Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de febrero de 2011 Num: 834

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Lobos
Laura García

Atauriques
Ricardo Yáñez

Reinventar la frontera
Adriana Cortés Koloffon entrevista con Luis Humberto Crostwhite

Dos poemas
Bernard Pozier

Fantasmas del pasado:
quema de libros en Italia

Fabrizio Lorusso

José María Arguedas: todas las sangres de América
Esther Andradi

Llueve en Coyoacán
Waldo Leyva

Ricardo Martínez a dos años de su muerte
Juan Gabriel Puga

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


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Hugo Gutiérrez Vega

Palabras para fray Junípero Serra

Recibir una medalla del Poder Legislativo del estado de Querétaro es un honor que acepto con humildad y agradecimiento. El honor se acrecienta con el nombre de fray Junípero Serra, fraile franciscano, misionero, teólogo, filósofo, educador, artista, fundador de misiones que, con el paso del tiempo, se convirtieron en ciudades, viajero incansable, humanista integral, civilizador, defensor de los pueblos indígenas y, sobre todo, personaje emblemático del barroco entendido como estilo artístico, pero, sobre todo, como una cosmovisión.

Quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la vida y la obra de este humanista ejemplar. Hace ya muchos años, y antes de que la carretera, ese camino surrealista que de repente se sitúa sobre las nubes y serpentea hasta llegar a las primeras vegetaciones de nuestra Huasteca, estuviera terminada, visité las misiones de la Sierra Gorda. Me deslumbraron y ampliaron mi idea del barroco. Sabía de su miedo al vacío y de su amor por las decoraciones; sabía de sus dorados deslumbrantes, sus columnas salomónicas, sus ofrendas florales y sabía, también, que para rematar el altar dorado aparecían el cráneo y las tibias del memento mori. Había pasado un buen tiempo frente a la ventana de la Casa de Ecala, viendo cómo un material, la cantera, imita a otro, la tela y ambas crean un objeto artístico que enriquece la imaginación, esa virtud a la que sor Juana Inés de la Cruz llamaba “la loca de la casa”. Recordaba a los personajes de la atmósfera barroca, san Ignacio de Loyola, sor Juana, santa Teresa, Sigüenza y Góngora, Mariano de las Casas, los maestros de obras y alarifes de Puebla, México, Querétaro, Zacatecas, Taxco, Guanajuato, Morelia, San Miguel de Allende y Salamanca, los agustinos creadores de fortalezas que fueron y son templos cubiertos de murales, Yuriria, Actopan, Ixmiquilpan, Huichapan; los jesuitas de Tepozotlán, el patio barroco de nuestra universidad con sus angelotes indígenas llenos de gracia mofletuda. Sabía, además, que lo barroco abarca toda las artes y es una forma del pensamiento, una visión del mundo, una actitud del espíritu. En él se junta la alegría de vivir con la profunda meditación sobre la muerte. Sabía todo esto o lo intuía a través de la lectura, del teatro, de la música, la arquitectura y la pintura, pero lo que vine a saber en la Sierra Gorda es que el barroco popular, el barroco realizado por nuestros padres indígenas, tiene una cualidad espiritual intransferible. En él se junta la sensibilidad indígena, su amor por los emblemas del cielo y de la tierra y su búsqueda del misterio, con los símbolos de la utopía cristiana –en este caso la de San Francisco de Asís, que supo hermanarse con todo lo creado, y la de Joaquín de Fiore, que buscó una convivencia social basada en el amor por la otredad–con sus soles y sus lunas que rigen nuestros días, con los ritos que dan sentido a las vidas, con la esperanza de construir un mundo mejor con las figuras creadas por el solo gusto de hacerlo, por el placer de llenar nuestras vidas de contenidos estéticos.

Pensé en el fraile nacido en Petra, Mallorca, y en su amor por la vida entendida como un peregrinaje. Lo veo caminar a lomo de mula por montañas y desiertos, como decía Machado, haciendo camino al andar. Lo veo en el Jalpan, que ahora lleva su nombre, en Concá, Landa, Bucareli; en las brechas del norte, en San Juan Capistrano visitado por las golondrinas, y en sus fundaciones que ahora son enormes ciudades, San Diego, San Francisco, Los Ángeles y Sacramento. Lo veo en La Cruz, el Colegio de Propaganda Fide de Querétaro, preparando sus viajes y pensando no sólo en la evangelización, sino en la educación y en la enseñanza de las nuevas tecnologías a los indígenas que siempre respetó y juzgó inteligentes y creativos.

Personas como fray Junípero equilibran la balanza del virreinato, aunque sea en pequeña proporción. Frente a la crueldad de la conquista y a la voracidad del encomendero, se levantan las almas de fray Bartolomé de las Casas, de fray Margil de Jesús, de fray Junípero, de Motolinía y la del educador por excelencia fray Alonso de la Veracruz. Veo los últimos viajes de fray Junípero, y cómo avizoró en la lejanía los profundos bosques de las tierras del Orejón. Veo sus regresos y la inquietud de viajar, de fundar, de crear. Todo esto hace que la medalla tenga un peso que sin duda abrumará a mi frágil cuello.

Les doy de nuevo mi agradecimiento. Deseo que su labor legislativa sea abundante y fructífera. Estamos en una tierra buena que sabe regresar multiplicado lo que en ella se siembra con amor y con esfuerzo. En esta tierra crece la universidad que me dio uno de los momentos fundamentales de mi errática y errante vida. Decía Henriquez Ureña que es necesario padecer por la educación. Nosotros padecimos por la universidad en Querétaro y supimos de agresiones y de adhesiones. Mucho le agradezco esos años a este prodigio barroco que brilla en las noches lunares sobre la torre centro europea de la excelsa Santa Rosa. Atesoro esa etapa de mi vida que, como decía Kavafis, va siempre conmigo: “No hallarás nuevas tierras, no hallarás otro mar, la ciudad te ha de seguir.” Esta medalla que hoy me entregan hará más grande y más gozoso mi compromiso con esta ciudad que va conmigo a todos lados. Como fray Junípero –en mi pequeña medida– luché por la educación y amé y amo a la Universidad. Por eso les agradezco que hayan acrecentado mi amor por esta tierra, por algunas figuras de su historia y por las gentes que cumplen en ella el contrastado oficio de vivir.

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