Ricardo Venegas
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Entre el mar y el desierto
Compilación de poemas de Esmeralda Loyden y fotografías de Ricardo María Garibay, Entre el mar y el desierto, editado por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (2010), es un libro significativo que aborda el paisaje del noroeste del país y la vida de Koyka´ak, la gente, los “seris” de Sonora. Tanto las imágenes de Garibay como los poemas de Loyden reflejan el movimiento vital de esa comunidad que emana la vida espiritual de un pueblo antiguo. La fauna, la flora y el ambiente, tanto del mar como del desierto, aparecen en una suerte de conciliación de contrarios (Paz, sic). En prólogo al volumen, el poeta Eduardo Langagne habla de los seris como de un pueblo resistente: “han mantenido una lengua cargada de códigos secretos, de magia y conocimientos”. En su Canto al desierto… Esmeralda Loyden lo confirma: “Canto al silencio del desierto,/ donde no hay un solo nombre que no sea pronunciado/ por el corazón ennegrecido de las rocas.// La paz de Dios en la garganta ocre del ocaso/ guarda su luz en la florescencia efímera del tiempo.”
Anacrusis: la caída de un verso
Fotos: Ricardo María Garibay, incluidas en
Entre el mar y el desierto |
La lírica morelense ha incubado con fortuna a poetas de la talla de Sergio Mondragón, Javier Sicilia y Luis Francisco Acosta, de éste último releí algunos poemas de Anacrusis –tiempo de caída– (Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Cuernavaca, Morelos, México, 1997). La mayor parte fue escrita en el período 1970-1977, el autor lo publica después de veinte años. Con 132 páginas registradas en el índice, el volumen abre con el poema que titula el libro: “la vida en diminuendo/ eras de caída/ desarrollando mudos pentagramas”.
Anacrusis, por la envergadura de su extensión, es un libro que podría ser varios, incluso por sus temas. El autor no busca unidad (que la busquen los poetas truncados) en la obra, sino sentido, tono (nunca prescinde del oído), comunicación con el lector, en todo caso razón del signo, encarnado en la palabra del poeta.
En un escritor como Acosta, miembro del taller literario de Juan José Arreola y maestro de varias generaciones en su propio taller de la Universidad de Morelos (UAEM), se advierte la decantada voz, su “sospecha de lenguaje improvisado/ en transición” que le refrenda una caída: “se vive por vivir/ cuando no hay más remedio/ que nacer darse en la madre/ y seguir adelante”.
En sus poemas hay desencanto, pero también fortaleza: “nada y todo son pormenores de mis cuitas”. Nada sobra; en Anacrusis los significados se traducen a vivencia, poesía de la experiencia, pacto con la respiración y el ejercicio literario. Y sí lo reivindica: “Y suele ocurrir que entre las horas de cuervos/ y el tiempo del alba/ amenazan crepúsculos bermejos,/ se recomiendan viacrucis, contriciones,/ a veces se bendice el pan/ y se habla de esperanzas fementidas,/ de rencores agridulces/ caídos del árbol prohibido de la dicha/ y se recuerdan diosecillos redentores/ que no alcanzaron redención.”
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