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P O L I T I C A
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México D.F. Domingo 31 de octubre de 2004

Guillermo Almeyra

La última batalla de Arafat

Al aceptar su traslado a un hospital parisino, Yasser Arafat no libra sólo una batalla contra la enfermedad y la muerte, sino que también combate, una vez más, contra las acechanzas israelíes y de Washington. Lo hace en un contexto en el que, en torno a su figura y su destino, se entrecruzan y combinan la lucha palestina por la independencia del régimen racista y colonialista israelí y del imperialismo, la lucha de facciones por la dirección de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), el combate entre el nacionalismo laico y el pluralismo político (Al Fatah y sus aliados) y el fundamentalismo islámico (Hamas, sobre todo), y la resistencia de todos los pueblos del cercano Oriente al imperialismo estadunidense y al aliado israelí del mismo, así como, por último, el combate de Francia y de algunos países europeos contra la hegemonía de Estados Unidos. En efecto, si Arafat escogió ser tratado en París en vez de ser llevado a una capital árabe, no fue solamente por motivos médicos. Además, teme quedar en manos de sus falsos hermanos (en realidad siervos de Washington) y a merced de los asesinos del Mossad (el servicio secreto israelí, que ya había actuado impunemente contra Hamas en un hospital de Amman). Estar bajo la protección francesa (o sea, de un gobierno hostil a la política medioriental estadunidense y al criminal Ariel Sharon) es, además de la obtención de una seguridad relativa, un modo de mantener una pelea internacional contra Washington y de afirmar alianzas. También es su único modo de tratar de evitar que se cumplan los planes israelíes de prolongar su ausencia en el extranjero para agravar la lucha entre las personas y las facciones por sucederle en la presidencia de la ANP, de la OLP y en la secretaría general del principal partido, Al Fatah, y para que Hamas intente asumir la dirección de la Intifada. Tel Aviv juega claramente sus cartas a las divisiones palestinas y a la desesperación de los seguidores de Arafat, y espera que éste muera en el exilio, de modo de evitar a toda costa un entierro masivo del líder en Jerusalén, en el cual, como el Cid Campeador, podría ganar ya muerto una batalla de masas de gran importancia, sobre todo si se tiene en cuenta que el deceso de Arafat provocará manifestaciones masivas en todo el mundo árabe y en muchas capitales occidentales. La llamada solución final tan deseada por la derecha israelí (o sea, la expulsión de Arafat y de cientos de miles de palestinos de su propia patria, para ocuparla totalmente) se encontraría facilitada y realizada a mitad por una eventual muerte de Yasser Arafat en tierras extrañas.

A pesar de la corrupción de la ANP y de la conducción centralista de Arafat, éste sigue siendo el único líder con una autoridad moral y política de masas entre los palestinos, y el contrapeso principal a la negra desesperación que lleva a miles de víctimas de la ocupación colonialista israelí hacia el terrorismo ciego y el racismo al revés, contra todos los judíos, tal como los opresores tampoco hacen distinción alguna entre mujeres, niños y viejos, porque para su racismo los árabes son infrahumanos. A pesar de las divisiones entre los palestinos, Palestina es también el único país árabe con un Parlamento real, una vida política pluralista y que incorpora a la sociedad civil (artistas, escritores, profesionistas) a la misma y con una discusión pública de ideas. Arafat se ha convertido en un símbolo, pese a sus grandes límites y errores, porque ha mantenido con dignidad y a costa de todo la lucha por la independencia de su gente. Y los tres años de asedio y de amenaza constante que agravaron su enfermedad son sentidos por los palestinos como una decisión inclaudicable de un militante que ha decidido compartir los sufrimientos colectivos de sus compatriotas y que lucha por mantener los principios y la esperanza, con confianza en una victoria final. Arafat es, por tanto, además de un factor de equilibrio interno y de unión, un freno a la desesperación y la aventura.

Su muerte, por consiguiente, podría alentar peligrosamente a los fascistas israelíes en sus planes anexionistas, podría estimular a los imperialistas estadunidenses deseosos de completar su obra en Irak agrediendo a Siria (que sostiene a los grupos laicos y de izquierda palestinos) y, con el pretexto del fundamentalismo islámico de Hamas y de Hezbollah, también a Irán. Sin el peso de Arafat en la vida palestina, los grupos fundamentalistas, como Hamas, enloquecidos por la desesperación y también infiltrados por Israel y por Washington, podrían por su parte lanzar una cadena de atentados que resultarían funcionales para los planes de la ultraderecha israelí y que debilitarían aún más al valiente y dignísimo puñado de israelíes que combaten por la paz entre Israel y Palestina y por la retirada de los colonos fascistas y de las tropas de Israel de las tierras que tanto unos como otras ocupan. Es deber de todos los antimperialistas del mundo velar por la seguridad de Arafat y garantizar el retorno a su patria, oponiéndose a los planes y maniobras de Estados Unidos y de Israel. Más que nunca la libertad de los palestinos es una causa de todos.

 

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