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México D.F. Domingo 31 de octubre de 2004

Carlos Bonfil

Los soñadores

Los soñadores (The dreamers), decimoquinto largometraje de Bernardo Bertolucci, procede de una novela publicada en 1988, cuyo título original, The holy innocents (Los santos inocentes), fue desechado por el cineasta y por su propio autor, el escocés Gilbert Adair, también guionista de la cinta. La idea en la nueva adaptación y en el título nuevo, fue hacer hincapié en la crisis existencial de sus tres protagonistas, jóvenes entre 19 y 23 años, quienes viven la experiencia del mayo del 68 francés como una gran utopía, el sueño generacional que es aquí al mismo tiempo una triple iniciación: sexual, política y cultural.

En un París que remite de inmediato, en exteriores, a la escenografía sensual de El conformista, y en interiores a El último tango en París, dos apuestas emblemáticas del realizador italiano, una bellísima joven y su hermano (Eva Green, Louis Garrel) conocen a un turista estadunidense (Michael Pitt) en la Cinemateca de Chaillot, durante la protesta en la que cientos de cinéfilos defienden a su director, Henri Langlois, de la arbitrariedad gubernamental que pretendía destituirlo de su cargo. El hecho histórico, primera chispa de la revuelta que iniciará tres meses después, queda consignado en el material documental televisivo que Bertolucci rescata y aprovecha inteligentemente, y en el que destacan figuras de la Nueva Ola -Godard golpeado por la policía, Truffaut con altavoz en mano, el actor Jean-Pierre Léaud arengando a la multitud.

Luego de este prólogo, mitad documental mitad ficción, da inicio la nueva incursión en el recinto doméstico de la contracultura, un departamento de lujo en un barrio burgués parisino, donde tres jóvenes, "hijos de Marx y Coca-Cola" (Godard), ensayan la revolución sexual como un homenaje doble a Louise Brooks y a Rosa Luxemburgo.

Bertolucci ya parodiaba en El último tango en París (1972) la figura del cinéfilo exaltado con cámara en mano y citas de Mao en el bolsillo. Discípulo de Pasolini (a quien asiste en el rodaje de Accatone), el realizador de Partner no oculta tres décadas después su ironía y desencanto ante la gesta juvenil urbana que se diluyó en el conformismo. Sus protagonistas soñadores se excitan con el cambio radical que derribará el confort de sus padres burgueses, al tiempo que deliberan sobre cine, marxismo y utopías sociales en esa placidez doméstica que representa la residencia familiar, y en una encerrona en la que exploran una a una sus fantasías sexuales (un posible incesto, trío sexual, voluntad de dominio erótico), todo en un frenesí verbal dominado por el hastío y por la culpa.

No todo es sin embargo escepticismo. En concordancia con la época evocada, y con la ciudad mítica vuelta capital del cine, los tres jóvenes ejercitan su memoria de cinéfilos en juegos de trivia que culminan en agasajos eróticos, rinden tributo a Marlene Dietrich, comparan el genio de Buster Keaton con el de Chaplin, se mueven al ritmo del soundtrack de Los cuatrocientos golpes, se entusiasman con Sin aliento, y procuran algún paraíso artificial con música de The Doors y con los ecos lejanos de las baladas juveniles de moda (Francoise Hardy).

Matthew, el joven estadunidense, rebasado por el radicalismo chic de sus compañeros de juegos sexuales y devaneos políticos, figura un poco como la conciencia crítica del grupo, aunque Bertolucci no se detiene demasiado en este aspecto, pues diluye al máximo el proceso de ensoñación sensual de toda una generación, la suya, y su despertar en un desasosiego existencial de largos años. El cineasta no elabora, por supuesto, el réquiem de una generación perdida. Su recurso al tema de la crisis del intelectual burgués es tan viejo como su segundo largometraje, Antes de la revolución (Prima della rivoluzione), de 1964, con la diferencia sustancial de que en el nuevo milenio su reflexión se nutre de desencantos políticos y sociales todavía mayores, del colapso del socialismo real, de la militancia altermundista, y de formas más sutiles de institucionalizar el conformismo. Persiste, con todo, un anhelo libertario que a falta de mejores derroteros, se expresa en esta cinta en una caótica pasión cinéfila y en un franco elogio de la sensualidad.

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