Opinión
Ver día anteriorJueves 10 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El día más violento
L

a Compañía Nacional de Teatro encomendó a una de nuestras más interesantes dramaturgas una obra en el marco de las celebraciones del Bicentenario y Centenario; Bárbara Colio eligió un tema desde un punto no revolucionario, sino del amor fraternal. A pesar de lo que diga la dramaturga y que podamos observar la extraordinaria relación de miras y propuestas entre Aquiles (Rodrigo Vázquez) y Carmen Serdán, es imposible desligar su actitud de la gesta revolucionaria por la que los conocemos. A mi parecer lo más importante ocurre al final en esa entrevista entre Carmen vieja y Aquiles aparecido en espíritu. Si la Carmen joven deseó morir por un ideal, Aquiles confiesa –ante la acusación de haber traicionado a su hermana– que él deseó ver esos ideales sustentados en la vida mexicana.

Las tres Cármenes Serdán tienen una personalidad propia. La Carmen vieja (Teresa Rábago) es tranquila, reposada, aunque en esta opacidad que se le advierte existan muchos resquicios de amarga desilusión; ha sobrevivido 38 años al día más violento y ha podido atestiguar que lo logrado iba dando lugar, cada vez más, a situaciones muy parecidas a aquellas que la habían impulsado a dar el primer balazo de la revolución. La Carmen muerta (Milleth Gómez) es más que nada un sostén de los recuerdos familiares y la Carmen joven (Carmen Mastache), contradictoria en todo es la llama de la pasión. El texto dramático no muestra un desarrollo lineal, sino al contrario da vueltas entre estas tres mujeres alterando tiempos y lugares. De pronto y con gran pasmo del espectador aparece Aquiles con ropajes de viuda y Carmen como un caballerete elegante.

Colio llama a su texto obra en andamiaje, porque así piensa que este es el estado de la revolución institucionalizada, es decir, que apenas está colocada la estructura que deberá sustentar lo que debe ocurrir en nuestro país. Casi metafóricamente la obra se representa en los andamios que apoyan la construcción del Monumento a la Revolución en 1938, como se advierte en el encuentro entre Carmen vieja y el arquitecto (Marco Antonio García) del que no se da nombre, pero que puede ser el mismo Carlos Obregón Santacilia. Como en el cuaderno de repertorio 11 de la Compañía Nacional de Teatro no aparecen las entrevistas a las que nos ha acostumbrado Alegría Martínez y sólo aparece lo que escribe Bárbara Colio, es difícil identificar lo que son propuestas de la autora y las que provienen del director. Es muy posible que haya habido esta relación tan necesaria, pero yo prefiero dar muchas de las soluciones escénicas al talentoso Mauricio Jiménez. Por lo tanto los movimientos del andamiaje y los ejercicios de los actores, así como algunas espléndidas escenas del macabro hospital que representaría la sanguinaria administración de Victoriano Huerta, son estricta responsabilidad del director. Hay que constatar que en los movimientos de los andamios intervienen con gran sentido de la responsabilidad, además de los que dobletean personajes (Constantino Morán, Claudio Lafarga, David Calderón, Andrés Weiss y Ana Isabel Esqueira quien tiene una excelente escena como la madre) a algunos de los actores que tienen personajes importantes. Otro destello del talento de Jiménez es hacer que el mismo actor, Juan Carlos Remolina incorpore a los tres presidentes, Francisco I. Madero. Victoriano Huerta y Venustiano Carranza.

El diseño escenográfico es de Jesús Hernández, la iluminación de Fernando Flores, el vestuario de Cristina Sauza, con música original y dirección musical de Leopoldo Novoa, la coreografía es de Antonio Salinas. Aunado a lo anterior el remozado teatro Julio Jiménez Rueda se prestó muy bien por sus características y por la cercanía con el Monumento a la Revolución para este montaje.