Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de abril de 2009 Num: 738

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Afganistán: una balada de Theodor Fontane
RICARDO BADA

Dos poemas
NIKIS KARIDIS

Italo Svevo y La conciencia de Zeno
ANNUNZIATA ROSSI

Martin Buber: ética y política
SILVANA RABINOVICH

Israel-Palestina: una tierra para dos pueblos (fragmento)
MARTIN BUBER

Un poco de color y buenas actuaciones
RAÚL OLVERA MIJARES

La Iglesia y el muralismo en Cuautla: cincuenta y siete años de censura
YENDI RAMOS

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


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Italo Svevo en la plaza Hortis, Trieste

Italo Svevo y
La conciencia de Zeno

Annunziata Rossi

En el último decenio del siglo XIX, el narrador Italo Svevo, pseudónimo artístico del industrial judío Ettore Schimitz, publicó dos importantes novelas: Una vida (l892) y Senilidad (l898) que pasaron inadvertidas para el público y la crítica. Son los años en que la corriente literaria dominante era el verismo, y al mismo tiempo se imponía, y no sólo en Italia, Gabriele D'Annunzio con su refinado esteticismo y sus poco probables superhombres, que están en las antípodas del antihéroe o héroe negativo que se asoma en la narrativa europea. Por otro lado, como observa Giacomo Debenedetti, existía en Italia una cierta resistencia hacia la novela de análisis. Pero, ¿Manzoni no era analista?, pregunta el mismo Debenedetti (aunque hay que reconocer que los italianos sí leen las novelas extranjeras de análisis). Después de su frustración, Italo Svevo se encierra en un largo silencio que dura más de veinte años durante los cuales se prohíbe a sí mismo la literatura y se dedica a los negocios y al violín, consolándose con la convicción generalizada de la incompatibilidad entre arte y negocios, entre arte y burguesía. Como dice el germanista Giorgio Zampa: “La desconfianza del hombre burgués de negocios frente a la categoría ‘artistas' está siempre despierta ya sea de manera discreta, ya sea de manera socarrona o burlesca.” La conciencia de Zeno , de Svevo, escrita entre l923 y 1925 y publicada de inmediato, tuvo éxito gracias a un estupendo ensayo de Montale en Italia, además de las reseñas de los franceses un año después en el Navire D'argent. El éxito llegó para la conciencia enferma de los personajes svevianos, no obstante la retórica fascista del tiempo que exigía un arte sano, “constructivo”, palabra ésta muy de moda entonces: todo tenía que ser constructivo, todo tenía que construir, como añade con amarga ironía Debenedetti, “quizás para dar más abundante materia a la destrucción”. El arte, por otro lado, ha sido siempre algo sospechoso y peligroso para la supervivencia burguesa, y más aún si está ligado con la idea de enfermedad, que es un tópico central en gran parte de la narrativa europea, por ejemplo, la de Thomas Mann.

Trieste, la activa ciudad burguesa en la que nació Italo Svevo en 1861, era un crisol que reflejaba entonces la múltiple composición del imperio austrohúngaro al que pertenecía. Única desembocadura al mar del heterogéneo imperio de los Habsburgo, la ciudad era un puerto estratégico floreciente de astilleros y de tráfico, y en ella su laboriosa población se dedicaba a la industria, al comercio, a la bolsa, o trabajaba en las numerosas compañías de seguros, bancos, etcétera. Su gente, tan activa e industriosa, tenía una fuerte propensión al suicidio y contaba –no sé si todavía– con uno de los más altos índices de suicidios, debido probablemente al bóreas, viento violento y helado que viene del noreste y hace de Trieste una ciudad de neurasténicos.

En uno de los grandes bancos triestinos trabajó durante dieciocho largos años Ettore Schmitz, alias Italo Svevo, hasta dejar ese empleo para dirigir la empresa Veneziani. La permanencia en el Banco Unión le sirvió al autor para ambientar su primera novela autobiográfica, Una vida (l892). Si es verdad que la biografía de un autor muy raras veces aclara su obra, en el caso de Svevo el elemento autobiográfico sí es importante. Su narrativa tiene raíz en su vida, nace de su excepcional capacidad de observarla desde adentro, por sufrimiento directo, y no filtrada a través de la literatura.

Después del silencio que siguió a sus dos primeras novelas, Svevo se prohíbe la literatura y se dedica al violín, una especie de sustituto de sus ambiciones literarias frustradas, sin dejar de decirse, con demasiada frecuencia para ser una convicción auténtica, que la literatura lo alejaba de su oficio y arruinaba sus negocios.

Empieza así el conflicto entre el industrial Ettore Schmitz y el artista Italo Svevo. El hombre de negocios, Schmitz, relega en la sombra al artista Svevo que continúa la propia existencia de modo clandestino. En realidad Svevo no deja sus lecturas. Sobre todo de los franceses (Flaubert, Stendhal) y de los rusos (Dostoievsky), sin abandonar la escritura que frecuenta asiduamente a través de las cartas a sus amigos, a su novia Livia Veneziani, y en su diario. En éste puntualiza: “No es necesario publicar, pero sí se debe escribir”, y escribe con una lúcida y despiadada facultad de análisis de sí mismo. En l902 precisa:

He eliminado de mi vida ahora y definitivamente esa ridícula y peligrosa cosa que se llama literatura. Quiero sólo a través de estas páginas llegar a conocerme mejor [...] Entonces, una vez más la pluma, este bruto y rígido instrumento, me ayudará a llegar hasta el fondo tan complejo de mi alma. Después la tiraré para siempre, porque quiero saber acostumbrarme a pensar en el mismo momento de la acción...

La escritura, pues, sin programas e intenciones literarias, no es para Svevo más que escritura de sí, un medio de autoconocimiento que, sin embargo, obedecía a una necesidad que iba más allá de sus declaraciones, es decir, obedecía a su vocación literaria. En suma, si Ettore Schmitz arrincona al artista, Italo Svevo lo deja, no obstante, libre de cultivar clandestinamente su vicio prohibido, aquella forma híbrida que es el diario, “un medio ambiguo para eludir la literatura”, como lo llama Maurice Blanchot. La asidua labor de excavación, de autoanálisis, prepara al escritor triestino para La conciencia de Zeno. En l919, llegado a un estado de saturación que exigía salida y rompía todas sus resistencias, Svevo inicia La conciencia de Zeno. Como dice Nietzsche, cuando la fuerza creativa ha quedado largo tiempo estancada, termina por desbordar, como si ocurriera una inspiración inmediata ( Humano, demasiado humano), en suma, el capital se ha sólo acumulado, no cae de repente del cielo.

“ LA GRIS CAUSALIDAD ”


Svevo al final de la guerra, 1918

La conciencia de Zeno, publicada en l923, se impuso en Italia en l925 gracias a Eugenio Montale y, a los pocos meses, en el ambiente literario europeo, a James Joyce, que en Trieste había sido maestro de inglés y amigo de Svevo. El reconocimiento de esta obra rescató del olvido las anteriores novelas del escritor. Así, muy al final de su vida, tres años antes de su muerte, Svevo entra con pleno derecho en la historia de la literatura. De hecho, las tres novelas nacen de la misma matriz. En La conciencia de Zeno, el protagonista repite la trayectoria de los anteriores personajes de Svevo, del Alfonso Nitti de Una vida de l892 (título que Maupassant había ya dado a una novela suya en 1883), y del Emilio Brentani de Senilidad (l898). La misma historia de frustraciones y fracasos, la misma inercia de los protagonistas. En la primera novela, que inicialmente Svevo quería titular El inepto, hay un episodio significativo que ilumina a todos sus personajes. Alfonso Nitti se encuentra con Macario, el primo de Annette que será amante de Alfonso. En una paseo en barca, miran a las gaviotas que sobrevuelan para precipitarse de repente a pique sobre los peces y devorarlos. Macario subraya lo gigantesco de sus alas en un cuerpo y un cerebro tan menudos, y observa: “Quien no tiene las alas necesarias cuando nace, no le crecen más, quien no sabe por naturaleza caer en el instante justo sobre su presa, nunca lo aprenderá e inútilmente mirará a los demás, no los sabrá imitar.” Impresionado, Alfonso le pregunta: “¿Y yo, tengo las alas?” “Para hacer vuelos poéticos sí”, le contesta Macario. Sin embargo, Alfonso dejará escapar la presa y terminará suicidándose.

La conciencia de Zeno es una novela cuya trama es en sí ordinaria, opaca, hecha de episodios irrelevantes: la vida aparentemente tranquila y monótona de un burgués. Svevo nos ofrece, como dice Eugenio Montale, “la épica de la gris causalidad de nuestra vida cotidiana”. El protagonista Zeno es un ocioso burgués que vive de la rica renta que su desconfiado padre le hereda, imponiéndole en el testamento un tutor, el honrado administrador Olivi, que lo ampara contra su ineptitud y le asegura la estabilidad económica. En términos legales, se puede hablar de interdicción para actuar y ejercer sus propios derechos que el juez, en nuestro caso el padre de Zeno, aplica a los enfermos y débiles mentales; confiándolo a un tutor, quita a Zeno todo seria responsabilidad respecto a la vida.

Después de la muerte del padre, Zeno Cosini se introduce en casa de Giovanni Malfenti con la intención de elegir como esposa a una de sus hijas cuya belleza ha oído celebrar. Es aquí donde Zeno manifiesta su vena tragicómica y teatral, subrayada por Benjamin Cremieux, quien lo compara con Charlot. La sala de los Malfenti se vuelve el escenario donde lo vemos moverse de un lado a otro cojeando, como le sucede en los momentos difíciles. El comportamiento de Zeno parece un muestrario de las perturbaciones psíquicas que Freud analiza en su Psicopatología de la vida cotidiana: entre torpezas, gaffes, lapsus, tics y auto ninguneos de efecto cómico irresistible, el personaje se convierte en el hazmerreír de la pequeña Ana, la última de las Malfenti, y logra sólo alejar a la bella y adusta Ada de la cual está enamorado, y quien lo rechaza por preferir al brillante y apuesto Guido Speier, hombre supuestamente normal. Se casa, pues, con la fea Augusta, decidiéndose por ella después de haber sido rechazado por sus dos hermosas hermanas; matrimonio del que no se arrepiente porque Augusta es la imagen de aquella salud que le falta y que puede salvarlo. La traiciona con la joven Carla que, aun sin costarle mucho, lo mantiene en continuo estado de alarma, ante el miedo de que manifieste exigencias que pudieran poner en peligro la estabilidad económica de su familia. La aventura con Carla lo acerca más a su mujer que de nada se entera y a la que, lleno de remordimiento, recompensa con concesiones y regalos. Abandonado por Carla, Zeno concluye que necesita una aventura ¿y qué es la aventura sino lo opuesto al tran tran de la vida burguesa que obedece mecánicamente a una rutina impuesta desde afuera?

Resumidos así los hechos, que Zeno narra con sobriedad y sin sobresaltos, nos encontramos con una típica y banal biografía del hombre burgués. Pero bajo esos acontecimientos insignificantes, bajo la superficie de perbenismo, de conformismo, rebulle la conciencia infeliz de Zeno en búsqueda desesperada de salud, una búsqueda velada de finísima ironía. La “enfermedad” de Zeno es un estado de sordo y constante descontento, de malestar y disgusto consigo mismo, de incomodidad ante los demás y con quienes se relaciona, no obstante una aparente conformidad, ambigua y conflictiva, en suma, un estado de disociación, de escisión entre la conciencia íntima y el ser social, que Bronzino unos siglos antes había definido como “malestar del espíritu bajo la coraza del comportamiento”. Así Zeno, de una “vitalidad resquebrajada” que lo lleva a la ineptitud e inadecuación a la vida, a un sentimiento de muerte, vive en tal estado que repercute en su vida interior en forma de reflexión constante. Como dice Pirandello, bajo el yugo de la reflexión, la voluntad palidece (Pavese, en su diario, llamará a la reflexión tarlo dell'analisi [la obsesión del análisis], que impide la “divina espontaneidad del vivir”).

La conciencia de Zeno es la historia de una lucha obsesiva de la salud contra la enfermedad que, no por ser imaginaria, es menos grave. El tópico de la enfermedad no es exclusivo de la novela de Svevo; es un tema común a la narrativa de los escritores nacidos en la segunda mitad del siglo xx . Enfermedad, sanatorios, médicos son una presencia generalizada en la narrativa de Mann, Proust, Broch... Sin embargo, la actitud de Zeno es ambivalente, quiere sanar y al mismo tiempo ama su enfermedad. ¿Por qué curar la enfermedad, se pregunta, si con ello privaríamos a la humanidad de lo más valioso que tiene? Por otro lado, se dice, la curación no sólo podría mudar su yo, sino, sobre todo, lo privaría del pretexto del que se sirve para hacer lo que quiere, para hacer sin culpabilidad lo que le gusta, para legitimar sus propias infracciones del código moral sancionado. Aquí encontramos una diferencia con los autores europeos aludidos; por ejemplo, para Mann la enfermedad es superior a la salud, porque lleva al afinamiento del espíritu y puede conducir a la creación personal, al arte.

El largo monólogo con el que Zeno entreteje los hechos de su vida es un sondeo en la oscura zona de su “subsuelo” enfermo, que nos revela al hombre bajo su máscara, tras la fachada de normalidad que lo oculta. Y cuando hablo de subsuelo me refiero a uno de los autores preferidos por Svevo, a Dostoievsky, quien empieza así sus Memorias del subsuelo: “Soy un hombre enfermo. Soy un hombre desagradable. Soy un hombre malvado. Creo tener una enfermedad incurable en el hígado.” La conciencia de Zeno no tiene los acentos dramáticos, luciferinos de las confesiones del narrador ruso, más bien es un monólogo-confesión impregnada de gran ironía.


Italo Svevo con su esposa Letizia

El vicio del cigarro es la manifestación más ostensible de la enfermedad que acosa al hipocondríaco Zeno Cosini y en contra de la cual lucha, a su manera, con los buenos propósitos que quedan siempre iguales. De estos propósitos dan testimonio las paredes de su recámara y su diario, repletos ambos de fechas y de las siglas U. S., que no significan, como dice irónicamente Zeno, United States, sino Ultima Sigaretta [último cigarro]. Después de recurrir a médicos y medicinas, Zeno, ya entrado en años, se dirige al psicoanálisis, del cual espera no sólo la salud, sino saber qué es una verdadera salud física y mental y, sobre todo, volver a hallar a través de los sueños y los recuerdos “las rosas de mayo en pleno invierno”. El analista le ordena escribir su autobiografía y Zeno obedece de mala gana, mezclando verdades y mentiras para burlarse de él, a quien termina por llamar “bestia”, “gran histérico”, que por haber deseado en balde a su madre se venga con él, que no tiene nada que ver con eso. El Dr. S., a su vez, se vengará publicando la autobiografía.

En La conciencia de Zeno, Italo Svevo demuestra no conocer a Freud, de quien había traducido un libro en colaboración con un sobrino médico. No toma en cuenta la técnica del procedimiento psicoanalítico; para él el psicoanálisis, más que una adquisición científica, es un pretexto literario estupendo para escribir su novela. Svevo niega la función terapéutica del psicoanálisis, cree más en el autoanálisis sin médico, que excluye un elemento esencial del tratamiento psicoanalítico: la transferencia. En una ocasión confiesa divertido que un médico freudiano, al que había manifestado su desconfianza hacia el psicoanálisis, lo había interpretado como el “mordisco del animal primitivo presente en él para proteger su propia enfermedad”.

Más que de Freud, hay en Svevo influencia del judío antisemita y misógino Otto Weininger, que en Sexo y carácter considera el judaísmo como una tendencia universal del espíritu, una constitución presente en todos, concluyendo que el espíritu moderno, desde cualquier punto de vista, es judío. El gran literato Giacomo Debenedetti, judío de Turín, en sus estupendos ensayos sobre Svevo, subraya una semejanza, un aire de familia entre los protagonistas de Svevo y el abstracto arquetipo psicológico delineado por Weininger , quien “del tipo histórico y étnico del judío extrae la quintaesencia de un tipo difundido entre otro tipo frecuente de personas que no son judías”, ni en su comportamiento de individuos aislados ni como moléculas sociales. Cabe recordar que una gran parte de los escritores reconocidos entre los dos siglos son judíos. Proust, uno de los más grandes, lo es por parte de su madre. Ahora bien, hay que preguntarse si no es el judío quien recibe esos rasgos comunes de los no-judíos –los arios, como los llama Weininger–, o más bien, si ambos, judíos y no-judíos, como moléculas sociales que conviven en el mismo tiempo histórico, no han terminado marcados recíprocamente por el tiempo enfermo, por el malestar de la cultura.

EL MALE DI VIVERE

Regresando a la conciencia enferma, infeliz de Zeno, aquel male di vivere (mal de vivir) que canta en esos años Eugenio Montale en sus Huesos de sepia, hay que preguntarse si se trata de una condición individual, sin relación con la contingencia histórica, fuera del mundo, o más bien de un estado de ánimo general de los tiempos. La conclusión de la novela de Svevo, que termina con la primera guerra mundial, es clara: Zeno descubre que no sólo él está enfermo, sino su tiempo, la historia. Es una conclusión común a la narrativa contemporánea de Svevo, empeñada en “el mundo de ayer”, como lo llama Stephan Zweig, hasta el estallido de la primera guerra mundial, que llega a vaciar definitivamente el mito del positivismo, desmistificando la ciencia que aseguraba el progreso y la reforma espiritual de la humanidad reunida en un Gran Être, así como la paz entre las naciones y la justicia social. La mayoría de esta narrativa, cuyo código común es la ironía, subraya el estado psicológico de sus personajes, su conciencia infeliz, característica de la época, como sostiene Philippe Chardin en su Roman de la conscience malhereuse. Muchas más son las conexiones entre las novelas de esos mismos años: el escepticismo con respecto a los problemas de la época, la enfermedad presente en todas ellas (Proust, Mann, Musil, Roth, Broch), la voluntad menguada en sus protagonistas y el prevalecer de la reflexión sobre la acción siempre postergada; la crisis de la religiosidad, la separación del hombre de lo divino cuando no el ateismo “sonriente y desesperado del nuevo Ulises”, del hombre europeo del que habla Montale a propósito de La conciencia de Zeno, y que determina su desolación metafísica; la “libido de vida” negada por una fundamental incapacidad de vivir; el cuestionamiento de los valores tradicionales sin la aptitud de sustituirlos por unos nuevos, el apoliticismo implícito cuando no declarado, o bien la ceguera política como en el caso del primer Thomas Mann; la cristalización de las narraciones alrededor de la primera guerra mundial, sentida como catástrofe que de hecho marcará la caída de la Europa liberal y el triunfo de los Estados totalitarios. De hecho, La montaña mágica que Mann define como Zeitroman (novela del tiempo), termina con el estallido de la guerra y su autor precisa que ésta estaba en el aire ya al inicio de la narración. Por su parte, El hombre sin atributos, de Robert Musil inicia en las vísperas de la guerra (era una bella jornada del agosto de l913...), y en la novela el escritor habla reiteradamente del espíritu del tiempo y de la ambivalencia que caracterizaría no sólo a Ulrich, sino a todos sus contemporáneos. La marcha de Radetzky, de Roth, empieza con la batalla de Solferino en el siglo xix y termina en el inicio de la guerra de l914; En búsqueda del tiempo perdido, de Proust, que es una búsqueda individual pero también el fresco de una sociedad, termina al final de la guerra con la larga matinée en la nueva casa de Guermantes: largo réquiem a la época, a la descomposición de la sociedad aristocrática que Proust había frecuentado antes de encerrarse a escribir su gran novela.

Regresando a Zeno, mientras estalla la guerra para él del todo inesperada, el personaje se encuentra aislado de su familia y solo, sin su administrador Olivi y el Dr. s., que se han refugiado en Suiza. La guerra le permite llegar al descubrimiento de que entre la salud y la enfermedad no hay separación, y que la salud en los humanos no existe. La salud pertenece sólo al reino de los animales que conocen un único progreso, el de su organismo, que desarrollan para adaptarlo a sus necesidades. Pero el hombre occhialuto [“anteojudo”], dice Zeno, inventa ahora los artefactos fuera de su cuerpo y, si hubo nobleza en quien los inventó, casi siempre esta nobleza falta en quien los usa. Ahora los artefactos, creados al principio para auxiliar la debilidad del hombre y su imperfección, ya no tienen relación con el organismo humano y terminan inevitablemente por reforzar su debilidad: con tantos artilugios el ser humano se ha vuelto débil y crece sólo en astucia.


Italo Svevo en la plaza Hortis, Trieste

Cuando llega a la certeza de que salud y enfermedad son sólo fruto de la convicción personal, Zeno se siente liberado y fuma, fuma como un turco, y tampoco se preocupa por los dolores lancinantes en las piernas que lo hacen cojear. La vida, se dice a sí mismo, es como la enfermedad, pero mientras ésta se puede curar, la vida es siempre mortal. Zeno llega a una conclusión liberadora y catártica, a la aceptación de la vida tal como es, o sea enfermedad mortal que, como dice en varias ocasiones, no es ni bella ni fea, sino original, absurda, imprevisible. Sin la tutela de su administrador Olivi, se abandona a los negocios con la euforia de un niño que juega con gusto. Gracias a la guerra acapara el incienso disponible en el mercado, que puede suplir la falta de resina, y hace una fortuna. Zeno termina así su larga búsqueda, su itinerario espiritual, si espiritual se le puede llamar, y en esto diverge de los personajes de las novelas antes citadas, como por ejemplo del Ulrich de Musil –este hermano menor de Zeno, como se le ha llamado frecuentemente– quien, después de varias tentativas fallidas para dar un contenido a su vida, no renuncia a la búsqueda y emprende otro camino, el del utópico reino milenario, el de la vía mística.

El final de la novela de Svevo, que podría parecer un feliz desenlace, es un final nihilista, pero sin acentos dramáticos; una constatación hecha con la intrépida calma de quien, después de una larga búsqueda, ha encontrado la verdad y con ella, si bien es amarga, se conforma. No hay esperanza de liberación, de salud para la humanidad, la única posibilidad de salvación estaría en la destrucción del tiempo enfermo, en la desaparición del hombre. Svevo concluye leopardianamente que la naturaleza no da la felicidad y que hay que aceptar el dolor y el destino del hombre que es la nada.

Termino citando el último y premonitorio párrafo de esta extraordinaria novela, recordando una vez más la fecha en que Svevo la escribió, 1923:

Puede que a través de una catástrofe, provocada por máquinas infernales, regresemos a la salud. Cuando los gases venenosos no sean ya suficientes, un hombre hecho como los demás, inventará, en un lugar escondido de este mundo, un explosivo incomparable, ante el cual los explosivos existentes serán considerados como juguetes inofensivos. Y otro hombre, hecho también como los demás, pero un poco más enfermo que ellos, robará tal explosivo y se trepará al centro de la tierra para ponerlo en el punto en donde su efecto sea mayor. Habrá una explosión enorme que nadie escuchará, y la tierra regresará a la forma de nebulosa, libre de parásitos y de enfermedades.