Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de abril de 2009 Num: 738

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Afganistán: una balada de Theodor Fontane
RICARDO BADA

Dos poemas
NIKIS KARIDIS

Italo Svevo y La conciencia de Zeno
ANNUNZIATA ROSSI

Martin Buber: ética y política
SILVANA RABINOVICH

Israel-Palestina: una tierra para dos pueblos (fragmento)
MARTIN BUBER

Un poco de color y buenas actuaciones
RAÚL OLVERA MIJARES

La Iglesia y el muralismo en Cuautla: cincuenta y siete años de censura
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Columnas:
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Afganistán: una balada de Theodor Fontane

Ricardo Bada

Con el nombre de Theodor Fontane suele asociarse el recuerdo de su Effi Briest, miopemente apostrofada como la Madame Bovary alemana, y además con su nombre se asocia también su presencia casi ubicua en la novela de Günter Grass, Es largo cuento. Pero Theodor Fontane (1819-1898) significa mucho más.

Aunque comenzó tardíamente, su obra completa abarca docenas de volúmenes, destacables en especial sus inigualadas guías por la comarca de Brandeburgo, una auténtica golosina literaria.

Y luego sus novelas, que le valdrían el reconocimiento de Thomas Mann, quien lo estimaba sobremanera. Y por si fuera poco, sus poemas, entre ellos las baladas que dio a la imprenta en 1861, en el libro donde incluye una que se titula “ La tragedia de Afganistán .”

Lo trágico, en verdad, es que esa balada resulta (viene resultando) profética, en más de un sentido. Está fechada en 1859 y con toda seguridad se refiere a la masacre perpetrada por los afganos contra la guarnición inglesa de Kabul en 1841. Aunque también puede tener como trasfondo histórico alguno de los muchos intentos llevados a cabo por la Compañía Británica

de las Indias para convertir Afganistán en una perla más de la corona imperial de Su Majestad Victoria. Todos fracasaron. Como siglo y medio más tarde fracasaría la invasión soviética.

Como está fracasando la ocupación militar aliada. Nadie, desde Alejandro Magno, ha podido enorgullecerse de haber conquistado el arisco país.

En cualquier caso, aquí les traduzco la balada, disculpándome de antemano por no poder verter al castellano el sonsonete de sus rimas graves, las cuales van creando una atmósfera de opresión y de impotencia. Me ha parecido más importante trasladar con la menor pérdida posible lo que podríamos llamar “la historia” que el poema quiere contar. Y ésta es, de por sí, tan alucinante como un cuento de Edgar Allan Poe.

Silenciosa del cielo cae la nieve
cuando a Jalalabad llega el jinete.
“¿Quién va?” –“Un soldado de su majestad,
traigo noticias de Afganistán.”
¡Afganistán! Lo dijo con tal voz
que media ciudad pronto lo rodeó.
Sir Robert Sale, el propio comandante,
lo ayudó a desmontar del purasangre.
Lo llevaron al cuarto de banderas,
donde arde el fuego en la chimenea.
¡Cómo calienta el fuego, y luz por fin!
Suspiró, dio las gracias, dijo así:
“Éramos trece mil la expedición
que en Kabul el camino comenzó.
Mujeres, niños, jefes y soldados,
helados, derrotados, traicionados,
nuestro ejército entero se ha perdido,
ahí fuera vagará quien siga vivo.
Con la ayuda de un dios yo me salvé,
mirad si es que al resto salvar podéis.”
La muralla sir Robert escaló,
soldados y oficiales de él en pos.
Sir Robert dijo : “Cae la nieve espesa.
Si nos buscan, así no nos encuentran,
a ciegas vagarán aun tan cercanos...
Hagamos, pues, que puedan escucharnos.
¡Cantad viejas canciones de la patria!
¡Que toquen las cornetas hasta el alba!”
Así lo hicieron y no se cansaron
de pasar esa noche allí cantando,
primero alegres cántigas inglesas,
después tristes baladas escocesas.
Sonaron las cornetas sin descanso,
como sólo el amor puede lograrlo,
hasta el día siguiente, y uno más.
Inútil hacerlo, e inútil cantar.
Quienes debían oír, no oían nada :
la expedición estaba aniquilada.
De trece mil que eran al comenzar,
sólo uno volvió de Afganistán.

Dicen que la Biblioteca del Congreso, en Washington, posee absolutamente todo en materia de libros publicados en este mundo cada día menos ancho y más cnn . Se me ocurre que sería una buena idea si alguien enviase desde allí, al Pentágono, la balada de Fontane. Con copia para la Casa Blanca. Y para el 10 de Downing Street. Y... (suma y sigue).