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México D.F. Domingo 4 de abril de 2004

Laura Alicia Garza Galindo

El futuro del agua

Hace 10 años, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) instituyó el 22 de marzo como Día Mundial del Agua para acicatear la conciencia social y la de los gobiernos sobre la urgencia de emprender acciones que propicien el uso racional y eficiente del líquido, y así alejar la amenaza de una crisis global. Y es verdad. Del agua total existente en el planeta, menos de 3 por ciento es dulce y sólo 0. 3 por ciento es factible de ser entubada y potabilizada. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), para 2020 un tercio de la población mundial no tendrá fácil acceso a este bien indispensable para la vida. Hoy mismo, en México, 12 millones de personas carecen de agua potable y la disponibilidad del líquido disminuye a ritmo fatal: hace 40 años, cada mexicano podía disponer anualmente de 11 mil metros cúbicos, hoy se ha reducido a menos de 5 mil metros cúbicos, mientras la población se incrementa. El problema es que nadie, ni pueblos ni gobiernos, somos en realidad conscientes de cómo administrar con racionalidad este bien vital. Así que, el que tenga agua corriente y potable en su casa, que la cuide. Existen decenas, si no es que cientos de espots, que recomiendan cómo cuidarla, así que entendamos que debemos hacer nuestra parte y ahorrar el agua, no sea que un día nos despertemos... y ya no esté. El futuro siempre alcanza.

Ya existen disputas cruentas por el agua en el planeta y crecerán en la medida que este bien disminuya, a la par que el medio ambiente mal tratado va mostrando su indignación natural. Mire usted si no. Hace 10 años, cuando alguien señalaba que el calentamiento global por el uso de combustibles fósiles, es decir petróleo, gas y sus derivados, dañaría la atmósfera y esto haría que los glaciares se disolvieran, al tiempo que señalaban que esto sucedería en 50 o 100 años, las personas de mi edad encogíamos con egoísmo los hombros y decíamos: ƑY? Era el futuro lejano, como si los niños y los jóvenes no existieran, sólo nosotros. Pero hoy, a sólo 10 años, vemos temerosos por la televisión no sólo trozos de hielo ancestral de los glaciares, sino los cambios climáticos: veranos más largos y calurosos e inviernos más rigurosos; inundaciones y sequías con la aparición de los fenómenos de El niño y La niña, que propician más tormentas tropicales y huracanes. Poco podemos hacer en lo individual, salvo racionalizar el uso de los vehículos y mantenerlos afinados; es más determinante el rumbo de las políticas gubernamentales. El Protocolo de Kyoto, que consiste en la impostergable necesidad de reducir el consumo de combustibles, sobre todo por parte de vehículos e industrias, lo firmamos todos los países... menos los que más consumen y que en forma proporcional poseen las mayores tasas de crecimiento: Estados Unidos y China; y recién Rusia, que renunció al protocolo. Y es que a mayor consumo de combustibles, mayor grado de desarrollo social y económico: más aire acondicionado, más calefacción, más vehículos, más industria, más empleo, más ingresos, mejor calidad de vida... y de nuevo, más consumo de combustibles y mayor contaminación y la disputa por los combustibles. Y nadie quiere sacrificar su propio consumo, pues declinaría su poco o mucho desarrollo socioeconómico. La disyuntiva es difícil de asumir.

Así que al alterarse el clima, o falta o sobra agua. Y cuando sobra, no existen los medios para almacenarla e irremediablemente, después de causar muertes y destrozos a su paso, se descarga en el mar. A esto se añade la deforestación y el avance de los desiertos, cancelando los ciclos de lluvia normal para recarga de los mantos freáticos; y la carencia de respeto a los ordenamientos ambientales para que el agua llegue al menos limpia a su destino, para el consumo del pueblo. Y es que usarla o ensuciarla no cuesta. Pregunte usted a una industria que vierta desechos industriales a los caudales, lo que implica en costos devolverla al caudal, limpia de nuevo.

El Senado, preocupado, decidió iniciar la tarea que consideramos nos corresponde y reforzamos la Ley de Aguas Nacionales. Se realizaron foros regionales en todo el país para que la sociedad, organizada o de manera individual, expresara su opinión. Se decidió que lo indicado era descentralizar a los estados la Comisión Nacional del Agua (Conagua). El gobierno dijo que no y vetó la ley. Hicimos modificaciones para que en principio la Conagua sólo se desconcentre, lo que implica que los estados asuman las funciones mientras la institución mantiene la normatividad y el manejo de los recursos. Además, en diciembre pasado se aprobó por unanimidad en el Senado retornar al antiguo esquema del manejo del agua por cuencas hidrológicas, renovándolo y bajando al nivel local la gestión del agua y conformando los consejos de cuenca, en donde la sociedad participará en la toma de decisiones, definiendo las políticas regionales y el manejo y conservación del agua. Ya inició, abriendo camino, la cuenca Lerma-Chapala-Santiago, que comprende 10 entidades, desde el estado de México hasta Nayarit. Lo importante es la voluntad política para que el esquema avance con el apoyo de estados, municipios y de la sociedad, más aún de las comunidades afectadas. Juntos trabajamos diputados, senadores, expertos en la materia y se incorpora a la sociedad. Ya informaré de los avances. Y tan pronto se avance, estimularé los trabajos para la cuenca del río Bravo, que serán muy complejos por la ley internacional. ƑQué es eso de que ahora nuestros vecinos quieren dinero y no agua? ƑQué significará una presa más en el río Bravo tamaulipeco? ƑEs una trampa más? El que con leche se quema...

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