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Buber entendía que una colonización no sólo podía tener el significado expansionista, que es el de los imperios, sino que podía –y debía– aspirarse a una colonización concentrada en la tierra de Palestina-Israel, en la cual “un pueblo que perdió su centro orgánico trata de retornar a su lugar de origen”. El retorno a Sión, para el filósofo, no podía confundirse con la intención de expulsar de su patria a los seres humanos ligados a ese suelo, por respeto al derecho inabrogable de quien trabaja la tierra a permanecer en ella: “Jamás estaré de acuerdo con la idea de que aquí es posible volver justicia la injusticia alegando valores o destinos.” En la política sionista se veía a Buber (y a sus compañeros de Ijud) como “tontos humanistas”, y el autor de Yo y tú explicaba que así se consideraba a su idea de que la política sionista era un medio para un fin: rehabilitar al hombre judío; que el medio debía ser reexaminado constantemente en cuanto a su servicio al objetivo y que esta relación no era reversible. Para ello la educación era la clave: era imposible resurgir por la vía de actos violentos. Buber atribuía estas desviaciones en que incurría cada vez con más fuerza el oficialismo sionista a un excedente de política por sobre lo que atañe a la vida y a la ética: una “quimera política”. Así, daba el ejemplo de la economía natural, cuyo lema era “producir lo necesario”, en su versión sometida a la politización que se resume en “conseguir más de lo necesario”. Este mismo modelo se trasladó a las exigencias nacionales de ambas partes, en las que prevaleció la demanda de “más de lo necesario”. Lo estrictamente necesario hubiese sido “la autodeterminación, la autonomía, la posibilidad de decidir por sí mismo”. En 1947, Buber decía que la “realización en ambos lados puede garantizarse en el marco de una entidad sociopolítica binacional común, dentro de la cual cada pueblo ordene sus asuntos específicos y ambos juntos se ocupen de los asuntos comunes a los dos. La exigencia del Estado árabe y la del Estado judío en la totalidad de la tierra de Israel: ambas entran en esa categoría del ‘más' político, del deseo de conseguir más de lo necesario”. Así, esta entidad binacional se enmarcaba en un proyecto económico global de la región (una confederación siria), preservando la absoluta igualdad de derechos, cualitativa y no cuantitativa. Evidentemente, la posibilidad de un modelo social, político y económico alternativo en Medio Oriente, atemorizaba a las potencias que se apresuraron a declarar la partición de la tierra. En este sentido, el filósofo distinguía entre un principio intra-nacional (que remite a las relaciones concretas entre naciones vecinas interdependientes) y el de la política internacional, que es el que define de manera abstracta y sin contacto con la realidad concreta de los pueblos: para Ijud se trataba de que el principio intra-nacional definiera la situación del Levante y no las consideraciones de las potencias que hundían a Palestina en “complicaciones internacionales” que la alejaban de su lugar orgánico en la región. En resumen, podríamos decir que Buber entendía la inserción necesaria de Israel en el contexto de Medio Oriente, mientras que la conducción sionista, al reclamar un estado-nación de modelo europeo, des-orientaría orgánicamente a la región como un injerto que sería rechazado: “El sentido de todo Estado nacional en un medio tan hostil sería un suicidio nacional premeditado, y una base internacional tan inestable no podría ser un sucedáneo para la base ausente intra-nacional.” He aquí la traducción de Buber: los principios morales de los profetas –provenientes de una sensibilidad social radical que ponía en jaque a las ambiciones del rey y sus complicidades con el sacerdote– constituían el antídoto para una hipertrofia política. Él estaba convencido de que un Medio Oriente pacífico era una necesidad de todas las naciones del mundo y no sólo de algunas potencias. Pero se trataba de una paz auténtica y no de una “iracunda”, que no es más que una “no-guerra”. Se trataba de evitar el “espíritu militarista” prevaleciente en el nuevo Estado: “ Con una mano trabajaban en la obra, y con la otra tenían asida un arma (Nehemías 4:11), así es posible construir una muralla, pero no una linda casa, y mucho menos un templo.” Los reclamos de Buber y sus compañeros de Ijud se referían a situaciones concretas, y ese activismo en aras de la paz y la justicia fue ejercido hasta sus últimos días: por ejemplo, en reclamos a favor de los refugiados árabes, del respeto a sus tierras, de la posibilidad de su retorno; también contra la militarización de la región. Esto lo enfrentaba frecuentemente con el primer ministro David Ben Gurion y con los políticos “profesionales”.
Esta política atravesada de mil maneras por la ética se manifestaba como una de las formas de socialismo, del cual existían dos: uno que se impone desde arriba (uniforme), y el otro que surge desde abajo (que se nutre espontáneamente en una comunidad real –en el sentido de Landauer– compuesta por formas plurales de asentamiento): “Creo que la decisión entre ambos tipos de sociedad y socialismo es la más importante a la que se enfrentarán las próximas generaciones de la especie humana.” Buber confiaba en el experimento de las granjas colectivas (kibutz) de Israel que sucumben hoy en la atmósfera neoliberal. Un dato curioso es la postura original de Buber respecto al juicio de Eichmann (oficial nazi que fue capturado por Israel en Buenos Aires y cuyo juicio tuvo lugar entre 1961 y 1963), que según el filósofo debía ser juzgado en Israel, pero por un tribunal internacional, alegando que la víctima no puede ser juez. Como sentencia, proponía una cadena perpetua fuera de la cárcel, en una granja colectiva (kibutz) trabajando hasta el fin de sus días la tierra de Israel. Esto es una muestra de que en un lugar tan comprometido durante casi cuatro décadas, Buber guardó una coherencia ejemplar entre la filosofía dialógica y sus implicaciones políticas, que fue reforzando y lo mantuvo al resguardo de las modas o la opinión pública aceptada. Al modo de los profetas, su posición no se sometía a la visión de turno en el movimiento sionista, y su crítica política jamás perdía de vista los principios de la ética. Su vida es un emblema de la traducción: de aquel que se sabe entre lenguas extranjeras, entre culturas que son orillas distantes, y que para conectarlas es necesario remar contra la corriente con una ética que se traduce en incansable imaginación política. |