efraín González Morfín, hombre que supo tener los pies sólidamente en la tierra cuando fue presidente nacional del Partido Acción Nacional y cuando fue Candidato a la presidencia de la República en 1970, frente a Luis Echeverría Álvarez y cuando su partido lo rechazó al intentar reformarlo de forma substancial, renovarlo y adecuarlo a las circunstancias que posteriormente enfrentaría. Su salida del partido trajo como consecuencia la pérdida del último ideólogo de centro-derecha y la decadencia de ese instituto político.

Como pocos, Efraín tuvo los ojos y las ventanas del alma abiertos para todo conocimiento trascendental, para las más sublimes posibilidades de ser, de enfrentarse a los problemas de una vida íntegra y congruente con su tabla superior de valorizaciones y supo permanentemente subordinar lo secundario y relativo, a lo fundamental y absoluto. Lo anterior puede ser perfectamente comprobable por todos aquellos que tuvimos la fortuna de tratarlo como amigo, como compañero de lucha cívica más que política, como maestro y como profesionista comprometido con la verdad y los valores superiores del ser humano.

Efraín vivió confiado y seguro de que la muerte no sería un escollo, sino el puerto que jamás debemos ni podremos evadir y que morir más tarde o más pronto no sería lo importante, sino que lo importante es morir bien y en paz, y con esa convicción del destino y la esperanza en la vida eterna, navegó a lo largo de la vida de la misma manera que en el mar, como dice sabiamente Séneca, viendo alejarse las diferentes etapas de la vida hasta llegar a los mejores años de la senectud. Como hombre sabio supo siempre que viviría tanto como debía vivir y cumplir con su destino personal y que lo importante era morir bien habiéndose sustraído al peligro de vivir mal, viviendo una vida bienaventurada que se centró en la virtud, en la felicidad de la docencia y del ejemplo hacia los demás. Consciente de que el bien de la vida no radica en su extensión, sino en el uso adecuado que a la misma se le dé y que puede suceder con frecuencia que quien haya vivido largamente, vivió poco. Efraín por el contrario, centró su vida en la riqueza espiritual del conocimiento y en la alegría de la enseñanza y en la certeza de la esperanza para después de la vida, la cual se nos ha dado con la condición de la muerte, por lo que no debemos temerla, pues las cosas ciertas se esperan con entereza.

En síntesis, Efraín asumió su responsabilidad y destino con serenidad y satisfacción al igual que con alegría y entusiasmo, consciente de su capacidad substancial de tomar en sus manos su propio destino y su vida fue precisamente una lucha alegre y jubilosa para lograrlo en el ámbito de sus capacidades y de su misma voluntad para aceptar su responsabilidad de cumplir con su deber a ultranza.