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México D.F. Domingo 31 de octubre de 2004

Rolando Cordera Campos

Los excesos y los desafíos

Ahora que el presidente Fox nos aleccionó sobre las virtudes de la continuidad en la política económica, que en los hechos es una lealtad a la más rancia ortodoxia del control monetario, inesperada en un demócrata enamorado del cambio, vale la pena volver los ojos atrás y revisar la estrategia de desarrollo a la que el gobierno actual se ha adherido.

En la búsqueda del cambio estructural para la globalización iniciada en 1985 se incurrió en tres extremos de los que no se ha podido salir. De no hacerlo, México seguirá por una senda de crecimiento estrecha de la que no puede emanar una pauta de desarrollo capaz de sostener la democracia y ofrecer panoramas creíbles de equidad social.

1. Para integrarnos en el proceso que se abría impetuoso después de la caída del Muro de Berlín, se hizo una opción radical por el Norte pero nos olvidamos del Sur, sin considerar que ahí también se daban procesos de cambio e integración que no podían sernos indiferentes. Ahora, sólo nos queda tocar comedidamente la puerta al Mercosur.

2. Se optó, también de manera radical, por el mercado externo y se descuidó el mercado interno, que se segmentó y apenas creció. Con ello se dio lugar a un nuevo dualismo, un "trialismo" como lo ha llamado Enrique Hernández Laos, que no puede producir crecimiento sostenido y alto, mucho menos empleo formal y bien remunerado como el país lo demanda.

3. Peor aún, optamos de manera ingenua por el mercado y contra el Estado, precisamente cuando las dislocaciones sociales y regionales producidas por el cambio estructural y la propia evolución democrática demandaban un Estado fuerte y legítimo.

ƑPara dónde ir ahora? En primer término, debe admitirse que las decisiones más promisorias de la época del cambio estructural acelerado ya dieron de sí. Ni el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ni el resto de los tratados de libre comercio firmados en estos años, podrán por sí solos asegurar la magnitud y el crecimiento de la demanda externa o el flujo de inversión extranjera directa (IED) que la economía requiere para aumentar su ritmo de crecimiento y sostenerlo. Es preciso ir en busca de nuevos senderos de globalización, a partir de una revisión de nuestras estructuras y capacidades actuales, para "nacionalizar" la globalización. En particular, urge replantear los términos de nuestra relación con el Norte y llamar a los socios a una nueva ronda que busque no sólo ampliar el comercio sino la inversión y la cooperación para el desarrollo del socio más débil.

El reto principal es hacer que la apertura externa trabaje en nuestro favor. Y para ello hay que hacerse cargo de que mucho de lo que se logre en ese sentido depende de lo que se haga internamente, en las relaciones sociales y productivas que determinan la velocidad y la calidad de la acumulación de capital y, desde luego, en la orientación de la política económica y social. Quizás, como lo han sugerido José Casar y Jaime Ros (Nexos, 10/04), lo primero deba ser una reforma de la política macroeconómica, pero esto no es fácil de hacer en medio del cuasi estancamiento económico con presiones inflacionarias renovadas que vivimos y de frente a la confrontación política, exacerbada por el agotamiento de la alternancia y el adelanto de la sucesión presidencial.

Hacia delante, es crucial erigir una estrategia nacional de inversiones. Poner en el centro la inversión productiva, y fomentar procesos y actividades que integren el mercado interno al externo. Aquí, también, urge una nueva ronda con los socios foráneos, en especial con las empresas trasnacionales que tanto promovieron el TLCAN. Difícil será avanzar si la inversión nacional privada y pública se mantiene en hibernación a la espera de la llegada del Mesías disfrazado de reformas salvacionistas.

En esta perspectiva, será decisivo renovar los mecanismos de mediación del conflicto social. El presidencialismo autoritario se fue y el corporativismo está en vida vegetativa, pero ni los partidos ni el Congreso serán capaces de encauzar las contradicciones sociales acumuladas por el cambio y acentuadas por el estancamiento productivo y el enfrentamiento político. Ni el empleo, ni el salario mínimo, ni las Juntas de Conciliación funcionan como lo hicieron alguna vez. Por eso, es indispensable airear el pacto social, reconstruirlo y propiciar nuevas formas de entendimiento y construcción de acuerdos entre las fuerzas sociales. La propuesta está en la calle y éste o el próximo presidente pueden hacerla suya y lanzarla como decreto: un consejo económico social que impulse un nuevo corporativismo social expresamente sujeto a la restricción democrática de partidos, Congreso, división de poderes.

Por último, pero no al último, hay que darle a la protección social un estatuto constitucional destinado a aumentar la cohesión social y fortalecer el piso de masas de la democracia y el mercado interno. Para superar la contradicción fundamental que congela nuestro presente: pobreza, más concentración del ingreso, más precariedad laboral, contra mercado interno y consolidación de la democracia.

La democracia requiere de un nuevo formato para el acuerdo social y político. No para ir "más allá" de la democracia a través de la manipulación mediática y del gobierno por encuesta, sino al fondo de la misma, entendiéndola como una conversación y una discusión permanentes como base del orden democrático. El desafío, sin embargo, es y será el de no caer en otros excesos con otro pueril "golpe de timón". Basta de jugar a los marineritos.

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