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Ver día anteriorDomingo 15 de marzo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Despertar en Pachuca

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El Pana regresa de la batallaFoto Archivo
H

oy, en la plaza Vicente Segura, de Pachuca, que tan amargos tragos ha pasado recientemente debido a lo inadvertido de unos y a la negligencia de otros, se celebra una sensacional corrida goyesca en la que reaparecen dos toreros de corte similar y se presenta uno de corte desconocido.

Los diestros vestirán supuestamente como lo hacían los de la época del pintor y grabador español Francisco de Goya, aunque, a decir verdad, en estos ropajes prevalecen las buenas intenciones sobre las autenticidades, y raro es el torero que realmente luce esta indumentaria entre torera y teatrera.

Sensacional corrida dije y me quedo corto, ya que hacen el paseíllo por primera vez en ese coso los veteranos mexicanos Rafael Gil Rafaelillo y Rodolfo Rodríguez El Pana, acompañados del zaragozano Antonio Gaspar Paulita, para lidiar una hermosa corrida del prestigiado hierro de Jaral de Peñas, propiedad de don Luis Barroso Barona, quien tan alto colocó el concepto de bravura con clase.

Lo insólito del festejo no es la veteranía de Rafaelillo y El Pana, ambos con varias décadas de alternativa, sino el hecho de que los dos poseen, junto con una vocación tan azarosa como inquebrantable, una tauromaquia con aroma, es decir, con auténtica esencia torera, lo que equivale a individualidades incopiables, a desgarrado misterio delante de los toros, cuando ya una estética simplona sustituye el arte en la lidia gracias al desbravamiento de las reses.

Si en este país, hoy secuestrado, ambos coletas hubiesen sido aprovechados a cabalidad, el espectáculo de los toros tendría otros niveles de expresión y de apreciación, acordes con la confluencia de razas que refleja un sentir y un hacer diferentes: ni indígenas, ni españoles, ni gitanos: mexicanos.

El Pana, el torero más elocuente y taquillero de México, reaparece luego de cinco meses de inactividad o, mejor dicho, de otra intensa batalla contra el alcoholismo, luego de dionisiacas faenas de memorable y perturbadora factura, no con un sentido burgués del arte taurómaco, sino con el patetismo de lo que se aproxima al acto de enloquecer.

Rafaelillo desde sus inicios acusó una tauromaquia agitanada, entendida como la prevalencia de la gracia y el tono lúdico sustentados en las formas. Muchos lo ignoran, pero es de los últimos mexicanos que supieron repetir triunfos en la monumental de Barcelona. Ir a verlos será despertar a otra dimensión del arte de torear.