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Ante Uruguay se responsabilizó de conducir un plantel desordenado

La eliminación de Argentina, trago amargo para el mejor jugador del mundo
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Frustración de Lionel Messi luego de que la albiceleste quedó fuera en la tanda de penalesFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Lunes 18 de julio de 2011, p. 3

Buenos Aires, 17 de julio. La eliminación de Argentina de la Copa América ya era un hecho y Lionel Messi se tomó el rostro, abatido. Había llegado el momento de dejar su patria con otro fracaso, 48 horas después de haber asegurado que seguiría vistiendo la camiseta albiceleste contra viento y marea.

El delantero tendrá varios meses para recuperarse en Barcelona, hasta octubre, cuando comenzará el proceso de eliminatorias sudamericanas rumbo al Mundial de Brasil 2014.

Tiempo necesario para procesar los días turbulentos que vivió otra vez en Argentina, pero que esta vez le permitieron ratificar que puede desplegar su calidad futbolística cuando encuentra socios de juego. Una deuda que el combinado de Sergio Batista tiene con él y que sólo se pudo saldar a ratos, primero ante la débil Costa Rica y luego en algunos minutos contra Uruguay.

Messi superó además un trago difícil para un jugador acostumbrado a ser estrella: la silbatina y los insultos de su propia hinchada. Es la primera vez que lo silban, admitió su padre Jorge cuando alertó que Lio estaba muy mal.

Luego de fuertes rumores sobre su posible renuncia a la selección, el crack salió a dar la cara: Las críticas de la gente me molestan a mí y a todos, pero estamos conscientes de que no hicimos las cosas bien y por eso se dio todo eso. A ninguno nos gusta que nos silben, que nos puteen.

La gente recibió el mensaje y cambió la crítica por el respeto y el aliento. Y con la eliminación ya resuelta, la afición albiceleste lo despidió con un aplauso.

Messi había dado todo ante Uruguay, corrió, se sacó de encima uno, dos, tres rivales, buscó socios de juego, disparó al arco e hizo algo infrecuente de él en el Barcelona: fue el conductor del plantel cuando faltaron guías.

Acostumbrado a ser el jugador desequilibrante, el que define jugadas con una zurda increíble, dejó de lado ese papel para asumir la responsabilidad de conducir un plantel que había caído en la desesperación y el desorden.

Dejó el centro de la cancha para volcarse a la derecha, con tal de encontrar espacios. Resignó su alma goleadora para dedicarse a asistir a sus compañeros con varias jugadas magistrales.

Terminó, sin embargo, tendido boca abajo frente al arco cuando su último intento fue frustrado por el uruguayo Fernando Muslera nacido en Argentina. Largos segundos tirado sin reaccionar pese a que la pelota seguía en juego.

Resignado a los penales asumió la responsabilidad de patear el primero, pero el de Carlos Tévez no entró y Argentina quedó afuera.

Varias versiones coinciden en que la Pulga lloró en el vestidor. Luego se retiró sin hablar. Lo esperan unas merecidas vacaciones para recuperar su físico y analizar esta nueva frustración.

Necesita urgentemente ganar algo con Argentina, pero su patria se vuelve cada vez más una caldera en ebullición para el mejor jugador del mundo. Primero, en Sudáfrica, con Diego Armando Maradona, ahora en su propio país, con Batista, donde todo indicaba que la albiceleste era favorita para ganar la Copa América y poner fin a 18 años de sequía de títulos.

Ahora deberá esperar mucho para que ese sueño se convierta en realidad. Deberá superar el largo proceso de eliminatorias y después comenzar a pensar otra vez en la Copa del Mundo.